ETA en España, Lucha Revolucionaria (LR) en Grecia, el Grupo salafista por el combate y la predicación (GSCP) en Argelia y Túnez, el Grupo islámico combatiente (GIC) en Marruecos, solo tienen en común algo esencial: su confianza ciega en la violencia criminal, instrumento para combatir el orden establecido a través del Terror.
Sin duda, tales organizaciones tienen orígenes, historias y estrategias propias, individuales, que obedecen a lógicas autónomas. Pero recuerdan de manera muy cruel que la violencia terrorista es una amenaza bien real para todas las sociedades europeas. Londres y Madrid han sido víctimas de sucesivos magnicidios pavorosos. LR ha reivindicado una tentativa de asesinato de un ministro de la cultura y varios atentados a bombazos. Las acciones y amenazas del GSCP y el GIC recuerdan la presencia de Al Qaida en el Mediterráneo occidental.
Quizá ningún Estado europeo o norte africano pueda combatir en solitario tales amenazas. La colaboración hispano-francesa ha sido decisiva en la lucha contra ETA. Pero no ha impedido el atentado de Barajas. El atentado de Atenas contra la embajada de los EE.UU., reivindicado por LR, recuerda la soledad de Grecia. Mientras que la cooperación euro-magrebí aspira a contener las amenazas del GIC y el GSCP, de quienes se sospecha la existencia de “células durmientes” en España y Francia.
El 11-S dejó al descubierto la vulnerabilidad del territorio de los EE.UU., por vez primera en la historia. El 11-M ilustró de pavorosa manera hasta que punto el Terror puede modificar el curso de la historia democrática. El 30-D, en Barajas, dejó al descubierto como el Terror puede fragmentar, dividir si no hundir, las más elementales formas de diálogo cívico. Quizá sea sensato recordar que la inseguridad interior es indisociable de la inseguridad exterior.
Deja una respuesta