Jünger dice en algún momento que, en verdad, el cine nos habla de la experiencia física de la resurrección de los muertos. Era y es mi experiencia cuando oigo una y otra vez a Borges recitando sus poemas.
Josef Mielcearczyk me descubre la voz y unas imágenes que me recuerdan al Juan Carlos Onetti que Félix, Paquita y yo fuimos a recibir al aeropuerto de Barajas, huyendo para siempre de su patria. Me tocó llevarlo en taxi a su hotel y escuchar sus largos silencios, el ritmo entrecortado de su respiración. Han pasado los años. Es una voz femenina la que ahora habla a su lado:
“Fui a Madrid a ver a Onetti. Me dijo que no quería volver a un país que ya no existe. Al despedirme, me preguntó: ¿Qué piensa hacer con las imágenes que me ha robado?”. Josef Mielcearczyk, El Dirigible (Onetti).
¡Qué cosa tan bella y tan triste! Félix diría que Onetti era un genio. Que lo era. Su último gran amigo fue Luis Rosales. Ellos fueron mis maestros, a quienes rindo homenaje en Memorial de un fracaso y Diario del artista en el destierro. ¡Salve..!
Mes has hecho pensar en la resurrección en Ordet, en la emoción que desprende y provoca. Por cierto, en el CCCB, Barcelona, y hasta el 1 de mayo, hay una parece que magnífica exposición (tengo que ir, ya!): Hammershoi-Dreyer.
De Onetti sólo he leído algunos relatos, y me han parecido magníficos: una sobriedad, casi sequedad, que, sin embargo, provoca una rara y abstracta inquietud. Lo de instalarse en la cama, me parece admirable.
Lola
Lola,
Que envidia me da tu consejo tentación.
«Locura como la nuestro no hubo», dice uno de sus personajes dirigiéndose a una señora. El Astillero es una novela descomunal, de una tristeza infinita. Una negrura romántica más tierna que Faulkner, pero igualmente trágica. Onetti está entre los Muy Grandes, junto a Borges y gente así.
Q.-