En un ataque de optimismo adolescente, me digo que el robo de libros pudiera interpretarse como síntoma estimulante para el ¿amenazado? futuro de la lectura. Si hiciese un inventario honrado, quizá se pudiera de manifiesto hasta qué punto los libros robados influyeron de manera significativa en mi formación.
Las cifras y datos que avanza El Mercurio ponen de manifiesto la naturaleza universal del problema. A juicio del diario chileno, hay tres tipos de ladrones de libros: “El primero de ellos es el ladrón ocasional, que roba cuando tiene la oportunidad de hacerlo. Ve un libro que le llama la atención, y si puede sustraerlo sin ningún problema, se lo lleva. Y ni siquiera hace una compra para disimular. La segunda categoría es la del ladrón ilustrado, que quiere leer un libro, pero no le alcanza el dinero; es tal su desesperación, que termina robándoselo. En la última categoría, la más despreciable según los libreros, están los ladrones por encargo” [Robos en librerías. Ladrones ilustrados].
En la crónica del Mercurio hay un síntoma estimulante: entre los libros más robados en la última Feria del libro chilena están las obras de Roberto Bolaño. Y otro menos glorioso: en segundo lugar, en el ranking de los libros más robados en Chile, se encuentra El código Da Vinci.
Joaquín says
Es que robar un libro es hacer una obra de caridad (con uno mismo).
JP Quiñonero says
Joaquín,
Vaya usted a saber como se toman nuestros amigos libreros y editores esta impune apología del robo,
Q.-
Persio says
El auténtico hit parade literario:
La lista de los libros más robados
Robert says
Mi ordenador robó todos los libros de mi casa. Me ofreció tambien obras classicas en cualquier idioma que quisiera. No temo a los adolescentes cleptómanos con miedos del futuro. Tengo un ordenador.
Alejo Marschoff says
Es real que la lectura esta amenazada y que cierto estímulo representa que «al menos» los libros sean robados. Pero en el caso Argentino muchas veces se convierten en pasta de papel. Por otra parte si pesco a alguien robandome libros en mi librería no pensaré para nada del estilo «que bello que aunque robe la gente lea» y probablemente le baje dos dientes de un soberbio castañazo.
JP Quiñonero says
Alejo,
Creo que se comprende…
Q.-
Isaac says
A los que alguna vez han sentido el hambre de letras puede interesarles reflexionar sobre una equiparacion entre un libro y una barra de pan. Lo se, provocará la carcajada de los intelectualmente elevados. Lo que opinen ustedes sobre el que roba para comer pueden extrapolarlo al que roba para leer, o no. Sin una moneda a la vista, sin acceso a ella por el motivo que sea, las hambres son igualmente insalvables en la conciencia capitalista del pobre.
Tal vez sea mas importante la diferenciar entre los ladrones que tienen dienero y los que no.
Tal vez la molestia sea igual para el librero que el panadero, igual para el panadero del macrocentro comercial como para el librero de la Gran Via.
Libris says
“BREVE MANUAL PARA ROBAR LIBROS Y NO SENTIR REMORDIMIENTO.
I.- ¿POR QUÉ ROBAR UN LIBRO?
(Parte deontológica en el fino arte del hurto a las librerías)
Un libro es como un hijo para quién lo ha escrito, el autor siempre se queja que cuando alguien roba su libro y no lo compra, él está perdiendo, pero desde el momento en que lo saca a la calle y lo pone a la venta, ese vínculo de consanguinidad literaria se rompe ¿Cómo puede alguien vender un hijo y rebajarlo con un descuento para lograr que se lo lleven? El libro es de quien lo lee, así sea transitorio y fugaz este elemental acto. La posesión bibliográfica es un derecho que legitima la forma en que se obtiene.
Nunca se debe robar un libro si no es para leerlo y darle una utilidad intelectual. Eso es lo que hace la diferencia entre un ladrón vulgar y un ladrón de libros. Aquel es visto con morbo por la sociedad en la nota roja de los periódicos cuando es atrapado por la policía, éste es juzgado exclusivamente por la historia.
Un ladrón de libros siempre es culto. Por eso el primer reto es saber qué libro robar. Nunca se deben escoger por ser los más fáciles o los más pequeños, porque estén a la mano o porque tengan el precio más caro, no, entre el libro y quien lo roba debe existir una relación directa e inequívoca de necesidad: Una necesidad académica (para preparar un examen o aprobar un curso), una necesidad intelectual (para tener derecho a participar en una tertulia, en una buena conversación, en un debate escolar), una necesidad emocional (hay libros, como las mujeres, que desde la primera vez que los miras te llaman la atención) o bien una necesidad sentimental (para poder ganarse el beso impoluto de la mujer pretendida) aunque esto sólo se aplica en los libros de poesía.
De ahí que lo peor que le pueda ocurrir a una librería es ser visitada frecuentemente por un joven, escaso de dinero, basto de emociones y con unas ganas inmensas de amar y leer.
Hay un código no escrito que tuvo auge en la primera mitad del Siglo XX, establece que no hay que sustraer ningún libro de aquellas librerías que acaban de abrir sus puertas, por lo menos en los primeros doce meses en tanto recupera el capital invertido; a esa acción se le conoce en el argot de los ladrones de libros como “año de gracia”. Por el contrario, cuando las librerías cumplen una década, cincuentenario, centenario, sesquicentenario o celebran cualquier jubileo, sus libros son cotizados altamente en este ambiente.