El mundo cambia, pero Europa no modifica el rumbo de su melancólico ocaso bizantino.
¿Cambiará la política militar norteamericana en Irak? Los aliados europeos contemplan el incendio ensangrentado desde el balcón de sus viejos palacios, discutiendo, criticando, sin ideas, fuerza, ni determinación propias.
¿La presidenta en funciones de la UE, canciller de Alemania, Angela Merkel, “reequilibra” en beneficio de Washington las relaciones trasatlánticas? Francia y España, entre otros, hacen oídos sordos a las demandas de “más solidaridad” en Afganistán.
¿Las familias palestinas forcejean siempre al borde de la guerra civil? ¿Teherán y sus aliados palestinos y libaneses amenazan con “barrer del mapa” a Israel? Las diplomacias europeas apenas se distinguen por sus divisiones, acentuando los distintos inmovilismos.
¿Los genocidios se suceden en África? La UE ni siquiera envía a tales escenarios a sus más altos y eminentes representantes, poco interesados en fotografiarse rodeados de cadáveres en las selvas más ingratas.
¿Putin amenaza con cerrar el grifo del gas? Es un tema que inquieta a Praga, pero deja indiferente en Madrid. ¿Escoceses, catalanes y flamencos quieren la independencia? Son problemas “internos” que no pueden figurar en ningún orden del día de la UE. ¿Las universidades europeas pierden terreno en la nueva geografía mundial de la influencia cultural? La primera partida presupuestaria europea se consagra a subvenciones agrícolas. ¿Los agricultores pobres de las Américas y África aspiran a vender en nuestros mercados? Los acusamos de querer hundir nuestra prosperidad…
Acosados por graves enfermedades cancerosas, el tratamiento del terrorismo en España, las bolsas de pobreza en Francia, las llamaradas nacionalistas flamencas y escocesas, el pan y circo italiano, la gestión de promesas incumplidas en Berlín, los europeos nos maquillamos el rostro para ocultar nuestra decrepitud en el espejo de la historia.
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