España defiende con “energía” posiciones europeas que recortan su independencia nacional y se percibe inaudible en terrenos que recortan su derecho a voto en la UE.
La diplomacia gubernamental parece defender con “virilidad” posiciones como la necesidad de un presidente europeo, o una diplomacia común. Sin embargo, Alemania (gas ruso), Francia (Irak) e Inglaterra (Irak) tienen vigorosas diplomacias nacionales, que no son forzosamente aceptables, siempre, para el resto de los miembros de la Unión.
En Paris puede coquetearse con la idea de un presidente de la UE, ya que un cargo de tal relevancia podría culminar la carrera de eminentes personalidades, como Valery Giscard d’Estaing. Y el presidente Sarkozy puede utilizar ese comodín para tentar a Tony Blair. ¿Cómo se percibiría en España una UE presidida por Giscard o Blair?
Sin embargo, el gobierno español guarda un silencio sepulcral en el terreno crucial de la pérdida de peso que bien refleja el recorte de los votos nacionales dentro de las instituciones comunes. En ese terreno crucial, Polonia ha defendido con mucho vigor sus intereses, tan semejantes a los de España. España acepta sin rechistar el recorte de sus derechos de voto nacionales conseguidos en el Tratado de Niza.
El gobierno dice defender un difunto proyecto de Tratado que recortaba los votos, el peso y la influencia de España dentro de las instituciones europeas. Alemania, Francia e Inglaterra y Polonia, se sirven de los despojos de tal proyecto para defender con mucha energía sus respectivos intereses nacionales.
Los Estados y la UE son monstruos fríos: el poder y la influencia se afirman a través del peso que solo reflejan los votos y el derecho a veto, para defender los intereses nacionales, llegado el caso. Alemania, Francia e Inglaterra aman tanto a Europa que desean darle sus colores nacionales. Los colores españoles quedan diluidos con el sonámbulo maquillaje “europeo”.
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Decíamos ayer…
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