Prometer que no se “parará” hasta “detener a los culpables del atentado que costó la vida a seis soldados [españoles, colombianos, neoyorquinos o euskaldunes], en el Líbano”, es una ligereza verbal comprensible por la emoción, reflejo estéril de una realidad inquietante.
Para perseguir y detener a una banda de asesinos, en el Líbano, hay que tener las hondísimas convicciones morales de personajes como Golda Meier: “Reprocho a los palestinos que asesinen a nuestros hijos. Pero les reprocho mucho más que nos obliguen a matar a los suyos”.
Si se desconoce esa realidad atroz, con palmarias raíces bíblicas, la gesticulación verbal sobre los ataúdes de las víctimas tiene algo, para mi sensibilidad, de innecesaria profanación cínica, por ignorante, de los cadáveres de los inocentes.
● Septiembre Negro, ETA y Terror, en Madrid.
● Madrid, Munich, Holocausto, GAL, Felipe González, Jorge Semprún y la moral de los intelectuales.
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