Madrid, 3 dic. 08. Foto JPQ.
Tras seis horas de braing-storming laboral (comida incluida, con sobremesa de dos horas largas) le pido al taxista que me lleve a la Puerta de Alcalá… para ver las últimas luces del día, allá, en el horizonte de Metrópolis. Decido caminar, cuando advierto que estoy frente al edificio donde nació José Bergamín, el más castizo y trágico de nuestros modernos.
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Llego demasiado tarde a una cita conmigo mismo. El Retiro se vacía. La perspectiva Puerta de Alcalá / Gran Vía es un fragor de luces artificiales. Evito la tentación de tirar contra las castañeras que no son floristas. Llamo a E* para disculparme: estoy hecho polvo. Buscaré refugio en un baño. Mientras dejo correr el agua bien caliente, Borja Ventura me recuerda su paso por Montera. Mi primer domicilio madrileño estuvo en la calle del Desengaño: solo queda la maravillosa tienda de aviones construidos con madera de balsa, que me hacían soñar de niño. El resto son pep-shows. Y una iglesia cerrada a cal y canto. Joaquín II recuerda la proliferación de muros profanados y pintadas endemoniadas. Antonio Castillo Algarra recuerda con razón que no hay ocasos como los del Parque del Oeste o la Plaza de Oriente. Luis Rivera evoca el incendio de rojos y púrpuras del Oeste madrileño. Y esa comunión con la luz de una ciudad, Madrid, en este caso, quizá hable, me digo, de los lugares por donde los griegos creían que los humanos se comunicaban con las cosas divinas. “De Madrid al cielo…”
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