Madrid, Madrid, Madrid… 11
Las conferencias te permiten descubrir el rostro y la figura humana de hombres y mujeres emboscados en la tierra de nadie y de todos de la blogosfera (como ayer me ocurrió, al descubrir encantado que hablaba con alguien con el que ya había dialogado, mucho tiempo atrás, en este Infierno, Luis Rivera), pero no tengo totalmente claro que sean un género muy propio de cuadernos de bitácora. Nobody’s perfect.
[ .. ]
Conferencia pronunciada en la Fundación Caixa Formum (Madrid, el 22 de abril de 2008), en el marco del ciclo Josep Pla. El escritor y el hombre.
JOSEP PLA, LA REDENCIÓN DE LA TIERRA Y LA CONSTRUCCIÓN DE UN HOGAR
Es para mi una gran alegría y un gran honor pronunciar una conferencia sobre Josep Pla en un espacio público consagrado a afirmar la presencia de la cultura catalana, en Madrid, a dos pasos del Museo del Prado, invitado a participar en este ciclo en el que me han precedido Baltasar Porcel, Jordi Pujol, Josep María Castellet, y en el que seguirá José María Aznar, dando a estas conferencias algo de un acto político, en el sentido más noble y menos común del término, a qué engañarnos.
En ese terreno, recurriendo a la cita canónica y más célebre de la historia de la literatura castellana, esta conferencia pudiera comenzar con el irónico “… decíamos ayer…” de Fray Luis. “Decíamos ayer…” porque, en mi caso, comencé a hablar de Josep Pla, en Madrid, hace poco más de treinta años. De ahí mi emoción y alegría, esta noche. Hace poco más de treinta años que lancé, en la más absoluta soledad madrileña, una campaña periodística en defensa del ingreso de Josep Pla en la Real Academia de la Lengua.
“QUIÑO, DEJA DE TOCARNOS LOS…”
Campaña periodística quizá sea una calificación muy excesiva para nombrar algo mucho más modesto y temerario. Hace treinta y pocos años, yo era algo así como responsable de las páginas de cultura y espectáculos de un periódico difunto, tiempo ha, el vespertino Informaciones, donde Jesús de la Serna y Juan Luis Cebrián me dejaban trabajar en discreta libertad vigilada.
Y fruto de aquella libertad fueron varios artículos muy personales, presentados en forma de campaña periodística, efectivamente, razonando de manera muy solemne y perentoria la urgencia inapelable, para mi, del ingreso de Pla en la Academia. Más allá de mi modesta persona, mis razones cívicas y culturales me parecían y me siguen pareciendo sencillamente capitales para el honor, la justicia y el buen funcionamiento de nuestra vida cultural, no solo de la Academia, que pudo consumar y no consumó un acto que la hubiese redimido de la miseria cierta de muchos otros ingresos de circunstancias. Candidatura sin mañana, la que yo propuse, en mesetaria soledad, que también fue un acto cívico fallido: en definitiva, ese ingreso hubiese podido tener un alcance cultural, incluso político, de primera importancia.
Aquella campaña mía, en el viejo Informaciones de la calle San Roque, tuvo un éxito sencillamente nulo. Camilo ?y Camilo solo hay uno, hablando de escritores y académicos españoles, Camilo José Cela, en el esplendor último de su gloria? me llamó por teléfono y me dijo: “Quiño, deja de tocarnos los…” Camilo había tenido mucho antes que yo la misma idea de proponer el ingreso de Pla en la Academia, con un resultado muy semejante. Pero Camilo también tenía un olfato político muy fino. Y la soberbia infantil de mis artículos, desmenuzando las razones que urgían el ingreso de Pla en la Academia, era algo mucho más grave y peligroso que una impertinencia juvenil: bien a las claras quedaban al descubierto el decrépito estado de una Academia que renunciaba a su razón de ser más honda y el penoso estado de una cultura y medios de comunicación e incomunicación, voluntariamente ciegos, sordos y mudos al clamor de una realidad cultural cuyo conocimiento nos hubiese enriquecido a todos.
DEL ESPERPENTO A LAS RELACIONES CASTILLA / CATALUÑA
En verdad, me digo, hoy como ayer, la obra de Pla es un continente mal explorado, todavía, cuyas fronteras desconocidas van mucho más allá de los dominios administrativos de ninguna academia. Mi convencimiento íntimo era y sigue siendo que para entender a Pla es imprescindible recurrir a Lucrecio y Virgilio. Pero mi propuesta y defensa del imprescindible ingreso de Pla en la Academia estaba razonada con argumentos menos personales, más ecuménicos, que un poco me avergüenza volver a recordar, tan evidentes, palmarios y olvidados se me antojan.
De entrada, una evidencia física. Pla escribió tanto como Balzac, como Baroja. Y una constatación: Pla ha escrito muy diversos géneros literarios: relato, biografía, historia, crónicas, memorias.
En cada uno de esos géneros, Pla ha dejado una huella muy visible para quienes se quiten las anteojeras de la ignorancia.
Pla escribió poco relato. Pero una sola novela, Nocturno de primavera, se percibe con el tiempo como un diamantino monumento solitario. Esa novela tuvo muy mala suerte entre su primer público catalán. Pla traza un fresco luminoso y feroz de una cierta sociedad catalana que se niega con hostilidad a reconocerse en ese espejo cóncavo. Nocturno de primavera tiene algo de esperpento catalán.
