Cuando me puse a escribir el texto sobre Julien Gracq que me pidió C*, advertí, en un ataque de soberbia infantil, que no era totalmente descabellado comparar El mar de las Sirtes con otras profecías sobre el incierto destino de nuestra civilización, incluidos mis Anales del alba…
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ATENAS, ALEJANDRÍA, ROMA, CAÍNA, PARÍS…
La obra toda de Julien Gracq es una olímpica profecía fúnebre sobre el destino de su patria y nuestra civilización, que sus compatriotas y nosotros nos obstinamos en ocultar con ríos de cosas desalmadas y almas muertas, intentando amueblar una Atlántida camino de su ocaso.
Las fuentes de ese inmenso legado son bien conocidas, La decadencia de Occidente de Spengler, El fin del mundo antiguo de Ferdinand Lot, Los acantilados de mármol de Jünger, releídos a la luz de la novela negra, el romanticismo alemán, el surrealismo y las parábolas del Antiguo testamento comentadas por los moralistas romanos.
Saliendo al paso, muy pronto, de los corrompidos negocios del comercio y las industrias de la incultura y la incomunicación de los ciudadanos, Gracq denunció con solitario brío, único en su género, la corrupción de la lengua, la moral y la ética del Gran estilo que arrastra consigo una “vida literaria” caída de hinojos en los tráficos de infames mafias filantrópicas.
Y tomó la más heroica decisión: recluirse en su casa, su hogar, su pueblo, su morada íntima, en cuarentena, lejos de la capital del oprobio (París, en su caso; Caína, en el nuestro), para cultivar a su manera el íntimo jardín de las palabras de la tribu, intentando salvar algo de lo que buenamente puede intentar salvar el hombre de letras… la frecuentación de los clásicos, el cultivo de un estilo noble, la salvación de las viejas palabras amenazadas por la marea negra audiovisual, la restauración del viejo orden y arquitectura espiritual donde las palabra, la geografía y la historia componían un doble inmaterial pero bien real del orden y la arquitectura de todas las cosas creadas, materiales e inmateriales, a la manera de Lucrecio y Spinoza.
Como no podía ser de otro modo, la obra de Gracq prolonga y ahonda las parábolas y profecías de sus mayores y contemporáneos. La arquitectura interna de su prosa viene de Madame de Sevigné, Chateaubriand, Proust. Su cólera olímpica estuvo precedida por Villon y Celine. Su proyecto noble es equiparable al de Yourcenar: Adriano contempla, como Gracq, como Yourcenar, el incierto destino de un pueblo, una ciudad (Jericó, Atenas, Roma, Bagdad, Córdoba, Venecia, Berlín, París, Caína, etc.), una civilización (greco latina, abbasida, europea, la Atlántida de Falla / Verdaguer), caminando sonámbula hacia un ocaso sin mañana conocido.
Jünger (Los acantilados de mármol), Dino Buzzati (El desierto de los tártaros) y Cormac McCarthy (La carretera) evocan paisajes muy semejantes, indisociables de las parábolas y la teología negativa de Kafka.
La correspondencia de Scholem y Benjamín ilumina, con un rigor muy próximo a los textos comentados, la dimensión teológica de las fábulas kafkianas, que Woddy Allen ha resumido con melancólica incertidumbre: “No existe Dios. Y nosotros somos su pueblo elegido”. Reflexión tan próxima a los lamentos del Salmista bíblico: ese es el escriba con el que están emparentados McCarthy, Buzzati, Gracq y Jünger, con matices propios, cada cual, como distintas son las voces que hablan a través de los Salmos del Antiguo Testamento.
