Brueghel, Torre Babel, 1563.
El Museo del Louvre propone una magna exposición consagrada a la historia, los descubrimientos y leyenda de Babilonia, la “madre” de todas las civilizaciones donde se fundan Europa y la civilización occidental: 5.000 años de historia, misterios, revelaciones, tragedias iluminando con una luz siempre viva muchas de las páginas capitales de los trágicos griegos y la Biblia.
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Babilonia, en definitiva, da nombre al primero de los códigos de justicia (Hammurabi), la ciencia caldea (“madre” de las ciencias que vendrían), o la Torre de Babel, que un lugar tan capital ocupa en los libros bíblicos y el Gran arte de nuestra civilización.
Babilonia es, así mismo, la ciudad que fascina, inquieta y es percibida como la primera metrópoli universal para los muy diversos autores de la Biblia, los historiadores griegos y persas. Sus literaturas, gramáticas, historias, arquitecturas, economías, potencia cultural y civilizadora iluminaron durante siglos y siglos a todos los hombres de las cuencas del Mediterráneo y mucho más allá, hasta los confines de Persia y Arabia.
Esa es la fabulosa historia y leyendas que intenta presentar la Babilonia expuesta en el Louvre con unas 400 obras venidas de trece países, organizadas de manera pedagógica bajo la dirección de Béatrice André-Salvini, conservadora general del departamento de Antigüedades orientales del Louvre.
La exposición está dividida en tres grandes secciones: la ciudad histórica, el descubrimiento y “fortuna crítica” de la ciudad a lo largo de los siglos, para concluir con una “reconstrucción” mitológica a través del Gran arte y las culturas.
PERDIDOS EN EL LABERINTO
La historia de Babilonia, ilustrada con piezas de muy diversa procedencia, es la historia trágica del nacimiento, expansión y caída de los grandes imperios. Los legendarios reinos de Hammurabi y Nabucodonosor fueron jalones capitales. La lengua, la justicia, las ciencias, la creatividad, el comercio, harán de Babilonia una metrópoli envidiada, temida, acosada. Tras el esplendor declinante, la conquista persa convertirá la ciudad en una sombra de lo que fue, una “gran prostituta” condenada a pagar sus incontables pecados, evocados con furor por los autores bíblicos.
La fortuna crítica y la leyenda de Babilonia son indisociables de la historia de los pilares de nuestra civilización. Y la exposición insiste en los numerosos capítulos de tan majestuoso legado. De la Torre de Babel a la Ciudad de Dios agustiniana, de la ciencia caldea a la arquitectura que todavía inspiró el proyecto de reconstrucción de Bagdad concebido por Frank Lloyd Wright, ya bien entrado en siglo XX, Babilonia es, al mismo tiempo, un sujeto activo de la Gran historia y un motivo de leyenda, una parábola del destino trágico o feliz del hombre perdido en el laberinto o la torre de la gran ciudad…
Código de Hammurabi, rey de Babilonia. Louvre. Reina de la noche, terracota, 49.5 x 37. British Museum.
Antonio says
Qué envidia, tener semejante muestra tan cerca.
Sobre la importancia de Babilonia, os dejo aquí una larga, pero simpática anécdota referida por Ortega y Gasset sobre Mesopotamia (que puede valer como metáfora de los babilonios):
«Cuentan, sin insistir demasiado sobre la realidad del hecho, que cuando se celebró el jubileo de Víctor Hugo fue organizada una gran fiesta en el palacio del Elíseo, a que concurrieron, aportando su homenaje, representaciones de todas las naciones. El gran poeta se hallaba en la gran sala de recepción, en solemne actitud de estatua, con el codo apoyado en el reborde de una chimenea. Los representantes de las naciones se iban adelantando ante el público, y presentaban su homenaje al vate de Francia. Un ujier, con voz de Esténtor, los iba anunciando:
«Monsieur le Représentant de 1’Angleterre!» Y Víctor Hugo, con voz de dramático trémolo, poniendo los ojos en blanco, decía: «L’Angleterre! Ah Shakespeare!» El ujier prosiguió: «Monsieur le Représentant de l’Espagne!» Y Víctor Hugo: «L’Espagne! Ah Cervantes!» El ujier: «Monsieur le Représentant de l’Allemagne!» Y Víctor Hugo: «L’Allemagne! Ah Goethe!»
Pero entonces llegó el turno a un pequeño señor, achaparrado, gordinflón y torpe de andares. El ujier exclamó: «Monsieur le Représentant de la Mésopotamie!» Víctor Hugo, que hasta entonces había permanecido impertérrito y seguro de sí mismo, pareció vacilar. Sus pupilas, ansiosas, hicieron un gran giro circular como buscando en todo el cosmos algo que no encontraba. Pero pronto se advirtió que lo había hallado y que volvía a sentirse dueño de la situación. En efecto, con el mismo tono patético, con no menor convicción, contestó al homenaje del rotundo representante diciendo: «La Mésopotamie! Ah I’humanité!»
JP Quiñonero says
Antonio,
Envidia… la de una cita tan sabia y oportuna,
Q.-