Tras haber manipulado una reflexión de Fernando Savater sobre España, se silencian sus explicaciones, para mejor confirmar la maledicencia de quien tira el odio y pudre las palabras.
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Fernando razona de este modo:
El Correo, 1 octubre 2007
¿Por allí resopla!
FERNANDO SAVATER
Permítanme que les entretenga con una pequeña anécdota personal, ejemplo de un mal muy frecuente y extendido: la manipulación que convierte la información en maledicencia. Hace bastante más de un año tomé parte en una mesa redonda en un hotel madrileño sobre el Estatuto de Cataluña, junto a mis amigos Arcadi Espada y Roberto Blanco Valdés. En mi exposición hice una defensa de la ciudadanía, la igualdad democrática de derechos y deberes, etcétera, frente a las concepciones territoriales discriminatorias y a las asimetrías autonómicas. En el coloquio, uno de los asistentes nos reprochó a todos los participantes no haber mencionado ‘la idea de España’. Yo traté de explicarle que a mí España no me interesaba como idea, esencialista y metafísica, sino como Estado de Derecho que garantiza mis libertades y las de todos los ciudadanos. Ante la insistencia de mi interlocutor en su planteamiento, terminé por decirle con culpable impaciencia (es mi carácter, como se excusó el escorpión ante la rana): «Mire, a mí la idea de España me la sopla». Hubo cierto revuelo, que incluso se prolongó en días sucesivos en las páginas de Abc. Nada del otro mundo.
Hace una semana, en una comida con la prensa para presentar algunos de mis libros en nueva edición, uno de los periodistas recordó el incidente de meses atrás. Como tengo el vicio pedagógico, en vez de reírme y descartar el asunto volví a repetir la explicación que arriba queda indicada. Al día siguiente, en algunas radios y algunos diarios, se ofrecía sin mayor atención a las circunstancias el tremendo titular: ‘Savater dice que la idea de España se la sopla’. Y los comentarios que glosaban la cita no eran mejor intencionados. Después de todo, estamos promoviendo un nuevo partido político y tal atrevimiento no cuenta con demasiadas simpatías en ciertos grupos mediáticos. El descontextualizado titular de marras iba rebotando por emisoras y columnistas, agravándose en su formulación mientras se alejaba de su origen informativo o deformativo, como prefieran. Según algunos, lo que me la soplaba no era la idea de España sino España misma en cuerpo presente. Hubo uno que aseguraba que mis palabras exactas fueron ‘España me la suda’ y seguro que otras versiones ofrecieron variantes como ‘la Hispanidad me la refanflinfa’, ‘el Cid me la suliveya’, etcétera Quizá alguien, asombrado por tales exabruptos, se haya preguntado por qué diablos un servidor se ha tomado durante años tantas molestias por defender algo que al parecer le interesa tan medianamente. En fin, qué cosas.
Disculpen este lamento pro domo y contra la manipulación de la palabra, fenómenos desgraciadamente nada raros en los medios de comunicación. La verdad es que no quiero quejarme ni excusarme, sino aprovechar el incidente para intentar una breve reflexión sobre esa cosa vidriosa, último refugio de los bribones según parecer del doctor Johnson: el patriotismo. Comenzando por lo obvio, nadie puede mandar en sentimientos y adhesiones emotivas. Hay quien siente su colectividad con tanta pasión como se ama a la familia y quien la considera desde un punto de vista más convencional y práctico. Algunos -la mayoría, supongo- combinamos ambas cosas, en dosis variables de emotividad y razonamiento. Lo importante a mi juicio es dejar claro que, hoy por hoy, España no es simplemente el nombre de una entidad platónica o de una exaltada colección de leyendas piadosas, sino la denominación del Estado de Derecho gracias al cual somos ciudadanos libres y no vasallos o siervos de la gleba, sometidos a los caprichos atávicos de un territorio y sus tradiciones. Quienes defendemos la unidad del país y la igualdad de todos dentro de él -leyes iguales para todos y todos iguales ante la ley- lo hacemos porque sin unidad e igualdad no puede haber garantía democrática de nuestras libertades. Precisamente somos los vascos opuestos al terrorismo (y por tanto amenazados por esta lacra) los que estamos en mejores condiciones para comprender la importancia de pertenecer al Estado de Derecho español y no depender totalmente de una administración local que en demasiadas ocasiones ha demostrado poca beligerancia contra la violencia y hasta cierto entendimiento político con las sinrazones de los violentos.