Pla, por el contrario, escribió mucha biografía, mucho retrato biográfico, más bien. Casi todos los muy numerosos homenajes suyos son indispensables para entender Cataluña. Algunos se me antojan más imprescindibles que otros, por muy distintas razones. Pero me resulta difícil elegir entre tantos retratos de personajes tan dispares como Maragall, Rossinyol, Andreu Nin, Coromines, Mir o Francesc Moll. Solo citaré dos, entre otros muchos posibles.
El libro de Pla sobre Cambó es un texto básico en la historia de las ideas políticas. Al margen de la exactitud o inexactitud interesada de Pla, esa obra ofrece una perspectiva única en su género sobre el pensamiento y la acción política concreta de un hombre y, sobre todo, unas circunstancias, sin cuyo conocimiento y discusión mal pueden entenderse Cataluña y las relaciones de Cataluña con España.
En otro plano, la biografía de Pla del escultor Manolo, Manolo Hugué, no solo es un libro encantador: es un libro al que será necesario volver cuando comience a reescribirse la historia crítica del arte del siglo XX. Como contrapunto irónico, algunas páginas de Pla sobre Picasso, no solo son feroces: iluminan el personaje desde perspectivas de rarísima originalidad malévola.
WEIMAR Y LA II REPÚBLICA ESPAÑOLA
Otros homenajes o variaciones de Pla sobre Eugeni d’Ors o Jaume Vicens Vives abren perspectivas igualmente imprescindibles para poder comprender algunas páginas mayores del siglo XX. A través de d’Ors, Pla nos obliga a recordar un itinerario dramático, sin duda, pero finalmente feliz: d’Ors abrió caminos que continúan vírgenes o todavía están por transitar definitivamente, en castellano y catalán. A través de Vicens Vives, Pla nos invita a adentrarnos en la tierra siempre problemática de las relaciones entre Cataluña y Castilla, que vienen de muy lejos y Vicens Vives y Pla nos ayudan a comprender desde la óptica de la Gran historia, la que pudiera ayudarnos a entender de donde venimos y hacia donde pudiéramos dirigirnos, si es que deseamos escapar al sonambulismo ciego de los sujetos pasivos de una historia que otros o el azar escriben por ellos, que somos nosotros mismos, víctimas de nuestra incomprensión de una historia que nos forja y nos enfrenta.
Pla también escribió crónicas, reportajes, libros de historia menuda y subjetiva. Y muchas de sus páginas, en tan distintos terrenos, también son documentos excepcionales; o muy fuera de lo común, cuando menos. La caída de la República de Weimar, minada por la inflación; la ascensión del fascismo en Italia; la historia de la II República española, son relatos de circunstancias que tienen aquí o allá algunas páginas muy mayores, cuya importancia no radica tanto en la exactitud de su información, relativa, como en su perspectiva global.
A su manera, Pla escribió una historia, una geografía, una guía cultural, una historia de las ideas, unos anales biográficos, incluso una gastronomía de Cataluña. Pero la exactitud del dato objetivo, o presumidamente tal, no siempre brilla por su precisión inmaculada. Bien al contrario. Muchos de los más gloriosos paisajes de Pla son paisajes imaginarios, elaborados, pulidos, matizados, bruñidos, enriquecidos, a lo largo de muchos años de trabajo callado y solitario, incluso décadas de revisión continua de los textos originales. Muchas de las crónicas periodísticas de Pla copian sin mucho pudor respetables guías de viajes, como la legendaria Baedeker. Muchas ensoñaciones culinarias son pura retórica. Muchos acontecimientos históricos, verificables, están enriquecidos con la luz de una mirada histórica cuya verdad última es la de un arquitecto que está echando los cimientos de un mundo nuevo, parcialmente imaginario: el suyo.
DIABÓLICA MANÍA
Esa voluntad arquitectónica de Pla es uno de los rasgos fundacionales de toda su obra. Hay otro que ningún lector de Pla puede olvidar y es el primero del que tenemos noticia a través de una famosa anotación del Cuaderno Gris del 23 de diciembre de 1.918, cuando Pla confiesa su tormento más íntimo, afirmando que la manía de escribir es una pasión solitaria, a la que se sabe condenado, de por vida. “Es objetivamente desagradable no sentir ninguna ilusión -escribe Pla- ni la ilusión de las mujeres, ni la del dinero, ni la de llegar a ser algo en la vida; solo sentir esta secreta y diabólica manía de escribir, a la cual lo sacrifico todo, a la cual lo sacrificaré todo en la vida, probablemente”.
Condenado a escribir, desde la primera juventud, Pla escribirá de casi todo lo que se puede escribir dirigiéndose al gran público o respondiendo a íntimas urgencias. Para amueblar el ocio y las noches en vela, o para cobrar a tanto la página, en los periódicos. En cierta medida, esa profesionalidad del escritor que trabaja a sueldo para distintos periódicos le ayuda a forjar unos instrumentos de trabajo propios, le ayuda a forjar un estilo. Y le permite escapar a la tentación nihilista de la libertad sin coto, para la que tampoco estaba particularmente inclinado. Escritor a sueldo, Pla contempla horrorizado las tormentas de cenizas, hierro, sangre y locura de su tiempo, en Berlín, en París, en Roma, en Madrid. Y la disciplina del cronista a sueldo le permite realizar incontables ejercicios de estilo, remunerados, trabajando una y otra vez las figuras de un mundo propio que no deja de crecer, en distintas direcciones.
