A young brooklyn family going for a sunday outing, 1966.
Nicole Kidman, interpretando un retrato imaginario de Diane Arbus, en Fur, no me convence completamente; pero me recuerda el talento atormentado de la gran fotógrafa americana.
Steven Shainberg se ha tomado unas libertades innecesarias, para dar a la biografía de la Arbus un carácter “fantástico” que, en verdad no necesitaba. Basta con contemplar una modesta colección de fotografías para descubrir lo esencial: poco importan las tribulaciones sentimentales de la señora; solo su suicidio, muy temprano, ilumina de manera inquietante, majestuosa, las escenas íntimas de toda su obra, coqueteando con el abismo, a cada instante.
Diane Arbus quizá no fue una gran “artista”, a la manera de Avedon o Irving Penn. Ella vivía y murió al margen, rozando siempre los acantilados de una realidad cuya contemplación inspira miedo, inquietud, dolor. Los suyos son querubines y demonios mutilados por la vida, abandonados en un circo de personajes de pesadilla, que ella contempla con la pureza de un ángel de la guarda que camina junto a ellos, tropezando sin cesar en el calvario urbano que conduce al desguace final.
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