Cuando la Crisis acentúa con dramatismo las demandas ciudadanas de justicia, la actualidad recuerda la balcanización ineficaz de las justicias europeas.
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Un gran artista (Roman Polanski) ha podido escapar a la justicia del primer aliado militar de Europa gracias al diálogo de sordos entre los modelos judiciales de Francia y EE.UU.
Tras treinta años de sentencias inaplicables, un ciudadano francés decidió pagar el secuestro del asesino de su hija, ciudadano alemán, para entregarlo a la justicia francesa tras cometer varios delitos penales, gracias a los cuales pudiera cumplirse una sentencia francesa, enfrentándose a otra sentencia alemana…
El caso Polanski recuerda un problema mucho más vasto: la balcanización de los sistemas de extradición europeos. El caso del padre que paga el secuestro del asesino de su hija recuerda la balcanización de los sistemas penales.
El Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas tiene carácter supranacional y está consagrado a la defensa del Derecho comunitario. Pero escapan a su control inmensas parcelas del derecho, que continúan siendo atributos de los distintos Estados, con muy distintas tradicionales judiciales.
El Tribunal Europeo de los Derechos Humanos tiene su vida propia, al margen de la UE, y sus sentencias tienen una validez muy relativa en Moscú, por ejemplo. El espacio policial de Schengen nació como “espacio policial europeo”. Pero tiene miembros que no pertenecen a la UE (como Suiza), mientras que hay miembros de la UE (como el Reino Unido) que no pertenecen a ese espacio… Por su parte, los Estados son siembre muy celosos de sus respectivos tradiciones judiciales propias.
Con frecuencia, tal solapamiento y diversidad de derechos nacionales y supranacionales crean un vacío bizantino, en detrimento de unos ciudadanos que se consideran víctimas de sangrantes injusticias. Hay muchas Europas de la injusticia.
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