Así, a través de la crónica de sociedad o parlamentaria, en una Barcelona mediterránea, en un Madrid azotado por un vendaval de pasiones políticas, Pla trabaja a cada instante los más distintos temas que se cruzan y forman parte sustancial del gran arte de la concepción de arquitecturas y la construcción de mundos imaginarios: retratos al aguafuerte de personajes públicos, grandes movimientos de masas poseídas por furias endemoniadas, escenas de familia, puestas de sol inolvidables, paisajes urbanos, paisajes rurales, encuentros furtivos, acontecimientos históricos, alucinaciones colectivas, destinos individuales condenados al infierno repentino o la gloria fugitiva…
ELOGIO DE LA LOCURA
Cualquiera de esos temas ya justificaría por sí solo el trabajo, incluso la vida, de un gran cronista. En el caso de Pla, tales trabajos, siendo importantes, a todas luces, solo son la parte más visible de la otra faena mucho más dura, íntima, atormentada y silenciosa de la forja de un estilo y la construcción de un universo propio, cuyos cimientos inmateriales se echan a través de la palabra, la escritura, pero cuya arquitectura final terminará confundiéndose con la vida misma, la historia. Pla trata con el mismo rigor estético, estilístico, la marcha hacia Roma de los fascistas italianos que el paso devastador de una tormenta de granizo sobre un modesto plantel de lechugas.
En muchas ocasiones, la importancia excepcional de los acontecimientos contemplados e imaginados por Pla crea un espejismo estético. Cuando Pla intenta comprender la revolución de los claveles portugueses, horrorizado y achacoso, en la soledad alucinada del Mas Pla de Palafrugell, su experiencia y espanto le provocan algo semejante a unos desvaríos oníricos que escandalizaron a muchos lectores, en su día, y, debo confesarlo, desencadenaban en mi, jovencísimo lector, carcajadas de entusiasmo. La visión apocalíptica de los tanques comunistas portugueses tomando la Plaza de Cataluña, en la Barcelona de 1974, me parecía algo tan onírico como la instauración de una comuna libertaria en el París de 1968.
Cuando Pla navegaba por aquellas procelosas aguas, hacía muy poco tiempo que yo había leído otro texto capital, suyo, tan indispensable como olvidado a la hora de entender su obra. Tras haber sufrido un ataque al corazón, en su voluntaria soledad de perro sin amo ni teléfono, Pla escribió la crónica estoica de aquel dramático acontecimiento íntimo con la precisión clínica de un cirujano que abre y disecciona las fibras más íntimas del corazón propio. Para dar un sentido al mundo nuevo que su obra construye, teniendo como únicas herramientas de trabajo la observación, la soledad, el dolor, el combate contra los espejismos de la ilusión y su estilo, el arquitecto y constructor de nuevos mundos no solo debe conocer los rasgos físicos de incontables personajes, célebres o anónimos. También es imprescindible que sea capaz de diseccionar con un bisturí estilístico los tormentos del corazón y el alma humana, víctimas de dolores y enfermedades físicas y espirituales. El cronista parlamentario se ejercita con un escalpelo. Pero las máscaras de sus retratos individuales o de grupo están poseídas por pesadillas y tormentos del alma que Pla trabaja a la luz de su lectura y comercio personal con Erasmo y Montaigne.
LA LUZ DE CARAVAGGIO
Esa variedad prodigiosa de los tonos, matices, caracteres y perspectivas de la obra de Pla ha confundido a una gran mayoría de interesados lectores, en detrimento de la nítida percepción global de la arquitectura de la obra completa. Y las anécdotas periodísticas, políticas, personales, suelen suplantar, con frecuencia, la riqueza magistral de un mosaico inmenso y muy complejo, tras su primera apariencia transparente.
Las anécdotas periodísticas y políticas, que Pla adoraba, como espectador, ocultan lo esencial. Desde su primera juventud, en Barcelona, hasta su solitaria madurez definitiva, en Palafrugell, Pla fue un grandísimo escritor de periódicos. Todos los últimos visitantes al Mas Pla han recordado, como una revelación, la voracidad insaciable del Pla consumidor empedernido de anécdotas y chismes domésticos. Y esas “revelaciones” de visitantes interesados (entrecomillo la palabra “revelaciones), esas “revelaciones” interesadas, se han presentado como presumidas “visiones del mundo”. En verdad, basta con abrir cualquier diario de Pla, con fecha o sin fecha, para descubrir lo que salta a la vista: Pla utiliza las anécdotas como materiales de trabajo, a la manera de Caravaggio contemplando e iluminando a su manera el cuerpo humano. Y esa luz con la que Caravaggio o Pla iluminan la escena más trivial es la que confiere al acontecimiento más nimio la hondura insondable del gran arte. Pla disecciona, cuenta y vuelve a contar las mismas anécdotas, modificándolas, hasta darles su forma estética definitiva. Dicho de otro modo: la realidad bruta y desalmada es reconstruida a través de la palabra, a través del estilo, hasta conferirle una nueva realidad, estética, moral, inscrita en el marco mucho más vasto de la creación.
MOSCÚ, BERLÍN, ROMA, MADRID Y EL PARÍS DE SYLVIA BEACH
Con las anécdotas y convicciones políticas de Pla es igualmente fácil, injusto y absurdo caer en las mismas trampas.
Basta con leer cualquier página de Pla, sobre Moscú -a través de su evocación del personaje de Andreu Nin-, sobre Berlín -acompañando a Eugeni Xammar-, sobre Roma -desde la distancia de quien está descubriendo con más íntima pasión la pintura del Giotto-, sobre Madrid -desde la atalaya del cronista parlamentario-, o sobre Barcelona -contemplando con encantada ironía liliputienses maniobras políticas locales… y en cada una de esas páginas es bien visible un diamantino pesimismo melancólico sobre la naturaleza humana, que solo encuentra refugio, muy provisional, en el conservadurismo empírico de un pequeño agricultor que teme por la amenazada integridad en cuarentena de su huerto o su plantel de lechugas.
