Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB, publica un artículo justo y bello en La Vanguardia que solo merece admiración y respeto. Me atrevería a subrayar un matiz a los lectores que pudieran considerarlo oportuno.
“… la lectura dice era patrimonio de una burguesía media, conservadora, miedosa y liberal, vagamente catalanista” [ .. ] “y en sus confortables pisos del Eixample siempre había unas estanterías repletas de novelas y biografías, donde nunca faltaban Stephan Zweig, Pearl S. Buck, André Maurois, Lajos Zilahy, Vicki Baum, Somerset Maugham o Chesterton, editados por Josep Janés..”
Precisión absoluta. Pero, ¡que autores tan enormes eran y son Chesterton, Somerset Maugham, Stephan Zweig..!
La Vanguardia, 25 enero 2007.
Pablo, del Cinc d´Oros
FRANCESC DE CARRERAS
Ha muerto Pablo Bordonava, que durante muchos años dirigió en Barcelona la librería Cinc d´Oros, situada en la Diagonal muy cerca de su confluencia con el paseo de Gràcia, uno de los centros político-culturales – es decir, conspirativos y subversivos- más notorios del antifranquismo durante la segunda mitad de los años sesenta y primeros setenta.
En la década de los cincuenta, hasta donde llega mi recuerdo, las buenas librerías barcelonesas eran de tipo generalista y estaban razonablemente bien abastecidas con los libros del momento. Las dos librerías francesas – la del paseo de Gràcia y la de la Rambla-, la librería Occidente, también en el paseo de Gràcia, la Casa del Libro, en la ronda Sant Pere, y la librería Mediterránea, en la Diagonal junto a la rambla de Catalunya, eran unas buenas librerías. Hoy sólo queda el local de la Casa del Libro, hoy bajo su antiguo nombre de librería Catalònia ya que la actual Casa del Libro, en el paseo de Gràcia, propiedad de Planeta, es de reciente creación. Todas las demás cerraron sus puertas ya hace años.
Aquellos eran tiempos en que la lectura era patrimonio de una burguesía media, conservadora, miedosa y liberal, vagamente catalanista, que tenía por costumbre comprar diariamente La Vanguardia o el Diario de Barcelona,semanalmente la revista Destino y en sus confortables pisos del Eixample siempre había unas estanterías repletas de novelas y biografías, donde nunca faltaban Stephan Zweig, Pearl S. Buck, André Maurois, Lajos Zilahy, Vicki Baum, Somerset Maugham o Chesterton, editados por Josep Janés. Tampoco podían faltar los libros de Pla editados por Selecta – cuyo dueño, Josep M. Cruzet, era el propietario de la citada Casa del Libro- y los jóvenes autores españoles que lanzaba la editorial Destino: Carmen Laforet, Cela, Delibes y Gironella, que después pasaría a Planeta con su meritoria novela Los cipreses creen en Dios y sería una sólida base económica para el progreso de dicha editorial. Todo ello sucedía en unas pocas manzanas de la derecha del Eixample, en una ciudad detenida en el tiempo.
Esta apacible Barcelona, literaria y burguesa, empezó a cambiar y a modernizarse hacia finales de los cincuenta con Áncora y Delfín, en Diagonal entre Muntaner y Aribau, una nueva librería con un aire muy distinto, más elitista y vanguardista, diseñada en un estilo funcional por el pintor abstracto Erwin Bechtold y cuyos propietarios eran los señores Vergés y Teixidor, a su vez propietarios de la editorial Destino y de la revista del mismo nombre.
El director de esta librería era un joven inteligente, culto e intrépido, Enric Folch, al que después sucedió Tere Muñoz, también con sus mismas características. Ambos te recomendaban últimas novedades de autores desconocidos y te dejaban acceder a una habitación contigua en la que estaban escondidos libros prohibidos de autores tan peligrosos para la moral y las buenas costumbres como Lorca, Alberti, Casona, Sartre o Camus, en ediciones argentinas de Losada o Sudamericana. Áncora y Delfín – todavía hoy abierta al público- reinó durante bastantes años en aquella incipiente Barcelona liberal y moderadamente progresista.
Pero a mitades de los sesenta, ya en plena ebullición política, se instaló, unas manzanas más allá, el Cinc D´Oros, que supuso un paso más en la adecuación de las librerías barcelonesas a las necesidades del momento: un público netamente de izquierdas estaba ávido de libros políticos que rebasaran la asfixiante atmósfera de una dictadura que visiblemente estaba dando los últimos coletazos. Su propietario era un próspero industrial de izquierdas, Jaume Farràs, casado con una donostiarra, Carmen Azpitarte, la cual pasó a desempeñar la dirección administrativa y financiera de la librería. Al frente de ella, como alma incansablemente inspiradora, estaba Pablo Bordonava, también vasco, casado con Elena Azpitarte, hermana de Carmen, que atendía a los clientes junto con M. Àngels Romaguera.
Pablo estaba afliado al ESBA, rama vasca del Frente de Liberación Popular (FLP), un grupo político de izquierda radical que a mediados de los sesenta estaba ya en fase de disolución. Al venir a Barcelona, Pablo pasó a militar en el PSUC, entonces hegemónico en la resistencia al franquismo y su librería fue el refugio de quienes buscaban nuevos horizontes, democráticos y socialistas, para nuestro país.
El papel de oposición que desempeñó el Cinc d´Oros en aquellos difíciles tiempos fue fundamental: la librería era un punto de encuentro de amigos y conocidos que tras conversar durante un rato con Pablo y con el resto del personal, en un ambiente cómplice y familiar, siempre encontraban el libro que ansiosamente andaban buscando. Pablo, bajito, regordete, barbudo, simpático, culto, bueno como un trozo de pan, te indicaba siempre las novedades más interesantes y a veces te recomendaba los libros que habían comprado amigos con los que sabía que tenías afinidad. Cuando entrabas en el Cinc d´Oros a primera hora de la tarde ya preveías que nunca alcanzarías a ver la película a la que tenías previsto ir en la segunda sesión.
La muerte de mi amigo Pablo Bordonava me ha sorprendido lejos de Barcelona y he escrito este artículo sabiendo que con él – y con el Cinc d´Oros- tengo una deuda intelectual que nunca le podré pagar. Pero para mí, y para tantos otros de mi generación, su recuerdo permanecerá imborrable para siempre.
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