Entre esa magna tradición, Gracq ocupa el puesto del arquitecto que salva, a través del estilo de su arte, con el rigor de Polibio, contemplando la caída de Cartago, las arquitecturas de las calles, los pueblos, las iglesias, los palacios y los templos de la ciudad en angustiada espera del fin: una ciudad ibera esperando el saqueo de las legiones de Claudio Marcelo en Anales del alba; Alejandría en los poemas de Cavafis; París, esperando las tropas de ocupación alemanas, en la memoria íntima de Gracq. El fin quizá llegue para siempre para la ciudad sitiada por los bárbaros. El escriba, el salmista, el autor de los Anales del alba o El mar de las Sirtes, contemplan, al mismo tiempo, el fin irremediable de un mundo ido y el alba de un mundo nuevo que podrá construirse con los frutos de las semillas que su palabra siembra en la conciencia de los hombres que vendrán.
Joaquín II says
Muy, muy interesante este texto… además me gustaría preguntar sobre Ferdinand Lot y su El fin del mundo antiguo.
Ignorante que soy, es la primera vez que oigo algo sobre ese libro y ese autor.
Me interesa mucho el tema y me gustaría saber algo más sobre el libro y el autor.
Gracias
maty says
Joaquín II, no sólo es interesante el texto, también está muy bien escrito!
En estos momentos realizo más de 150 seguimientos diarios de sumarios RSS [Imagen], y nadie alcanza el nivel estilísitico del maestro Juan Pedro Quiñonero.
Una vez más, hay que rendir pleitesía a un grande del teclado (antaño de la pluma) en español.
PD: Sólo una crítica a JPQ, leerle provoca en mí una depresión dominical, al constatar una y otra vez la inmensidad de mi ignorancia en todo lo relacionado con la Cultura.
maty says
¿Qué decir ante esta fotografía denuncia?
Fogonazos Cementerio de libros
Tal es la sociedad a la que estamos abocados.
JP Quiñonero says
Joaquín II, Maty,
… Joaquín II…
Ferdinand Lot fue un sabio. De los de “antes” La fin du monde antique et de début du moyen âge; se publicó en 1927… ¡y no ha dejado de reeditarse desde entonces, incluso en libro de bolsillo..! Ofrece una visión muy atractiva de un mundo en el que todavía estaban pasablemente vivos los dioses griegos y latinos y todavía no se había impuesto definitivamente el Dios de los cristianos.
Horror de horrores: Wikipedia dice; que ese libro data de ¡1968! Siete líneas, en inglés. Y una curiosidad: Lot ya temía que la Universidad de París estuviese tomando el camino de la Roma difunta… NYT;, 10 nov. 1912, Proffesor Attacks Paris University.
…
… Maty… anda, anda…
Q.-
Joaquín II says
Vale, vale, de acuerdo… hala… libro comprado…
….una idea tan sólo… porque no abrir un apartado de «libros de cabezera» o «la biblioteca de Juan pedro Quiñonero», o «Biblioteca infernal» etc???
Saludos
Joaquín says
El texto abre el apetito por conocer a Gracq, a los que lo desconocemos. La perspectiva parece incompleta si no recordamos al último de los antiguos, Aurelius Augustinus…
JP Quiñonero says
Joaquín II, Joaquín…
… Joaquín II… no se, no se…
… Joaquín… las Confesiones son desde hace siglos uno de los libros imperscindibles para sobrevivir, claro…
Q.-
Joaquín II says
A ver… a lo que me refería es que -cuando viniese de cuento- fuera esa una de las “Categorías” del Infierno…nada más…. todo esto dicho modesta y humildemente…
… por otra parte… en vista que no llegan por estos alejados lares (Madrid) las primaveras atroces… me he encerrado a leer La locura de Lazaro… y me esta gustando mucho….
Saludos
JP Quiñonero says
Hombre Joaquín II,
El lector de La locura de Lázaro no se merece una Categoría, si no un montonazo de categorías, hasta un cocido madrileño, si me apuras.
Q.-
PS. Supongo que tratándose de una editorial sevillana, la travesía de Despeñaperros (¿digo bien?) sigue siendo un poco dura. Algunas amistades malagueñas me dicen que las atrocidades primaverales ya han llegado por esa costa mediterránea, tan alejada de las costas mediterráneas catalanas. Pongo velas a todo tipo de santos distribuidores de gracias mensajeros.