Las anécdotas literarias o culturales, tan cruciales en la obra de Pla, precipitan en el lector más ocasional, pasajero y olvidadizo, confusiones de la misma índole.
El primer Pla, el Pla que estaba construyendo un estilo, vuelve una y otra vez sobre los grandes maestros de su época, comenzando por el d’Ors magistral del Glossari. Y el Pla de la madurez vuelve sin cesar a la claridad presumida de Stendhal y el magisterio estoico de Montaigne.
Pudiera pensarse a primera vista que se trata de opiniones y gustos personales, más o menos alejados de una cierta cultura contemporánea, dominante, tentada por la exploración de muy otras maneras de ver y representar o rechazar el mundo.
Al margen de gustos y sensibilidades personales, cuando Pla discute consigo mismo sobre la pertinencia del estilo y la prosa de d’Ors, también está matizando y puliendo su propia herramienta de trabajo retórico, mientras dialoga de manera muy fecunda, al mismo tiempo, con dos escuelas enfrentadas: el realismo decimonónico de la tradición castellana, que don Pío Baroja encarna como nadie, a juicio de Pla; y el proyecto artístico y político noucentista de la tradición catalana contemporánea, que aspira a construir un mundo nuevo, de estirpe griega, mediterránea.
Pla conoció en París, en la librería de Adrianne Monnier, rue de l’Odeon, la agitación nihilista de las vanguardias muy años veinte y treinta del siglo XX, representadas de manera emblemática por el Ulises de Joyce, publicado por vez primera por Sylvia Beach, cuya librería se encontraba en la misma calle, a dos pasos del tercer domicilio de Pla en París. Es una evidencia que Pla, visitante ocasional de esas dos famosas librerías, siente un inmenso respeto por Valery y Marcel Proust, pero desconfía del cubismo y considera un callejón sin salida el monólogo interior de Molly Bloom con el que concluye el Ulises. El balbuceo carnal de una voz que agoniza quizá tenga un valor estético supremo. Pero la vida material y espiritual tiene muchos otras perspectivas y horizontes, muy sugestivos, para quien es capaz de contemplarlos, gozarlos, sin ilusión, quizá, sin ceder tampoco a la tentación de ningún espejismo, pero siempre fiel a la diabólica manía de escribir y construir una obra sin principio ni fin, como la creación toda, justamente.
BOTTICELLI Y LOS PROSTÍBULOS
Esa distancia tensa y crítica de Pla hacia muy diversas escuelas e ideas estéticas dominantes, un día, a lo largo de poco menos de un siglo, también es un rasgo definitorio de su obra y le valió la enemistad, el odio, el rencor y el ostracismo decretado por los clérigos y bulderos de incontables capillas de difuntas iglesias artísticas.
El joven Pla leía con mucho respeto la prosa en apariencia diáfana del Glossari de don Eugeni d’Ors. Sin embargo, aquí o allá, los juicios sumarísimos del maestro y su gusto por la orfebrería barroca solo suscitan en Pla irónicos sarcasmos implacables, alejándolo para siempre del culto orsiano, víctima, por otra, parte, de muy otras incomprensiones y crueldades provincianas.
El mismo Pla jovencísimo y menos joven que frecuentaba ocasionalmente el Ateneu y otras tertulias de Barcelona tenía una visión muy ácida y cosmopolita de las cosas y personajes locales que chocaba y continuará chocando, durante toda su vida, para su desdicha y ostracismo, permanente, a pesar de engañosas apariencias, con muy distintos órdenes establecidos. A nadie engaña la luminosa claridad con la que Pla puede hablar de una cala en la Costa Brava, la untuosidad doméstica de la escudella catalana, o las señoras y señoritas que participan en minúsculos conciliábulos de juegos florales. El rosa carmín de los labios de una señorita de buena familia catalana, inmortalizada por Pla, puede tener la pureza de los pigmentos rosa de la Primavera de Botticelli. Pero Pla maneja la palabra senyoreta con la ligereza aérea y malévola que también se aplica a las señoritas que alternan en un prostíbulo. Humor subversivo, para una honrada familia catalana tradicional, que descubre en Pla una ironía de estirpe luciferina.
Pla quizá no cambió el rumbo de la historia de la prosa catalana, como pudiera pensarse que lo hicieron Maragall o d’Ors. La prosa de Pla si es, por el contrario, más bien, una síntesis de tradiciones catalanas, milenarias y contemporáneas, alumbrando un instrumento retórico de nuevo cuño, sin igual. En la prosa de Pla se confunden la fe ciega y mesiánica en el agua virginal de la lengua, que viene de Maragall; la angustia atormentada y visionaria que viene de Verdaguer; el preciosismo culto contemporáneo de la Montaña de las amatistas, el Montseny mítico de Bofill i Matas; y la claridad mediterránea del magno proyecto cívico, cultural y político noucentista.
MADRID, CASTILLA, ORTEGA, JUAN RAMÓN, AZORÍN, UNAMUNO Y OTROS DESENCUENTROS
Esa síntesis compleja es el fruto maduro de un trabajo irremediablemente solitario, mal explorado en Cataluña y sencillamente ignorado en Castilla, en España, en Madrid, aunque Pla sostuviese con Madrid una relación distante.
