Andrew Valko, Admissión, preludio a un Crimen perfecto
[El asesino siempre vuelve al lugar del crimen] Grace Kelly ya era una princesa de reino encantado antes de convertirse en SAS la princesa Grace de Mónaco. Y ese título solo hizo más hondo el misterio de una princesa de cuento de hadas, cuya fascinación reside en la tierra de nadie de los seres de ilusión y encantamiento.
La exposición Les années Grace Kelly, comisariada por Frédéric Mitterrand para el Grimaldi Forum de Mónaco, permite explorar muchas páginas mal conocidas de tales historias, donde no siempre es fácil discernir la frontera entre las leyendas, la historia, el personaje y su gloria.
Cuando Grace Kelly conoció a Rainiero de Mónaco, la primavera de 1955, la futura princesa ya había rodado en Montecarlo una de sus más legendarias películas, Atrapa a un ladrón, junto a Cary Grant, dirigida por Alfred Hitchcock, por los mismos parajes donde veintisiete años más tarde se despeñaría el automóvil deportivo, conducido por una de sus hijas, la princesa Estefanía, precipitando la trágica muerte con la que se ponía un crespón negro al incipiente mito. Y las columnas de chismes cosmopolitas ya le habían atribuido numerosos romances, atizando las llamas del incendio contenido en una bola de cristal.
Hija de un empresario afortunado, deportista capaz de ganar medallas de oro, en una disciplina difícil como el remo, y de una madre de origen alemán, gran modelo ella misma, una de las primeras cover girls de su tiempo, la joven Grace Kelly incapaz de estudiar matemáticas se instaló en Nueva York en una institución para jóvenes católicas, donde estaba prohibida la entrada de hombres, para comenzar su carrera como modelo. Ella soñaba con ser una gran actriz de teatro. Pero su formación deportiva y su fotogenia, desde niña, cambiarían sus proyectos.
Crimen perfecto
Grace Kelly pasó de ser una joven provinciana acomodada a una estrella de Hollywood en apenas cuatro años (1948 y 1952), entre sus estudios en la muy respetable American Academy of Dramatic Art de Nueva York y su primer gran papel con Gary Cooper, en Solo ante el peligro. ¿Fue cierto el “romance” que le atribuyeron con Cooper las brujas / comadres de Hollywood? Todas las imágenes y campañas publicitarias anteriores a Hollywood ilustran siempre la figura de una belleza apolínea, deportiva, de una gracia aérea, que Hitchcock fue el primero en comprender en toda su insondable fuerza mítica: la de un ser de cuento de hadas, frío, angelical, muy bello… cuya belleza fría, distante, oculta tormentas pasiones, entrevistas a la luz del claroscuro de un crimen, un asesinato, una historia torrencial.
Es muy posible que el Shah de Persia se dejase atraer por ese personaje, aéreo y carnal. Algunos biógrafos han dejado el rastro de fabulosos regalos de joyas, que la joven Grace rechazaba, antes de ser famosa, en el Nueva York de la inmediata posguerra, sin llegar a ceder a los avances de un déspota soberano que ya le prometía poner un inmenso reino a sus pies. Parece bastante plausible que Ray Milland también estuviese seducido por su joven compañera de rodaje en Crimen perfecto: y esa historia secreta también tiene mucho de turbulento cuento de hadas pasional.
Fue Hitchcock quien explicó por vez primera, ante Grace Kelly, seducida por el gran arte del narrador de historias de terror, uno de los misterios de esa atracción fatal: “Una escena de amor debe filmarse como un crimen. Y un crimen debe filmarse como una escena de amor”. Esa turbadora relación entre el sacrificio amoroso, la pasión y el descarrío criminal está muy presente en la historia inmensa de los cuentos de hadas y terror. Las relaciones entre Cary Grant y Grace Kelly, en Atrapa a un ladrón, rodada en los altos de Montecarlo, precisamente, antes que la futura princesa conociese a su futuro príncipe, tienen esa misma ambigüedad turbadora. Y la belleza en apariencia fría de la princesa en ciernes habla de su condición de ser frágil, ser de ilusión, perdido en un mundo implacable, como ocurre, parcialmente, en Mogambo, donde Ava Gardner encarna la turbulencia de las pasiones a flor de piel y Grace Kelly es la heroína cuya callada pasión estará muy cerca del sacrificio.
Convertida en SAS, la princesa serenísima de Mónaco, Grace Kelly llegaba a su reino encantado arrastrando las luces y las sombras de una inmortalidad ya ganada en los estudios fotográficos de Nueva York y Hollywood, fotografiada por los más grandes maestros de su tiempo, Irving Penn, Richard Avedon, Jacques-Henri Lartigue, Cecil Beaton, Tony Armstrong-Jones, Howell Conant, Mark Shaz y el maestro Erwin Blumenfeld. Varios de esos enormes fotógrafos ocupan un puesto importante en la historia de la fotografía contemporánea. Pudiera glosarse ad infinitum el atractivo y la gracia de una princesa de estudio publicitario, para esos maestros del arte del retrato y la fotografía de moda.
Pero una primera evidencia se impone: ellos descubrían en Grace Kelly unos encantos que sus fotografías nos ayudan a comprender y que algo tienen que ver con el arte de mirar, andar, caminar, posar con gracia y en gracia. En verdad, el (falso) “glamour” y las historias “principescas” fueron un añadido postizo. Grace Kelly llega a ser princesa de cuento de hadas a pesar de las coronas y atuendos principescos. Las tres películas de Hitchcock, Crimen perfecto, La ventana indiscreta y Atrapa a un ladrón, dicen lo esencial: el hada o la princesa del cuento de hadas, puede precipitar abismos de locura y pasión, para prometernos la ilusión de una vida feliz. Las brujas / comadres de Hollywood lo decían de otra manera: “Todos los hombres sueñan con pasar una noche con Marilyn. Pero sueñan con pasar toda una vida con Grace Kelly”.
Promesa e ilusión que perduran más allá de la muerte, como bien nos recuerda el río sin retorno de los homenajes póstumos. Algunas pistas, entre muchas otras posibles: la canción de Billy Joel, el blues de Eels, la balada de Paul Gilbert, el episodio de Criminal Minds, el homenaje de Mika, el cantante que sueña con la princesa encantada, en su Beirut natal, para despertarse aterrado en un Londres desencantado, en busca de ilusiones perdidas.
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