El campo en el que mejor se percibe la necesidad de un patriotismo ciudadano o racional es en la cuestión de los símbolos del país. Lo ha tratado muy bien recientemente Antonio Elorza en un artículo magistral (‘El vaivén de los símbolos’, El País, 21-9-07). Quienes no tenemos una especial relación apasionada con la bandera española -ni con ninguna otra, claro, salvo quizá la de la Cruz Roja- sentimos cierta dificultad a la hora de reclamar su presencia de acuerdo con la ley en los edificios públicos. Parece un asunto menor, al que sólo pueden conceder importancia los fanáticos. Sin embargo, no es así. Más allá de las connotaciones sentimentales que pueda tener para algunos, la bandera española tiene para todos los ciudadanos una significación utilitaria, como la tienen las diferentes luces de un semáforo: representa al Estado que defiende nuestros derechos y libertades. Allí donde se oculta o se menosprecia es porque se ha decidido no defender nuestros derechos o libertades ciudadanas. En un edificio oficial, la bandera indica que allí hay refugio y ayuda contra la amenaza de quienes quieren saltarse las leyes del Estado para imponer las leyes de la tribu… es decir, de su tribu. No mostrarla no ofende a una esencia sublime e incorpórea, sino que arremete contra personas concretas, decentes y que pagan impuestos entre otras cosas para garantizarse protección contra los usurpadores violentos. De ahí que sea incomprensible (o demasiado comprensible, ay, dada la vigente dejación de responsabilidades por parte de tantas autoridades) que no se le conceda importancia a su desaparición del ámbito público, como hace con culpable desahogo el ministro de Justicia diciendo que son cosas que «han pasado, pasan y seguirán pasando». Cuántas vergonzosas bobadas tenemos que soportar y pagar por oír, puesto que a fin de cuentas se trata de funcionarios cuyo sueldo sale de nuestros bolsillos.
Algo semejante podemos decir respecto a la quema casi ceremonial y provocativa de retratos de la familia real que últimamente parece haberse puesto de moda. Es difícil que alguien sea menos monárquico que yo, pero mis objeciones a la institución monárquica buscan el debate democrático y en su caso el cambio de las instituciones, no la exaltación de la violencia en nombre de un nacionalismo étnico aún más reaccionario, cerril y antidemocrático que la peor de las monarquías. No es lo mismo un chiste poco respetuoso en una revista cómica, aunque sea de muy mal gusto (los bufones siempre han tenido ciertos privilegios), que salir a la calle con una lata de gasolina para amedrentar al personal. También los miembros del Ku-Klux-Klan quemaban cruces en las calles de Alabama y no hace falta ser cristiano para sentirse agredido por semejante gentuza Es verdaderamente patético escuchar las ‘argumentaciones’, por llamarlas así, de quienes intentan que atropellos semejantes, no contra la Familia Real sino contra nuestros derechos de ciudadanía, como son esos aquelarres incendiarios, pasen por simples travesuras cuando no por manifestaciones de la libertad de expresión. ¿Y luego dirán que no hace falta la Educación para la Ciudadanía!
De acuerdo, todo eso está muy bien -me dicen algunos- pero usted, señor Savater, usted en persona: ¿No siente ninguna emoción respecto a esos símbolos y a esa España? Desde luego, no padezco ningún patriotismo obligatorio: me siento ligado a la España constitucional y democrática, pero no a la de Franco o a la de cualquier otro tipo de dictadura. Si mañana volviese el autoritarismo anticonstitucional de cualquier signo, no sentiría por esa España ningún tipo de simpatía. Pero por lo demás, cada cual tiene su corazoncito. Alguien tan poco dado a efusiones patrióticas como Pío Baroja escribió en ‘Juventud, egolatría’: «Yo quisiera que España fuera el mejor rincón del mundo y el País Vasco el mejor rincón de España». Pues bien, siempre he compartido el íntimo deseo del gran cascarrabias donostiarra.
PS. Las negritas son mías. La cita exacta de Samuel Johnson, según su legendario biógrafo, James Boswell, es esta: “El patriotismo es el último refugio de los canallas”.
paraules says
Vaya por delante que respeto mucho a Savater. Pero. Ese discurso de patriotismo constitucional (en el que yo misma me muevo) me parece endeble, aunque bien intencionado. Aunque ya va reconociéndolo (el «corazoncito») la patria es previa y, ¡ay!, me temo que fundamental. No me creo que él no se sientiese español cuando Franco. Supongámosle que luchaba contra Franco precisamente porque se sentía español. Pero claro, entonces los corazones vascos, catalanes… también tienen carta de naturaleza.