Joan Maragall pudo dialogar con Unamuno de cuestiones esenciales para la lengua y la cultura. Azorín pensaba que Prat de la Riba era uno de los políticos más importantes de su tiempo. Pla no encontró nunca un interlocutor castellano, jamás. Bien al contrario, sus relaciones y amistades ocasionales solo atizaron nuevos malentendidos. Pla se cruzó en París y Madrid con Julio Camba, por ejemplo, con el que tiene, es una evidencia, muchas cosas en común. Pero, dicho sea con mucho cariño y simpatía: Camba era muy otra cosa. Y Pla estaba poseído por un demonio de la creación que no encuentra interlocutor en Madrid. Peor: los demonios que persiguen a los más grandes prosistas castellanos de su época, y pienso en los más grandes, en Juan Ramón, en Ortega, en Azorín, en Unamuno, en Baroja, son demonios atormentados, poseídos por inquietas pesadillas, amenazantes quimeras y angustiadas profecías saturnales.
Ortega, el prosista castellano más luminoso de su tiempo, descubrió horrorizado que España estaba invertebrada. Y Cataluña era para él algo parecido a una pesadilla histórica.
Juan Ramón, por su parte, dice algo quizá más grave. A su modo de ver, hacia 1925, es más urgente que nunca reconstruir la arquitectura espiritual de España, víctima del sabotaje desalmado de la Picaresca y su tradición endemoniada, socavando todos los cánones arquitectónicos de lo bueno, lo bello y lo justo, suplantados por la ética y la estética de la germanía hampesca, que sigue haciendo estragos saturnales en nuestro tiempo, sin cesar, desde hace ya muchos siglos.
Azorín, Unamuno y Gabriel Miró fueron creyentes y apóstoles de la religión laica del Verbo, el Logos alejandrino. Pero los tres terminaron siendo víctimas físicas e intelectuales de una cierta tiranía del mal gusto, que también es algo más grave y nocivo que una tiranía estética.
Pla pudo cruzarse en Madrid, en París, en Roma, en Barcelona, incluso en Collioure, con muchos otros escritores españoles, castellanos. Que se yo… con don Antonio Machado en el cementerio de Collioure. Con Baroja, Max Aub o César González Ruano, en la parisina plaza de Saint-Sulpice. Con Sender o Arturo Barea, en el Madrid que precede a la guerra civil. Con Eugenio Montes o Rafael Sánchez Mazas, en Florencia o Roma. Incluso, si me apuro y me tomo la libertad de falsear ligeramente las cronologías, Pla pudo cruzarse con Cela en el Café Gijón, con Delibes, Dionisio Ridruejo o Juan Benet por los cerros de León o Castilla la Vieja. Tales encuentros no se produjeron, para desdicha de unos y otros; y, sobre todo, para desdicha de nuestra incultura cainita.
No es imprescindible tener un oído musical muy fino para advertir que basta con repetir en voz alta algunos de esos nombres de personajes y lugares, asociados a nuestra cultura, Collioure, Madrid sitiado, el Bierzo, Región, Café Gijón, La Colmena, para que esas palabras nos devuelvan intacto el eco o el aura espectral de muchas de nuestras más amargas pesadillas históricas.
En cualquier caso, esas y otras eran las andrajosas quimeras saturnales que perseguían al joven periodista y aprendiz de escritor que yo era cuando tuve la peregrina idea de proponer el ingreso de Josep Pla en la Real Academia de la Lengua, hace treinta y pocos años.
RODOREDA, RIBA, PORCEL
Aquella idea mía, ahora lo se, era la culminación de un proceso, un descubrimiento, en mi caso, en el que habían influido, de manera determinante, sin saberlo, otros tres grandes escritores catalanes, Mercè Rodoreda, Carles Riba y Baltasar Porcel.
De Rodoreda había descubierto la primera traducción de Enrique Sordo de La Plaza del Diamante. Me apresuré a escribir un artículo estableciendo un paralelismo cierto, para mi, entre las obras novelescas de Rodoreda, Rosa Chacel, Marguerite Yourcenar y Virginia Woolf. Encantada, Rosa le envió mi artículo a Rodoreda, que respondió con una carta muy melancólica que no pude leer hasta muchos años más tarde.
Por las mismas fechas, compré por azar, en una desaparecida librería de la madrileña calle de Preciados, la traducción de Alfonso Costafreda de un libro muy mayor de Carles Riba, las Elegías de Bierville. Ese libro me enseñó y me recuerda hoy algo esencial: en lo más hondo del exilio, el destierro, la soledad, hay hombres que no se dejan amedrentar por el destino. Y se saben depositarios de una fuerza indestructible, la fuerza de la palabra, el Verbo, el Logos alejandrino. En el destierro londinense, Luis Cernuda se abandona a la desesperación y escribe: “España ha muerto”. En el destierro de Bierville, Carles Riba evoca la arquitectura olímpica de un templo griego del siglo V. La patria está caída de hinojos ante las cenizas profanadas de la guerra civil. La cultura está amenazada de supervivencia. Pero Riba es un creyente en la arquitectura espiritual que el artista es capaz de construir con las manos desnudas de su dolor, su angustia, su incertidumbre, cultivando en secreto los frutos siempre virginales de la palabra, sin cesar renacidos.
