La campaña electoral estadounidense impone una pausa en las relaciones trasatlánticas que Alemania, Francia, Israel y Turquía aprovechan para mover peones que afectan a los intereses diplomáticos de España, sin que España juegue un papel visible en tales maniobras.
Mientras la guerra mundial contra el terrorismo atraviesa un periodo de doble incertidumbre (fragilidad de la OTAN en Afganistán, e incertidumbre estratégica en Washington), el presidente Sarkozy confirma su doble determinación: mayor presencia francesa en Afganistán y relaciones más profundas con la Alianza Atlántica. En ambos terrenos, España se sitúa voluntariamente en una posición periférica.
Cuando la independencia de Kosovo ha relanzado las tensiones entre Moscú, la UE y Washington, Ángela Merkel se confirma como la más sólida voz europea contra las amenazas de chantaje ruso. A pesar de estar tan visiblemente afectada por la crisis kosovar, España ha practicado una diplomacia que la aleja, al mismo tiempo, de Washington, de Moscú y la mayoría dominante en Europa.
Ante el relativo “vacío de poder” estadounidense, impuesto por la debilidad de la administración Bush y la campaña en curso, Turquía aprovecha la oportunidad para lanzar operaciones militares contra los kurdos, en el norte de Irak. El único Estado aliado de España en la difusa Alianza de civilizaciones se embarca en operaciones militares contra una minoría étnica sin Estado.
Cuando las crisis superpuestas en Oriente Medio (Israel-palestinos; guerras civiles entre palestinos; Líbano; minorías religiosas utilizadas por Siria e Irán para sembrar el terror, etc.) parecen condenadas a prolongarse de trágica manera, Israel se permite dudar del compromiso de España en el sur del Líbano, donde los soldados españoles están a la merced del imprevisible comportamiento de los islamistas.
Ni Obama ni Mc Cain modificarán de la noche a la mañana la diplomacia norteamericana en tales escenarios, subrayando el sonambulismo carpetovetónico en curso.
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