A todos nos gustaría hacer, a modo del gran Brassens, como que estamos durmiendo cuando el pueblo llano honra la patria, pero yo no concozco a nadie que sea tan civilizado (o tan cínico).
Ya secundario: la «boutade» de la reivindicación de la asignatura (los del gremio sabemos lo absurdo y kafkiano de toda esa polémica, como lo sabe cualquiera que recuerde ese tipo de asignaturas para «relajar» los tupidos horarios escolares). Pero claro, necesitan más que nunca encontrar su espacio electoral.
Lola
JP Quiñonero says
Lola,
Me siento muy próximo a tus razonamientos. Yo prefiero hablar de heimat (que es algo así como la patria chica, la patria íntima, etc.) y el modelo ideal es el de Brassens, efectivamente. Me parece igualmente esencial NO manipular lo que él ni nadie dice, claro,
Q.-
EM Parrilla says
Desde Sevilla
«En el sur de Europa están conspirando…»
Heimat und Exil…
Queridos Lola y Q…
Ayyyyyy, si Hestia -divinidad griega del hogar, la intimidad…y por estensión de la Patria- a la intemperie ayer y hoy, encontrase el camino de vuelta a su templo…Nosotros, los solitarios…perdón, quise decir los conjurados…buscamos el camino de Hestia,
Recibid un fuerte abrazo,
Em
PS: «En el norte de Europa están conspirando» Los Conjurados, JL Borges
paraules says
EM:
Desde Barcelona
«Mañana serán todo el planeta». Así sea.
Un abrazo también,
Lola
Remi says
Es el eterno problema de la izquierda, tratar de imponer la realidad a la ficcion. Que para conseguir el mundo soñado hay que predicar que no existen las patrias, ni las razas, ni los sexos, ni la familia, etc pues se predica. Mas adelante, y despues de superar mil desastres provocados por la imposicion de la ficcion (vease el estalinismo) cada una de estas cosas del mundo real vuelve a ocupar su lugar. Pero el mal ya esta hecho, lo que no desanima a los progres, que siguen dando la murga pidiendo turno para la siguiente vez.
Luis Rivera says
Pues yo comparto el artículo de Savater. El párrafo en que menciona a la España de franco no habla de «sentirse» sino de «estar ligado» a una España que define el poder. Decía, según dicen otros, Quin Shi Huang Ti, que fué el primer emperador chino, que el poder pertenece solamente a quien la capacidad de imponer el nombre a las cosas. El párrafo de Savater dice:
Se deduce de él y de lo que antecede que Savater combate una yuxtaposición de dos entes: España, idea sentimental que surge de un lugar geográfica, una historia común y España como Estado.
Yo creo que el problema que se nos viene viniendo encima siempre, es que una parte de los españoles mantienen esa confusión por cuestión ideológica. Por ello presumen que el Estado español y España son la misma cosa, cuando les interesa, pero rechazan las formas de Estado que son antagónicas a su manera de sentir España como nación. Así el odio a la República permitía separar los conceptos y la adscripción al franquismo permitía soldarlos.
La primera Constitución que hubo en España data de 1812 y en ella se definía a la nación como «la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios». Esto en sí, no presumía la inexistencia de otras realidades nacionales, sino que resumía el concepto de Nación Española.
Las sigueintes Constituciones venían a referirse a Nación o Monarqúía según fueran proclives a un lado u otro. Hasta la de la República que es la primera en que el término Estado se describe con cierta claridad.
Yo siento, como Savater, que España, definidida como Nación, puede llegar a ser una entelequia, ensueño ideal o idea metafísica, según cada cual determine su manera de sentir: es decir, territorio emocional.
Lo que creo que nos debiera interesar es la forma del Estado con sus componentes orgánicos, ejecutivos, etc. A mi me preocupa, (a mi, claro) el Estado que se dota de símbolos que resuman a la Nación que se constituye bajo una Ley de Leyes. La bandera española es la bandera de España porque así lo han definido los Estados que aquí se han sucedido, habiendo sufrido cambios desde el inicio. Los Reyes son los Jefes del Estado, no los Reyes de España: si no hubiera Estado no habrían Reyes constitucionales. Definir con claridad lo que es ser Rey y Jefe de Estado, que son cosas diferentes en su funcionalidad, es algo que nos debiera preocupar, creo yo.