Otro libro catalán, Difuntos bajo los almendros en flor, de Baltasar Porcel, me enseñó lo que hoy me parece evidente y me ayudaría a mejor comprender a Josep Pla: los muertos viven en la tierra encantada de la memoria; y, a través de la escritura, podemos ofrecerles la redención de los seres de ilusión, que son seres imaginarios, pero cuya existencia en la tierra inmaterial de la conciencia nos ayuda a comprender quienes somos, dándonos profundas razones para vivir y morir, compartiendo el pan y la palabra con otros hombres que hablan, sueñan y sufren como nosotros, en nuestra lengua.
Conocí y discutí de todo eso con Baltasar Porcel, durante un largo viaje con escalas en Nueva York, Washington, Nashville, Los Ángeles y Santa Fe, New Mexico. Y, de vuelta a Madrid y Barcelona, Baltasar me condujo en su coche deportivo hasta el Mas Pla, en Palafrugell, donde descubrí el rostro más coloquial de mi héroe, sin afeitar, las uñas sucias, mal vestido, mal aseado, en la mesa de camilla del salón de una casa noble, fría, sin confort, con la planta baja ocupada por unos aparceros responsables de apretar el botón que ponía en marcha el agua de un cuarto de baño muy rudimentario, consagrado Pla, en aquel escenario rústico, a la diabólica manía de escribir, en la más absoluta soledad nocturna.
BENET, RIDRUEJO, DELIBES, CELA…
En bastante medida, me digo hoy, el encuentro fallido de Josep Pla con Juan Benet, Dionisio Ridruejo, Miguel Delibes o Cela no deja de ser un drama para ellos y, sobre todo, para nosotros.
Cela llegó a aproximarse a Pla, a quien respetaba. Pero es una evidencia que los oficios de difuntos, sin Dios ni fe, por todos los muertos y los vivos en la agonía, condenados a vivir en la almadraba de Cela, están sencillamente en los antípodas de la obra de Pla. Toda la obra de Cela es una inmensa agonía que viene de Quevedo. La obra de Pla es una epifanía que viene de Ramon Llull. Cela está poseído por el demonio de la destrucción saturnal, que devora las entrañas de los españoles, desde hace siglos. Pla está poseído por el demonio de los creyentes en una fe, una lengua, una cultura, capaces de construir mundos nuevos.
Dionisio Ridruejo llegó a traducir el Cuaderno Gris. Pero ese trabajo, que abrió muchas perspectivas, en su día, como olvidarlo, no se prolongó ni pudo culminar con una visión global de Pla. Por su parte, Miguel Delibes también se cruzó con Pla, incluso hizo suya, con discreción, mi iniciativa solitaria de promoción de la candidatura de Pla a la Academia. Pero la admiración de Miguel Delibes reposaba, quizá, como la de Ridruejo, en un malentendido: admirar a Pla desde la óptica de la tradición literaria castellana, la suya; admirar a Pla en tanto que gran escritor de temas costumbristas o rurales, entre quienes el propio Delibes ocupa un puesto emérito.
En verdad, dicho sea con mucho cariño y simpatía hacia Miguel Delibes y Dionisio Ridruejo, Pla tiene poco que ver con esas tradiciones costumbristas o rurales, muy a pesar de las apariencias.
Pla ha escrito incontables páginas sobre el Baix Empordà, sus pequeños propietarios, sus tenderos, sus mercados, sus campesinos, sus faenas agrícolas, su meteorología. Sin embargo, tras la falsa apariencia del realismo, Pla solo escribe elegías y poemas filosóficos sobre su tierra, que no siempre es la nuestra.
CREPÚSCULO CASTELLANO
Cuando Azorín, Gabriel Miró o Miguel Delibes escriben de Alicante o Castilla también pueden dejarse llevar por el tono de voz de la elegía y el poema en prosa. Pero se trata casi siempre de bien reales evocaciones realistas de mundo amenazados, condenados a la desaparición. La gran prosa castellana toca todas las cosas con el polvo áureo de un ocaso. Paisajes de caza amenazada, figuras de la Pasión en un mundo sin creyentes, hogares castellanos desfondados donde serán construidos cementerios de automóviles. No hay salvación ni redención posible en los pueblos que Azorín fija para siempre en el instante de su defunción, convertidos en espectros de lo que fueron, sombras perdidas entre otras sombras de un mismo crepúsculo.
Lo que fascinaba al joven aprendiz de escritor que yo era y descubría a Pla, hace treinta y pocos años, era exactamente lo contrario. La historia, su tragedia, la marcha en apariencia ciega y sonámbula de la naturaleza, eran oceánicas evidencias. Pero la palabra, el Verbo, el Logos, la escritura, me enseñaba Pla, podían crear hogares, arquitecturas, donde la soledad del hombre, en su hogar en cuarentena, entre su familia y su pueblo amenazados, incluso perdido como don Quijote en su patria, si se me apura un poco, podían encontrar un refugio perdurable, a lo largo de los siglos.
De ahí que me dijese, hoy como ayer, que para entender a Pla es imprescindible recurrir a Lucrecio y Virgilio.
DIÁLOGO CON LUIS ROSALES
Con motivo de aquella solitaria proposición sin mañana del ingreso de Josep Pla en la Academia, el eco oficial y académico fue sencillamente nulo, recuerdo; pero si tuvo un minúsculo eco periodístico, con algún programa y entrevistas en la radio y la televisión de la época.
