¡Combatir los mascarones de Caína a través de la cultura..! ¡Concebir y fraguar otra España, a través de la educación..!
Se han cumplido sin pena ni gloria cien años del primero y más noble de los proyectos nacidos con tan épicas ambiciones: la Junta para la ampliación de estudios, indisociable de la Institución Libre de Enseñanza y la Residencia de estudiantes. Juan Ramón avanzó en la Residencia, por vez primera, su urgencia tan actual de reconstruir la “arquitectura espiritual” de España.
Carmen de Zulueta, nacida y educada en la ilusión de aquella esperanza, ha escrito el mejor recuerdo que he leído con motivo del centenario. Carmen de Zulueta, ¡qué mujer! ¿Es necesario recordar que tal evocación está escrita en el destierro neoyorquino, la patria última de su autora..?
ABC, 23 julio 2007
Cien años de la Junta para ampliación de estudios
CARMEN DE ZULUETA
Cuando España perdió en 1898 sus últimas colonias, los españoles sintieron la derrota en lo más íntimo. No les importaba tanto Puerto Rico ni la isla de Guam, pero Cuba era su más querida posesión.
Habían luchado por ella con todas sus fuerzas, engañados por generales como Weyler o ministros conservadores como la Cierva que les hacían creer que España era un país fuerte y que no dejaría que «los choriceros de Chicago» la derrotaran. Las crónicas en revistas como «La Ilustración española y americana» daban una impresión de sacrificio por parte de España. Por ejemplo, un fino grabado mostraba a un marino español en la cubierta de un barco, herido de muerte y debajo: «Los españoles mueren, pero no se rinden». Otros españoles querían remediar el atraso de España, no sólo en sus fuerzas de defensa, sino en algo aún más importante: la cultura.
Mi padre, Luis de Zulueta, que perteneció a esta generación del 98, debía haber ido a la guerra, pero el sistema español tenía una manera de evitarlo: pagaban a un pobre infeliz para que fuera en su lugar. Se llamaba esto «el soldado de cuota», y un pobre muchacho de Castilla o de Andalucía se enlistaba por unos pocos reales e iba a morir o a enfermar en Cuba, de paludismo, o de otras fiebres. Mi tía, Mercedes Cebrián, me contaba cómo había visto venir a los pobres soldados, tiritando en sus trajes de rayadillo de algodón, con las fiebres, sin comida. Era un espectáculo que daba mucha pena en las grandes ciudades como Madrid o Barcelona.
Vino entonces el incidente del Maine, un acorazado americano en la bahía de La Habana, que no se sabe por qué explotó un día. Eso fue la excusa de atacar a los españoles y forzarlos a salir de Cuba. «Remember the Maine» se volvió el dicho que seguía animando a los Estados Unidos a desalojar a los españoles de su isla. Se fueron, pero les dolió mucho. Cuba había sido una prolongación de España en el Caribe. Muchas viejas familias españolas habían ido a Cuba, se habían asentado allí y la vuelta a España era dolorosa. Mi propia familia Zulueta había ido a la isla, no a La Habana sino a Trinidad, una bella ciudad que conocí en un viaje a Cuba hace unos años. Gregorio de Zulueta fue de la provincia de Álava en España a Trinidad, donde tenía su finca, sus esclavos, y donde encontró a la que fue su mujer: Margarita de Jesús Fernández, criolla, nacida en la isla. Sus retratos cuelgan en la pared de mi sala en Nueva York, enmarcados en caoba cubana, chapados de pan de oro. La pérdida de Cuba y las otras colonias produjo una generación que no hacía más que lamentarse de esa desgracia. Buscan un salvador en esa tragedia y el salvador es Don Quijote, un idealista derrotado que les parece que simboliza la España derrotada.
En 1905 se celebra en España el tercer centenario de la publicación del Quijote y la generación literaria de aquella época lo aprovecha para lamentarse de la pérdida de Cuba.
Francisco Navarro Ledesma, un periodista de mediana fama, se vuelve importante en 1905 por su obra sobre el Quijote publicada bajo el nombre de «El ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra». Don Quijote se convierte en la víctima del 98 y lleva encima la pena de España. Otros autores contemporáneos escriben también sobre el Quijote. Azorín escribe «La ruta de don Quijote y Sancho»; Unamuno también se incluye en esta generación, llamada del 98, en su libro «Vida de don Quijote y Sancho». Rubén Darío, nicaragüense y a la vez español, escribe un poema a D. Quijote.
En 1904, el Rey Alfonso XIII, en un Real Decreto del 2 de enero de 1904, fijó el mes de mayo de 1905 para celebrar en toda España el tercer centenario de El Quijote. La Real Academia Española inicia la conmemoración con una edición facsímil de la edición príncipe de 1605.
