Ya escrito mi modesto homenaje a los metafísicos murcianos y valencianos, descubro con alegría una reflexión de Enrique Andrés Ruiz sobre el mismo tema que va mucho más allá y explica mejor que yo esa misma pintura, que se resiste a morir para descubrirnos otros mundos de misterios y encantamiento.
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Es para mi motivo de gran alegría poder publicar ese texto en este Infierno, con la amistosa autorización de su autor.
Ángel Mateo Charris, El comedor de loto. 2006. O/L, 75×150.
NUEVOS ESPAÑOLES EN LA CIUDAD VIEJA
Enrique Andrés Ruiz
Se hace como leer un capítulo de literatura fantástica o apócrifa la travesía del amplio ensayo histórico que el profesor Pavel Stepánek ha escrito a cuento de esta exposición de cuatro pintores españoles en Praga. Leemos, indecisos entre la veracidad y la fábula, el hilván de curiosidades que cose los hilos históricos entre el viejo reino de Bohemia y el Levante español. Vamos sabiendo del rey Wenceslao IV, pretendiente de la princesa aragonesa; de la pretensión y tozudez de Benedicto Luna, cuando Aviñón, en días que fueron los del viaje español del noble Václav de Donin; encontramos a Pedro de Valencia, alumno del reformador Jan Hus en la Universidad de Praga, y a San Francisco de Borja, general de jesuitas y embajador, ante el Emperador Rodolfo, del gran Felipe; y habrá que santiguarse, por fin, bajo san Juan Nepomuceno, santo checo de buena devoción valenciana, o saludar a Baltasar Marradas y Vich, gobernador militar de Praga y de Bohemia, de tumba en la Ciudad Vieja… Pero estas mismas dudas entre lo real y lo imaginario, la verdad y su apariencia, son también las que levantan hoy en Praga los otros nombres de esos cuatro pintores.
Ángel Mateo Charris, Gonzalo Sicre, Joël Mestre y Santi Tena vienen de aquel apogeo que a mitad de los años noventa hizo de Valencia la capital de una cierta pintura española en la que los aficionados quisieron reconocer su tenaz afición. Para esa pintura, en la que la apariencia real y la representación virtual llegan a una especie de equívoco pacto, fueron importantes la exposición Muelle de Levante (1994) y, en general, las convocatorias del Club Diario, así como el trabajo del galerista Ramón García Alcaraz en My Name´s Lolita. Y para estos y otros pintores como Paco de la Torre o Teresa Tomás, la metafísica italiana, incluso el Novecento, el realismo alemán, Hopper, Deineka, el último Malévich… eran puertas que se abrían entonces a nuevas estancias en las que la pintura podía encontrarse cómoda otra vez. Ya se había cumplido, sobre todo en París y Londres, la revisión de los realismos y figuraciones de entreguerras condenados antes por lesa modernidad. ¿Y en España? En España había que soportar de nuevo la reacción gnóstica de progreso que inevitablemente saca el conocido y majadero argumento. En las últimas décadas del siglo XX —viene a decir— la pintura ya había sido por fin erradicada por los otros comportamientos vanguardistas. Sin embargo, un día se reunieron la señora Thatcher, el presidente Reagan y los espíritus de Primo de Rivera y Menéndez Pelayo con unos cuantos críticos blandos, para ver así de implantar una pintura nuevamente de derechas para servicio del fetichismo burgués, mediante los habituales canales imperialistas. Este argumento acompañó al pictorialismo de los ochenta y sigue viajando siempre, como la nube en el desierto, sobre cada pintor que pinta, como es el caso de nuestros cuatro pintores.
Ahora bien, estos nuevos metafísicos (para entendernos) tenían una coartada, quiero decir que no pintaban por derecho, sino mediante una oblicuidad estratégica. Probablemente siempre les fue familiar el sustrato pop valenciano, pero además su método fabricador partía de una realidad ya vista a través del artificio de otras representaciones. Charris ha sido así el artífice de unas imágenes de inusitada eficacia, casi publicitaria o cinematográfica, gracias a un brazo y un ojo exactamente ajustados a la concisión de esa imagen poco inocente. Pero en las pinturas de Sicre, quizá hoy más manierista y más intimista que cuando sus aventuras hopperianas, casi siempre late una melancolía de crepúsculo que lo aleja un poco de esos juegos irónicos, tan explícitos, por ejemplo, en Santi Tena y su utilización de los tebeos o los dibujos animados. Por fin, Joël Mestre, estudioso de Alberto Savinio, hace bien poco que expuso en Valencia su Marvazelanda, otro territorio fantasioso en el que el sueño tecnológico, hecho de fibras ópticas y brillos fluorescentes, de reverberos eléctricos luminosos, ha alcanzado una representación pintada de singular precisión y casi diría, aunque parezca mentira, elegancia. Y con todo esto han engañado —no siempre— a la nube clamante contra la conspiración reaccionaria que, por lo visto, impone la pintura sobre un mundo sediento de transgresión, revolución y justicia.
● CUATRO PINTORES ESPAÑOLES. CHARRIS, SICRE, MESTRE, TENA.
CMVU. Museo checo de bellas artes de Praga.
21 Husova St, Praga 1-Old Town. Hasta el 23 de septiembre.
Comisarios: Pavel Stepánek y Jan Krítz.
Organiza. CMVU y SpainArt Asociación para la promoción del arte español.
Patrocinan: Embajada de España, Comunidad Valenciana y Región de Murcia.
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