Incluso volví al Mas Pla de Palafrugell con un equipo de televisión, para filmar una emisión especial, nunca recuperada. En otro programa grabado en Barcelona tuve como interlocutor a Carlos Sentís, que ya era o había sido maestro de periodistas, antiguo corresponsal en Berlín y en París, y había tratado a Pla, si no recuerdo mal, en circunstancias más o menos pintorescas, en Marsella. Ni el presentador del programa, cuyo nombre no recuerdo, ni Carlos Sentis, que me ignoraba olímpicamente, me dejaron meter palabra. Pero si recuerdo que insistí, de mala manera, sin saber ni poder argumentar, en la necesidad de recurrir a Lucrecio y Virgilio para poder entender plenamente a Pla.
Do o tres días más tarde, yendo de camino hacia su domicilio en la calle Altamirano, desde el antiguo Instituto de Cultura Hispánica, paseando por el Parque del Oeste, Luis Rosales me cogió del brazo, muy paternal, y me dijo: “Quiño, te vi en la tele, y me sorprendiste mucho. ¿De verdad podrías argumentar tu comparación de Pla con Lucrecio y Virgilio..?”
Luis Rosales no solo era para mi el autor de La casa encendida y El contenido del corazón. También era el analista excepcional de Cervantes, Villamediana y la gran poesía barroca. Y tenía la generosidad inmensa de escucharnos como amigos a un grupo de jovenzuelos que podíamos ser sus hijos, reunidos en conciliábulo, en torno a su magisterio locuaz, en su pequeño estudio personal de la calle Altamirano. Respondí como pude a sus amistosas dudas, recordándolo ahora con devoción, cuando él mismo y Pla hace mucho que se fueron, aunque ambos me acompañan por todas tardes, vaya donde vaya, porque ambos me enseñaron cosas que ya son parte de mi mismo y de mi manera personal de ver el mundo y las cosas de la cultura, que yo considero amenazadas, como Pla, justamente.
PLA NO ESCRIBIÓ LA ENEIDA, PERO…
En definitiva, me digo, todos los poemas filosóficos de nuestra civilización vienen del Fedro platónico, el Evangelio de Juan y el poema de Lucrecio. Como todas las épicas construcciones literarias de una patria vienen del poema de Virgilio, hablándonos de un problema bien actual, no solo para Pla, si no para nosotros y muchos otros hombres de nuestro tiempo, atormentados por tragedias muy semejantes. Un pueblo sin tierra, un pueblo condenado al destierro o el desarraigo. Un hombre o unos hombres navegando sin rumbo conocido en la oscuridad de la historia, animados por la fe mesiánica del recuerdo de una patria perdida, soñando con echar los cimientos de una patria nueva, en otra orilla del mismo mar Mediterráneo.
Quizá no sea necesario recordar a estas alturas que, en verdad, parece evidente que Pla no escribió la Eneida, aunque si estaba animado por el deseo ardiente de encontrar un refugio ideal y terrenal, que es el mundo trágico pero bien ordenado de las Bucólicas. Huyendo de casi todo, para no perder el tiempo con minucias, y sacrificarlo todo, en definitiva, a la vieja y diabólica manía de escribir, como él mismo había escrito, en la lejana Navidad de 1918, Pla se había retirado en su casa de las afueras de Palafrugell animado por una voluntariosa fe en su deseada comunión personal con los genios de la tierra.
Fe muy alta y espiritual, a pesar de las apariencias volterianas, nada confirmada por la realidad más prosaica. En el Mas Pla no había teléfono y apenas agua de pozo, con un confort muy vago y rudimentario. La crisis del ataque al corazón puso de manifiesto que Pla podía morirse en cualquier momento, como un perro, solo, sin que nadie se enterase siquiera, hasta muchas horas más tarde. El trato de Pla con los payeses, la gente del campo, no dejaba de ser una piadosa ilusión. Y la meteorología, el viento, la tramontana, en una casa del Baix Empordà, en una casa sin calefacción, podían convertirse en manifestaciones de una cósmica locura demencial.
Sin embargo, cuando Pla escribe una pequeña historia y guía de un pequeño pueblo próximo, como Cadaqués, esa historia comienza con los orígenes del mundo, la aparición de las primeras luces de un alba original que todo lo viste con una luz nueva, como en el Cántico espiritual. Y cuando Pla viaja, sin ir muy lejos, hasta Perpignan, por ejemplo, para visitar a un amigo, y contempla el espectáculo descorazonador de un plantel de lechugas destruido por una tormenta, Pla percibe horrorizado la evidencia de una manifestación palmaria de la crueldad ciega y sonámbula de la naturaleza. Es en ese preciso instante, de apariencia tan trivial, cuando la obra toda de Pla alcanza su olímpico destino último.
LA REDENCIÓN DE LA TIERRA, POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS
La contemplación de las metamorfosis de la tierra y las cosas de la naturaleza, indisociables de las cosas del alma, es el tema central del poema de Lucrecio. Entre los contemporáneos, pocos autores como Pla han vuelto a esa soledad primera para contemplar de frente el mismo drama: el hombre solo, perdido, errante en la soledad estrellada de un campo roturado que es urgente cultivar, para redimir a la tierra de su sonambulismo ciego y saturnal, a través de la cultura.
Ese proceso de redención de la tierra a través de la cultura no es una cuestión ni tarea para un hombre solo. Las faenas de la tierra y la roturación de la lengua son cosas de muchos hombres, animados por la fe de quienes comparten el pan y la palabra en un mismo hogar, un mismo pueblo, unas mismas maneras de ser y estar en el mundo. Esa fe ciega, mesiánica, es la que anima a los constructores de grandes arquitecturas materiales e inmateriales. Es la fe de Moisés y de Virgilio. A su manera, estoica, Pla también estaba poseído por una fe muy semejante. De ahí que, en su caso, la diabólica manía de escribir terminase confundiéndose con la construcción muy lenta, a través de toda una vida, de una arquitectura inmensa, habitada por muchos personajes que tienen nombres propios, animados muchos de ellos por una fe muy semejante, cuyas raíces se pierden por un dédalo de pueblos habitados por las tradiciones y locuras de una historia común. Esa casa común que construye y nos lega Josep Pla se llama Cataluña.