No todos los españoles estuvieron satisfechos con esa declaración del Rey. Sabían que la derrota de España no era sólo militar. España estaba atrasada en muchos aspectos y uno de ellos era el cultural. No se podía seguir viviendo de las glorias del pasado, de las conquistas del siglo XVI, había que ponerse al nivel cultural de otros países europeos. Esta fue la razón por la que un grupo de españoles ilustres entre los que se contaban D. Marcelino Menéndez Pelayo, D. Ramón Menéndez Pidal y el científico D. Santiago Ramón y Cajal, que había recibido en 1905 el premio Nobel de Ciencia, decidieron crear en enero de 1907, hace ahora cien años, la Junta para Ampliación de estudios e investigaciones científicas, ratificada por el ministro de Educación, D. Amalio Gimeno, el 11 de enero de 1907, llamada popularmente «la Junta de pensiones», porque lo primero que se decidió fue el mandar al extranjero a un grupo de jóvenes para que adquiriesen los conocimientos que existían en Europa de ciencia, de literatura, de educación que harían que España fuese verdaderamente europea.
En el preámbulo de dicho Real decreto se expone la necesidad de formar el personal docente, señalando que este problema está íntimamente enlazado con el del fomento de los estudios científicos, y que otros países lo han resuelto enviando al extranjero a la juventud estudiosa. Así lo hacían a la sazón -estableciendo un intercambio intelectual pródigo en beneficios- Francia, Italia, Inglaterra, Alemania, Turquía, los Estados Unidos, Chile, China y el Japón, es decir pueblos de distintas razas y distintos continentes. Y así se había hecho entre nosotros en siglos pasados.
«La comunicación con moros y judíos y la mantenida en plena Edad Media con Francia, Italia y Oriente; la venida de los monjes de Cluny; las visitas a las Universidades de Bolonia, París, Montpelier y Tolosa; los premios y estímulos ofrecidos a los clérigos por los Cabildos para ir a estudiar al extranjero y la fundación del Colegio de San Clemente en Bolonia- dice el preámbulo de dicho Real decreto -son testimonio de la relación que en tiempos remotos mantuvimos con la cultura universal». En una carta a Unamuno de 1907, mi padre le pide datos de pensiones de religiosos en Salamanca. Le dice que es porque quieren algún precedente para crear una nueva entidad. Esta nueva entidad es la Junta para ampliación de estudios e investigaciones científicas.
La idea venía de don Francisco Giner y de la Institución Libre de Enseñanza, donde se había cultivado la cultura de otros países y el conocimiento de lenguas extranjeras desde su comienzo.
¿Qué propósito tenía esta Junta además de el de levantar el nivel cultural de España?
Según su secretario durante todo el tiempo que existió, José Castillejo y Duarte, la Junta fue como una casa construida empezando por el tejado. Ese tejado fue el patronato de pensiones. Este patronato se proponía pensionar a jóvenes españoles para que fueran a estudiar a países europeos y perfeccionar allí sus conocimientos de ciencia, literatura, filología, arte, etcétera. Los candidatos no estaban limitados por ninguna ley, simplemente por el proyecto que presentaban. Si este proyecto se consideraba razonable, el secretario le preguntaba si sabía hablar el idioma del país elegido. Si no lo sabía tendría que aprenderlo antes de viajar al extranjero.
Empezó a funcionar ese patronato que durante los años en que existió la Junta envió al extranjero a más de 1.000 españoles de todo tipo a estudiar las cosas más variadas. Mi propio padre fue pensionado por la Junta para viajar a Checoslovaquia, un nuevo país creado después de la Primera Guerra Mundial. Mi padre no sabía la lengua de ese país, pero se defendía en alemán, que había aprendido en Alemania en un viaje de estudios que hizo por su cuenta. La pensión de la Junta era modesta. No se quería que fuese un turismo de lujo, y en algunos casos muy limitada, ya que en Praga mi padre comía muy poco en la pensión donde vivía y se compraba huevos que sorbía crudos.
La Junta no exigía de los solicitantes que fueran graduados universitarios, que fueran de tal o cual parte de España. La única limitación era el valor del proyecto. Fueron así saliendo de España jóvenes que querían aprender algo en el extranjero. La cuestión que se presentó entonces fue: ¿Dónde vivirían esos jóvenes a su regreso a España? La cuestión se solucionó con la creación por Real Decreto del 6 de mayo de 1910 de la Residencia de Estudiantes, en los Altos del Hipódromo. Allí los jóvenes que volvían de sus estudios en el extranjero encontraban un hogar en el que además de casa y comida existía un ambiente cultural. Había piano, se cantaba, se estudiaba, se hacían excursiones por España. Es muy famosa y muy conocida la época en que coincidieron en la Residencia Federico García Lorca, Salvador Dalí y Luis Buñuel. Fue la época dorada. Además de la Residencia, llamada familiarmente «la Resi», se crearon varios dentros de investigación. En los mismos terrenos de los Altos del Hipódromo se crearon el laboratorio de histología donde trabajó Santiago Ramón y Cajal y más adelante Pío del Río Ortega, Juan Negrín y otros científicos del momento.
Desde Sevilla
Mon cher Q,
Enrique Otte, In Memoriam
Murió D. Enrique Otte, un gran hispanista. A los 83 años de edad, en silencio, trabajando como había hecho siempre, murió en Berlín Enrique Otte, discípulo predilecto de Ramón Carande, maestro de historiadores y gran hispanista. Su vida entre Alemania y Sevilla le marcó desde lo más hondo y le convirtió en un hombre inquieto, original, siempre nostálgico, siempre añorando una de sus dos patrias.
