Descubro y me impresiona la obra de Ginés Aniorte.
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Descubrimiento tardío. La culpa es mía. Acabo de leer y volver a leer su último libro, Nosotros (2009, Renacimiento), que es una invitación al descubrimiento de otras obras suyas: Poemas de amor (1980), Es tiempo de vivir (1986), Fragmentos (1987), Mientras dure el invierno (1990), Veinticinco poemas (1997), Adivinaciones (2000), Cuanto quise decir (2004), Los Azares (2006).
Como en tantas otras ocasiones, la escritura limpia y luminosa me parece una higiénica tarea de salud pública. En definitiva, la limpieza de las palabras, su conservación, su uso más libérrimo, también es una faena de salvación y redención, contra las nubes tóxicas del tiempo y las palabras muertas, endemoniadas por los medios de incomunicación de masas.
Un ejemplo -el primer poema de Nosotros– que me parece eminentemente actual, ya que la intimidad del poeta también nos habla de otras cuestiones y otros hombres, que están ahí, a la puerta de su casa y la nuestra; y él nos ilumina con la limpieza de su luz, que también es una ofrenda:
Cuando tenía yo unos cinco años,
mi padre renegó de aquel destino
que el mundo nos brindaba,
y decidió enfrentarse a la fortuna
marchándose muy lejos
en busca de otra suerte.La noche que se fue,
mi madre, temerosa
de que ya no volviera -o solo enamorada-,
gritaba por la casa como loca,
y en aquel desvarío avivado, sin duda,
por la gente que vino a despedirlo,
el aire se impregnó de una extraña desdicha,
que hoy -después de tanto tiempo-,
alienta todavía en mi memoria
y, al pensarla, me embriaga de no sé qué infortunio
o velada tristeza.Sentada en un rincón, inconsolable,
mi abuela sollozaba entre oraciones
que pedían al cielo por su hijo,
y aquello era un duelo en el momento último
cuando al muerto se llevan.El equipaje estaba preparado en la entrada,
y un 1500 negro,
que tenía el aspecto de un pájaro agorero,
esperaba en la calle.Luego llegó la hora.
Entre abrazos y besos sacaron las maletas,
y yo me asusté mucho cuando el coche arrancó
y el cuervo se llevó a mi padre en sus garras.
De aquella noche lejanísima
recuerdo, sobre todo, el beso interminable
que mi padre le diera a mi madre en la boca.Después, de vez en cuando,
el cartero traía cartas llenas de nieve
que mi hermana, muy seria,
descifraba con labios temblorosos
mientras todos llorábamos
heridos de nostalgia y de kilómetros,
y yo hallaba consuelo
admirando las fotos de quien tanto extrañaba
porque había en su rostro el aura prodigiosa
de sagradas imágenes.Pasaron largos meses
como grandes desiertos,
y mi padre volvió para poner
un tejado impecable en nuestra casa
que, desde entonces, tuvo para mí un dormitorio,
y por borrar la sombra,
que su ausencia imprimiera en las paredes,
compró un televisor
donde yo confundí la vida con los sueños.Pero aquel hombre joven
que, a los ojos de un niño, volviera como Lázaro
para jugar conmigo
y subirme a sus hombros,
volvió a irse de nuevo.Más cartas y más lágrimas,
y fotos enturbiadas de nevados paisajes,
consiguieron, al cabo, que mi infancia,
como un sueño del tiempo,
aún esté por cumplirse.
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Muy bello. Una historia personal y social. Que acierto eso de la infancia aún por cumplirse. Estoy viendo la escena, de hecho en su día la ví y, como bien señalas Q.-, ocurre constantemente a nuestro alrededor.
Carmen
Carmen,
Si. Aniorte escribe con mucha limpieza; y dice cosas hondas,
Q.-