Nacido yo a la orilla de un río que nunca tuvo agua, el Guadalentín, en un pueblo muy pobre, Totana, en el seno de una familia muy humilde, y como tal condenada al desarraigo, el destierro, encontré en Pla la única esperanza que tenía a la mano: la fe en las palabras y la cultura, los únicos instrumentos con los que se me antoja posible redimir la tierra baldía e intentar construir una casa común que resista mal que bien a los vendavales y el infierno sin primavera de la historia, por los siglos de los siglos. Amén.
felicidades por la conferencia. me la leere con calma. Tiene muy buena pinta.
Un apunte sin importancia. Me ha hecho reir ese «lapsus teclae» de «José María Azar» que aparece en el comienzo del texto.
Jesús,
Graciassss…
Espero que te guste.
Q.-
PS. ¡Qué lapsus el mío..! Gracias a ti lo he corregido
Placer oírte, y placer recuperar el texto que quiero leer con alguna calma. UNo tiene la impresión, amigo Q que siempre aprende de quien mejor sabe y conoce. Ando releyendo de Pla, por unos amigos hebreros, su viaje a Israel. Les traduzco párrafos mientras tomamos una copa de brandy y les hace mucha gracia. Pla visitó el país uno o dos años después de su fundación. Siempre es gratificante meterse en sus líneas.
Gracias por tu charla.
Magnífica conferencia, para guardarla y verla publicada pronto en forma de libro… Si JRJ se llamaba «el Andaluz Universal», habrá que ir pensando en llamar a JPQ, «el Murciano Universal»…
Saludos
Luis, Joaquín,
… Luis,
También a mi me agradó conocerte y saludarte: gracias a ti, hombre…
… Joaquín,
Anda, anda… igual hago un pequeño volumen con varias cosas más o menos personales. Veremos,
Q.-
Joaquín, Juan Pedro… para que uno pueda ser catalogado de universal primero ha de conocer bien la cuna de la civilización romana en Hispana: Tarragona :8
Maty,
Hombre… y la cuna de la civilización griega, en Atenas y Totana, junto al valle del Guadalentín o Sangonera, sin olvidar la lengua jucetina, claro.
Maty, Maty…
Q.-
Me refería a Hispania. No olvides que el general romano Publio Cornelio Escipión (el Africano), en un ataque sorpresa de sus legiones romanas afincadas en la antigua Tarraco, arrasó Cartago Nova (Cartagena). Como he defendido otras veces, ahí tal vez se encuentre el primer enfrentamiento entre las dos Españas.
Por otro lado, dado el poco interés de las instituciones públicas tarraconenses en dar a conocer los grandes restos arqueológicos romanos, no me queda otra que suplir su deficiencia, como buen tarraconense (y catalán) que soy.
Terrae Antiqvae Hallado el «campamento base» de la conquista de Hispania en L’Aldea
Tu cariño hacia los perdedores hunde las raíces en aquellos hechos 😛
Perdone por el retraso de este comentario. No he podido leerla hasta hoy. Gracias por esta hermosa conferencia sobre uno de los mejores y más raros escritores españoles. También es de agradecer su confianza en las letras y en la cultura. Da gusto leerle.
Jorge,
Te agradezco un Montonazo tu amistosa generosidad, Graciasss
Q.-
PS. En efecto, yo soy un Creyente en las cosas del Logos, la lengus y la cultura.
El enlace de hoy me ha traido aquí.
Desde el vídeo de la entrevista de Soler Serrano a Pla, no había leido nunca una semblanza tan descriptiva sobre el genio de Palafrugell.
Una conferencia preciosa. Podría parecer que uno se enamora de ella porque deja al escritor (querido) en tan buena posición, tan alto en los altares; pero es más, me siento muy unido a esta visión trágica que Quiñonero transmite de Pla, que resulta ilusionante y feliz. Esa territorialización de lo humano, ubicado, localizado en unas coordenadas determinadas por la naturaleza, y desde la cual emprender la construcción, personal y colectiva. Una posición constructiva, desde la tragedia y hacia la pasión optimista.
Oriol,
Uauuuuuu… me hace una ilusión enorme tu lectura de mi conferencia sobre Pla. En verdad, forma parte de uno de mis libros, del que existe traducción catalana, editada por una casa muy ilustre, oye: De la inexistencia de España.
Formará parte de un libro por venir, con capítulos consagrados, también, a Rodoreda, Ruyra y Baltasar Porcel: Pla, Rodoreda, Porcel y la construcción de Cataluña,
Q.-
Fantásticos encuentros: viva la fecundidad!
Oriol,
No se diga más: happening veraniego en el Maresme…
Q.-
Gracias, Juan Pedro, por el texto íntegro de tu conferencia de 2008.
Leo comentarios de entonces, y claro todos somos tan universales que defendemos nuestro propio universo Jajajajaja yo tiro del mío ahora que se cumplen este año 1900 de la llegada de Adriano a la cabeza de Roma, tras la muerte de Trajano. Dos sevillanos seguidos.
Le sacaré jugo a tu escrito, Quiño
Encantado, Pablo. Siempre tan generoso, vaya…
Q.-