La Fundació Catalunya Oberta ha premiado a André Glucksmann por sus artículos en defensa de la libertad y los derechos humanos.
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En Barcelona, el filósofo y ensayista dedicó el galardón a la memoria de Anna Politkovskaia.
● Glucksmann: Ségolène inmovilista; Sarkozy, movimiento.
● Glucksmann sobre Irak: “Europa solo tiene soluciones verbales”.
● Brindis con sangre.
● Sobre los orígenes del Terror contemporáneo, de Lenin a Bin Laden.
● “Francia se ha convertido en la capital europea del odio y el nihilismo destructor”.
Con motivo del premio de Catalunya Oberta, Sergi Dori ha dialogado con Glucksmann sobre Zapatero, Putin, Israel, Irán, el Holocausto, la Moral, en el Paseo de Gracia.
ABC, 27 septiembre 2007.
“El peor crimen de nuestro tiempo es el de la indiferencia”
Sergi Doria
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–En la ONU, Ahmanideyad niega el Holocausto y amenaza a Israel.
-Es una provocación peligrosa. A diferencia de la guerra fría, la disuasión no es automática, cualquier crisis puede llevarnos a la explosión. Había dos tabúes que frenaban la guerra. Uno, el recuerdo de Hiroshima y la posibilidad del fin del mundo; y dos, Auschwitz o la ferocidad fundamental. Ahmadineyad borra esos tabúes.
–¿Qué le parece la Alianza de Civilizaciones de Zapatero?
-Que el problema no es el diálogo interreligioso. Los islamistas no representan el Islam; la mayoría de sus víctimas son musulmanes: de Indonesia, Irak, Marruecos… El terrorismo islamista no es la religión del Islam, sino la religión de la muerte. Rodríguez Zapatero debería saberlo. El grito de Al Qaeda es «¡Viva la muerte!»
–Perduran los clichés de la izquierda…
-Perdura el marxismo-nihilismo. El Marx decapitado, sin perspectivas de un futuro paradisíaco y con toda la inquina anticapitalista. Los males vienen de Norteamérica y la globalización. El récord de penas de muerte lo ostenta China, pero los marxistas-nihilistas siguen criticando la pena capital en Estados Unidos. Las torturas en Bagdad o Israel conmueven más que los desmanes del ejército ruso en Chechenia. Hay millones de manifestantes contra la guerra de Irak y la de Chechenia -que mata a un ciudadano de cada cinco- reúne tan solo mil personas…
–Ana Politkovskaia lo denunció y le costó la vida…
-En francés diríamos que era una «femme-flamme», por su coraje. Cuando todo el mundo estaba pendiente de las torturas en la prisión de Abu Graib, ella llevaba vídeos de torturas a prisioneros chechenos: ninguna televisión se interesó.
–El caso Litvinenko muestra la impunidad de los servicios secretos rusos, al estilo Trotsky…
-Los servicios secretos dominan de nuevo el Kremlin. En cuanto a Putin, como reza el dicho, «chequista una vez, chequista siempre». Para el presidente ruso el peor acontecimiento geopolítico del siglo XX no fueron los muertos en la Segunda Guerra Mundial… ¡Fue la disolución en 1992 de la Unión Soviética! Si nos remontamos a Pedro el Grande o Iván el Terrible veremos que Rusia siempre se ha modernizado imitando la arquitectura de Europa, pero nunca copió de Europa el respeto a los derechos humanos.
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–¿No existe demasiada condescendencia con Rusia en una Europa energéticamente dependiente?
-El gas constituye para Putin un arma de guerra y de chantaje. El caso más flagrante es la gestión de Schroeder. Diez días antes de dejar la cancillería otorgó la garantía del Estado a los industriales que financiaban el gasoducto de Gazprom. Al cabo de un mes fue nombrado presidente de la compañía. En un estado de derecho a eso se le llama corrupción, pero ni la izquierda, ni la derecha alemana lo denunciaron. Los verdes combaten la energía nuclear, que liberaría del petróleo ruso… Siguen fieles a las consignas: «rojos antes que muertos». Pueden acabar «rojos y muertos».
–¿Quedará alguien con autoridad moral para juzgar el mal?
-Pienso en Havel, o en Juan Pablo II, que suscitaba ironía en algunos jefes de estado, pero que fue una autoridad moral para Solidarnosc. Pienso en las nueve personas que se manifestaron en la Plaza Roja cuando los tanques soviéticos invadieron Praga; en los profesores de universidad que prefirieron limpiar cristales antes de difundir la propaganda comunista del gobierno checo. En la gente que en 1953 salió a la calle en Berlín y en los obreros de Budapest en 1956. Y pienso, recientemente, en la población de Kiev y Georgia, con la revolución de las rosas. Y en los disidentes que defendieron los derechos humanos hasta provocar el más grande movimiento geopolítico del siglo XX: la caída del comunismo y la reunificación de Europa.
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