Por eso estoy de acuerdo con Savater. Esta España democrática, constituida en Estado con la forma de monarquía parlamentaria, tiene símbolos que nos representan y afectan. Allá cada cual con los símbolos que representan a sus emociones emanadas de sus Españas, naciones, patrias o lugares. Nuestros símbolos no representan a una idea metafísica sino a una idea de convivencia. Un ejemplo bien cercano es que en el estado Español de Franco, bandera y escudo eran diferentes, y fué esta Constitución de 1978 la que determinó la forma de los nuevos símbolos, basados en la tradición, pero alterados en su percepción posible, totalitarioa o democrática.
Conviene recordar que en los años 30, el objetivo fundamental de los fascismos en sus formulaciones tácticas, eran La Conquista del Estado, herramienta poráctica que una vez conquistado permitiría promover y alcanzar el resurgir de España (herramienta metafísica)
Yo, personalmente, ante tal manera de confundir y creo que es en muchos casos por ignorancia, siempre contesto cuando me pregunta ¿que soy», con mi nombre y apellidos. Porque ni soy español, ni catalán, ni otra cosa, salvo en el íntimo convencimiento de la emoción cultural, única patria que me interesa y en la que habito. Pero soy ciudadano del estado Español, y me gustaría que me dejaran un poco tranbquilos salva patris y salva símbolos, igual que los quema patris y quema símbolos. Que no me merezco tanta bulla, vamos.
EM Parrilla says
Desde Castilleja de la Cuesta, Sevilla
Notas sobre la política de la singularidad cualsea…
Para ti…Luis
De La comunidad que viene, del professore Giorgio Agamben:
«¿Cual puede ser la política de la s i n g u l a r i d a d c u a l s e a, esto es, del ser cuya comunidad no está mediada por condición alguna de pertenencia, ni por la simple ausencia de condiciones sino por la pertenencia misma?»
PS: «A mi amigo Yayo y al Rey de España, Juan Carlos»
Manuel de los Santos, «Agujetas»
Luis Rivera says
Remi: una simple cuestión que me invita a reflexionar. ¿Cómo puede usted mezclar tal cantidad de cosas como son
Debatir es siempre un placer, pero caramba, es que hay que debatir con argumentos proios, aprendidos o desarrollados o una mezcla de ambas cosas, porque si llega usted al estalinismo por la vía del sexo, la familia y la raza pasando por la patria, que baje Savater y lo vea. Ahora, imagine que le contesta alguien siguiendo su contexto, off contexto, me digo, y aquí se lía la discusión de siempre que acabará en afirmar solemnemente que o Zapatero o Rajoy son culpables. Mecachis en la mar….
Miguel de Esponera says
Sólo una pregunta a Savater: supongamos que Cataluña fuera un Estado. Supongamos que fuera un Estado democrático y de derecho, que defendiera las libertades y los derechos individuales, como no podría ser de otra manera en el contexto donde se halla. ¿Para qué necesitarían a España?
El problema real no es la defensa del derecho frente a la tribu (estamos todos de acuerdo en oponernos a la coacción ilegítima); el problema es el patriotismo, amigo. No encuentro otras razones para oponerse al reconocimiento (previa reforma constitucional) de un derecho de secesión (bien regulado), más que las razones del patriotismo.
Dicho eso, aclaro: soy de Granada, y los nacionalismos me producen cansancio. Preferiría que no existieran. Eppur, existen.
Mr Bostezo says
Yo creo que es un sinsentido, lo siento, es mi opinión. No se puede aludir a una ciudadanía con derechos y deberes igualitarios sin idea de estado. Sino, ¿a qué se refiere Savater? ¿A que los ciudadanos del mundo tienen los mismos derechos sean de un país o de otro? Pues resulta que todos tienen diferentes leyes. Es la misma entelequia en la que caen muchos «retóricos» de la teoría. Dicen: primero vienen los derechos y luego los países, cuando en la realidad es al contrario, independientemente de que esto guste o no (de hecho si no fuera así sería el fin de los estados). Es una ley del orden (estado-pueblo) que, con muchos sistemas políticos distintos, se ha venido aplicando desde el inicio histórico de los estados (que arranca en el fin de la llamada prehistoria) y que se ha mantenido hasta las democracias modernas del siglo XXI. Quien ejerce el poder es quien permite unas leyes u otras. Y por cierto lo que teóricamente critica Savater (la igualdad de derechos y deberes de los ciudadanos) es algo que recoje expresamente el nuevo Estatut, pero en bilingüe en vez de en monolingüe, así que quizás no se lo haya leído, como es de moda actualmente. De hecho es uno de los estatutos más largos de la historia y sería comprensible que así fuera.