De madre alemana con ascendencia judía, nació accidentalmente en Madrid y a los 21 años adoptó la nacionalidad española. Sobrevivió en la Alemania de los años turbulentos (de 1939-1944) y fue llamado a filas del ejército nazi, de cuyo servicio se libró por su nueva nacionalidad. Vino a España en 1944 y, asfixiado por la situación política y económica, marchó a Inglaterra, donde conoció a María, la que sería su esposa y fiel compañera durante toda su vida. Dos años más en Alemania estudiando Filosofía le convencieron que el ambiente que allí se respiraba no era mejor que el que había dejado, y en 1948 retornó a España, a Sevilla, al barrio del Porvenir, donde su madre regentaba la conocida Pensión Otte, por la que pasaron personajes célebres como Marguerite Yourcenar, Henry Miller o Trevor-Roper, a los cuales conoció y trató siendo un joven despierto y curioso que había iniciado sus estudios de Derecho primero e Historia después. Aquí permaneció hasta el año 1966, en el que sin posibilidades de trabajo tuvo que volver a Alemania, donde ganó una cátedra de Historia de América Latina en la Universidad libre de Berlín…
(continuará)
Mein lieber EM,
Qué maravilla de personaje. Cómo te agradezco esa nota biográfica, que bien me hubiese gustado escribir yo mismo…
Q.-
Cher Q,
Dicebamus hesterna die…
En su última entrevista firmada por Alfredo Valenzuela en ABC de Sevilla el 12 de marzo de 2006, Otte contaba cómo conoció a Carande en la Facultad de Derecho y cómo una vez iniciado en Historia le pidió trabajar con él, a lo que Carande le contestó: «Bien, pues entonces hay que ir al Archivo». «¿A qué Archivo?», le preguntó el joven Otte. «Al de Indias, naturalmente», contestó.
Desde entonces, Enrique Otte ejerció su vocación de historiador trabajando tanto en el Archivo de Indias como en el de Protocolos Notariales, y escribiendo una historia que siempre estuvo en la frontera entre lo económico y lo social. Sus dos plataformas, Santo Domingo en América y Sevilla en la Penísula, le llevaron a descubrir una serie de redes transatlánticas de mercaderes, banqueros y financieros, terreno en el que se ha desarrollado su abundante bibliografía. Su último libro publicado, Sevilla y sus mercaderes a fines de la Edad Media, publicado en Sevilla en 1996, es como una especie de colofón de toda su obra anterior. Sus otros dos grandes libros son Las perlas del Caribe: Nueva Cádiz de Cubagua (Caracas, 1977) y Cartas privadas de emigrantes a Indias (1540-1616), editado en Sevilla en 1988. Tanto en uno como en los otros, vuelca parte de los datos recopilados hora a hora, día a día en los archivos sevillanos.
Él solía decir que era alemán, que su lugar de nacimiento había sido Madrid, pero que su amor era Sevilla. Fiel a ella, quiso donar su biblioteca y su rico archivo a la ciudad, y lo ha hecho a través del Centro de Estudios Andaluces, con el que firmó un convenio por el que quedarán depositados en su sede para que jóvenes estudiantes profundicen en la Historia económica de Sevilla del siglo XVI como era su deseo. Con ello, de alguna forma, una parte de Enrique quedará siempre en… la ciudad a la que tanto amó, tanto añoró y que tan poco le dio. Descanse en paz.
Votre ami,
Em
Mein lieber EM,
Sigo aprendiendo y agradeciéndote…
Q.-
Desde Sevilla
Maese Juan Pedro,
A la autora de La colina de los chopos
In Memoriam
«Rosa:
¡cuánto tiempo! Pero nunca fuiste una persona lejana para mí. Concha me dió a leer tu cuento publicado en Sur y hemos hablado. Sí, eres de las pocas personas continuadas que conozco; en todo lo tuyo he visto siempre esa curva completa que, dentro del mundo de hoy -tan entrecortado, tan fragmentado-, es muy consoladora. Y tienes por la realidad ese respeto que tanto me gusta; ni realismo ni fantasismo, porque el realismo pisotea lo verdadero, y el fantasismo, pisotea todo. Cuando alguien tiene esa actitud respetuosa por la realidad, ella entonces, como agradecida, parece entregarle su misterio, no revelarle su misterio -que eso sería casi una indecencia-, sino entregarle su misterio intacto; ese es el misterio que hay en Fidias, en Van Eyck, en Cervantes, en Velázquez, o sea, en todos aquellos que tuvieron el secreto de la realidad, y supieron guardarlo, callarlo. El realista lo habla todo, pero al fin no dice nada, no puede decir nada, ya que la realidad, ofendida sin duda, le ha retirado su sentido. Y el fantasista -con su misterio voluntario puesto encima de la realidad para emborronarla- todavía me parece más condenable; es el suyo un misterio sin nacimiento, sin origen.
Un abrazo de tu vecino en el santoral.
Ramón Gaya»
votre ami,
Em