Georges Remi, conocido como Hergé, el creador de Tintín (1929), expuso de manera paródica su visión última del arte contemporáneo en su álbum póstumo, Alph-Art (1986), publicado, inconcluso, dos años después de la muerte su autor, que no dudó en dejar algunas huellas de su tardío descubrimiento de la abstracción pictórica y su pasión de coleccionista, fascinado por la obra de escultores como Calder.
El más famoso de los diálogos de esa postrera obra dice así:
Emir: “Incluso he llegado a ofrecer una suma considerable por la refinería recientemente construida en París, convertida en museo”.
Thomas d’Hartimont: “… pero, no se trata de una refinería; es un verdadero museo”.
Emir: “Ya, ya… Esa es la respuesta oficial que me han dado. Pero, sabe usted; yo sé de lo que hablo: ¡es una refinería transformada en museo, eso es todo! De ahí mi decisión de construir mi propio museo, que tendrá exteriormente el aspecto de una refinería, para no desentonar”.
Años más tarde, la tal refinería instalada en un barrio histórico víctima de la desertización urbana, el Centro Georges Pompidou, consagra a Hergé una retrospectiva y un gran catálogo prologado por Laurent Le Bon que nos ayudan de manera definitiva a mejor comprender el alcance de la obra toda del padre de Tintin, desde la óptica del arte contemporáneo, justamente. Quizá por vez primera, toda la magna iconología “tintinesca” se presenta acompañada de los documentos biográficos, bocetos, dibujos, pinturas, maquetas, textos, declaraciones, proyectos, etc., sencillamente indispensables para comprender la historia artística de tal saga de personajes gráficos.
Se impone de inmediato una evidencia: Tintin es el fruto de un durísimo trabajo de búsqueda de la sencillez, prolongado durante más de medio siglo, realizado, no sin dolor, por momentos, por un maestro absoluto en disciplinas muy diversas: el dibujo a lápiz, la acuarela, el manejo de la tipografía, la publicidad, el cartelismo, la sátira social, el humor gráfico, el periodismo, el reportaje gráfico, puestos al servicio de unas “historias” cuya simplicidad aparente es el fruto muy maduro de un gran artista, dispuesto a “ejecutarse” en beneficio de un público no siempre infantil ni adolescente, ni mucho menos.
El gran maestro del arte del comic era, desde mucho antes, un grandísimo dibujante, de un trazo purísimo. Sus retratos de mujeres jóvenes y bellas tienen la limpieza de los más altos maestros de su tiempo, comenzando por Picasso. Sus carteles se sirven de la tipografía, el color y la perspectiva con un arte que recuerda a los maestros alemanes y españoles, ultraístas. La elegancia de sus maquetas publicitarias recuerda el garbo finísimo de personajes olvidados, como el gran Eduardo García Benito.
Con el pudor y la disciplina heroica de un antiguo boy scout, convertido en aventurero, Hergé nos ocultó el trabajo inmenso, la incertidumbre, el dolor y las contingencias de una obra que cobra tonos majestuosos contemplada en todo su desnudo esplendor: con frecuencia, los bosquejos, apuntes a lápiz y primeras versiones de muchas viñetas son artísticamente muy “superiores” al plano dibujo coloreado más memorable. A la manera de los ángeles de Paul Klee, Tintin es el rostro último de una búsqueda sin fin: lo invisible y maravilloso que el artista descubre con tanto esfuerzo, vistiendo todas las cosas de la creación con la gracia de su mirada.
facundo says
ese dibujo fue hecho por Herge?
Por favor si me responden al mail se los agradecere muchisimo.
catintin@gmail.com
gracias!!!
JP Quiñonero says
Facundo,
Se trata de un dibujo de Hergé, efectivamente.
Q.-