Entre mis numerosos jefes, redactores jefes y directores, el primero de todos y el más generoso con mis locuras fue Miguel Higueras. ¿Cómo no emocionarme cuando abro un paquete y descubro su novela (1), que tiene como fondo mítico aquel pueblo de nuestra adolescencia..?
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Aquel pueblo sigue siendo el pueblo de Miguel, Palma del Río, en la vega del Guadalquivir. El pueblo de mi adolescencia errante y gloriosa, donde tuve como decrépita morada aristocrática un destartalado palacio del siglo XVI o XVII, propiedad del terrateniente del lugar, el Señor, de quien guardo el más cariñoso recuerdo: ¡como temblaba de emoción cuando me llamaba para dictarme cartas que eran órdenes sumarísimas para sus subordinados, entre los que se encontraba mi padre..!
Miguel tiene otra visión de ese y otros personajes. De hecho, yo he buscado y encontrado en su libro el eco de ya tan lejanas historias, que no sé si me invento y él debe considerar fiel prolongación de los desvaríos que ya descubría en mis críticas literarias de la época. En la revista que Miguel dirigía (Alas..), él era director y analista de política internacional. Yo debutaba como crítico literario. Miguel daba ajustados palmetazos a los dirigentes del Kremlin y la Casa Blanca. Yo sentenciaba sobre Prometeo encadenado y Crimen y castigo. Han pasado algunos años. Miguel ha hecho una larga carrera profesional, en México, Nueva York, Washington, Lisboa, que se yo, medio mundo. Yo terminé recalando en París. Y devoro su historia en busca de los ecos y las sombras de aquellos adolescentes que fuimos y ya estaban poseídos por pasiones tan semejantes a las de sus personajes: todos corríamos detrás de las mismas adolescentes en flor, que hoy ya son madres respetables, si no abuelas…
Su río, el río de su novela, es el Guadalquivir o el Genil, que desemboca en el río grande en Palma del Río, justamente. Y algo tiene de la tierra mítica de otros viejos ríos de leyenda. Con sus sombras, sus pasiones, sembrando la tierra que es aquella tierra de nuestra adolescencia y otras tierras por venir con las semillas de viejas historias y leyendas que corren de boca en boca, por los pueblos y las tabernas de la vieja tierra broncínea del Sur. “Campo, campo, campo; y entre los olivos los cortijos blancos”, decía don Antonio Machado, cuando también él bajaba hacia su tierra, que casi es la de Miguel.
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(1) El viejo río grande, Miguel Higueras. Prólogo de Luis María Ansón. Ed. Almuzara.
María Vacas says
El viejo rio grande es una de las mejores novelas que he leido en mucho tiempo. Tiene personajes y diálogos verosímiles, y las descripciones del paisaje y el entorno son asombrosas. Se puede decir que el paisaje es un personaje más de la historia; tal vez, el más importante, porque condiciona de una u otra forma las actitudes de todos ellos.
Si comparo este libro con la mayoría de los escritos por nuestros autores más consagrados del momento actual (y prefiero no citar nombres), diría que está muy por encima: para ser exactos, a años-luz.
jaime says
Buenas, Juan Pedro. Muchas gracias por darnos noticia de este libro de Miguel Higueras. Este breve apunte, que nos das hoy, provoca su compra «casi inmediata». Me da la impresión que como en el flamenco esta novela tiene «pellizco».
JP Quiñonero says
Jaime,
Faltaba más, oye…
Q.-