Sobre este tema, permitidme adjuntar un artículo del Avui aparecido hace unos días:
Catalunya me la sua
Francesc Puigpelat / puigpelat@lamanyana.cat
M’apresso a dir que el títol d’aquest article, deliberadament provocador, hauria de ser aquest: La idea de Catalunya me la sua, però l’he abreujat per problemes d’espai. Amb aquest títol, vull donar resposta a una frase bastant comentada que va pronunciar fa poc el filòsof espanyolista Fernando Savater: «La idea de España me la sopla».
La declaració de Savater va generar polèmica i va servir perquè determinats elements d’alguns fòrums digitals recollissin la frase com a demostració que Savater és un autèntic «no nacionalista» i que no és espanyolista. I, per reblar-ho, algú llançava un desafiament: «A ver si hay alguien de esos llamados catalanistas que se atreve a decir algo parecido sobre Catalunya».
Bé, doncs recullo el guant i ho afirmo: a mi, la idea de Catalunya me la sua. Entre altres coses perquè (seguint un argument de Josep Maria Terricabras) jo no sóc platònic. Plató era aquell senyor que deia que hi ha un Món de les Idees, tan real com la realitat mateixa. Jo, com que penso que el Món de les Idees és una fantasia per a badocs, puc dir que les idees (i, concretament, la de Catalunya), me la suen.
Si es vol, encara concretaré més: me la sua el fet que Catalunya sigui una nació o no hi sigui. El debat sobre si Catalunya (o Espanya, o Birmània, o Kansas) són nacions m’és indiferent, perquè penso que la idea de nació pertany al Món de les Idees (com ho demostra el fet que a la Constitució espanyola estigui en majúscula), i ja he dit que el Món de les Idees me la sua. En això, estic totalment d’acord amb Eugeni d’Ors, que, enmig d’una discussió sobre el tema, va declarar: «Ni vostè, ni jo, ni el papa de Roma no sabem el que és una nació!».
Totes aquestes coses me la suen. Ara: hi ha altres coses que no me la suen en absolut. Al contrari, m’amoïnen, perquè s’hi juga el meu futur i els dels meus fills. Per exemple, no me la sua en absolut que el dèficit fiscal de Catalunya se situï ja en 19.000 milions d’euros a l’any. Tampoc no me la sua que l’estratègia centralista dels successius governs (del PSOE o del PP) de Madrid hagin convertit el Prat en un aeroport de tercera. Tampoc no me la sua que els plans inversors d’una empresa amb seu a Madrid com Endesa deixin els usuaris catalans amb el cul a l’aire. I no me la sua, en resum, les nefastes conseqüències (que no pertanyen al Món de les Idees, sinó a la realitat) que té per a Catalunya dependre d’un Estat que li és hostil: Espanya.
Tampoc no me la sua que l’ONU tingui reconegut el dret a l’autodeterminació, i que els set milions d’habitants de la comunitat autònoma de Catalunya puguin ser cridats a referèndum per decidir el seu futur. No, no me la sua. I crec que a ningú no li hauria de suar el resultat, perquè serien vots concrets i reals de persones concretes i reals.
I, si algun dia (cosa que dubto, al pas que anem), Catalunya esdevé un Estat amb tots els ets i uts, jo estaré molt content i seguiré dient el mateix que al principi de l’article: «La idea de Catalunya me la sua». Entesos, senyor Savater?
Mr Bostezo says
Por último, si Savater se referiere realmente a esto (lo cual no tiene nada que ver con derechos y deberes del ciudadano, sino con el «patriotismo constitucional»):
Entonces ¿Qué democracia propone Savater? ¿el fin de las autonomías? ¿un centralismo jacobino al estilo francés? Hagan apuestas. Yo, de entrada, veo a este hombre como un incongruente en política, ya que critica los nacionalismos, pero acepta el patriotismo español, es decir, España como marco absoluto. ¿Y la democracia (que permite distintas leyes en distintos territorios), y las luchas que se dieron en Cataluña y País Vasco por tener autonomía (que sin duda salvaron a España de la división, aún cuando después se diluyera en más autonomías) y las diferentes realidades sociales que conviven en España? No, eso no cuenta, sólo cuenta España, pero no como Idea, no, sino como Estado de Derecho, un estado de derecho que prohibe unos cuantos derechos fundamentales, como por ejemplo en el artículo octavo:
Volvemos al discurso de la España única. Por desgracia Savater creo que no hubiera debido nunca de abandonar la filosofía por la política, que se le da fatal. Empezemos por los ciudadanos y después por España, ¿o es que la idea de España no se la sopla tanto?