Bernadette Chirac, que conocía a la guardia pretoriana de su esposo, en el Elíseo, le puso el mote de Nerón. Su caída pudiera iluminar judicialmente las más sórdidas maquinaciones de Estado, con insondables ramificaciones tentaculares, en Europa y quizá en España.
Los jueces instructores del caso Clearstream han prohibido a Dominique de Villepin que vuelva a tener ningún contacto con Jacques Chirac. Sospechando que el ex presidente de la República (interrogado él mismo como “testigo” en el laberinto de los escándalos de la alcaldía de París) y su antiguo hombre de mano, Nerón, como secretario general de Elíseo, como ministro de asuntos exteriores e interior, como jefe de gobierno, como fallido sucesor a la presidencia de la República, pudieran ser cómplices de actividades crapulosas, con fines asesinos: cortar las venas políticas de Nicolas Sarkozy.
La conspiración que intentan desenmascarar los jueces parece poner de manifiesto la utilización de los más altos recursos del Estado con feroces fines personales: exterminar a un adversario, utilizando los servicios de un general del contraespionaje nacional, Philippe Rondot, y del vicepresidente de la primera empresa aeronáutica y militar europea, EADS, Jean-Louis Gergorin.
A tales operaciones crapulosas, Sarkozy añade otra e inconfesable: siendo ministro del interior, Villepin pudo “producir” y hacer llegar a su esposa Cecilia grabaciones telefónicas y documentos que precipitaron una angustiosa crisis matrimonial.
Mientras daba lecciones de moral diplomática a Washington y Madrid, Nerón utilizaba los peones de un “gabinete negro”, moviéndose como pez carnívoro en el agua encharcada de los pasillos y letrinas del poder supremo, impunemente. Aludiendo a su más íntimo enemigo, Sarkozy hizo en su día esta confesión íntima: “Cuando descubra quien intentó destruir mi familia, lo colgaré en un garfio de carnicero”.
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