Diplomáticos y militares hace muchos años que advierten, a través de sus discretos canales profesionales, de las amenazas que nos llegan del Magreb, que ideólogos y gobernantes han manejado a su antojo, con tentaciones partidistas, cuando no han dimitido de sus funciones o se han abandonado al coqueteo con fantasmales alianzas de civilizaciones.

Es célebre el caso de un ex ministro de la defensa que se hizo famoso, en Bruselas, París, y otras capitales aliadas, por “disculparse” y no asistir a reuniones militares bilaterales (España-Francia) o multilaterales (OTAN o 5 + 5) donde se trataba de cooperación anti terrorista entre Europa y el Magreb, o del futuro de la Alianza ante las nuevas amenazas emergentes.

En alguna cumbre de ministros de la defensa del grupo 5 + 5 (España, Francia, Italia, Portugal y Malta + Argelia, Marruecos, Libia, Túnez, Mauritania), algún ministro español ha llegado a marcharse antes siquiera de terminar unos trabajos en los que apenas había trabajado, víctima de algo más que su monolingüismo impenitente, alegando como disculpa de su pronta retirada la urgencia de sus asuntos castellano-manchegos.

Sin duda, no siempre es indispensable la participación del ministro del ramo en la cooperación en materia de defensa. Puede ser sustituido eficazmente, con profesionales de valía. Sin embargo, los aliados europeos son poco sensibles a ese tratamiento ideológico de los temas de seguridad: nombramiento a dedo de personalidades no siempre muy aptas. Acompañados de una visión ideológica global que no comparte ningún aliado de peso. Entre militares y expertos, la terminología y retórica de la Alianza de civilizaciones causa profunda consternación.

La cooperación en tales cuestiones pasa esencialmente a través de canales profesionales. La cooperación anti terrorista hispano-francesa es un modelo canónico. Sin embargo, la retórica ideológica complica y enturbia la visibilidad real de unos problemas de una gravedad evidentemente trágica.