Ha muerto Leonardo Cremonini (Bolonia, 1925 – París, 2010), como había vivido: en creativa soledad.
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Cremonini, ante una de sus obras, años 90.
Fue uno de los más grandes pintores figurativos de nuestro tiempo, en algún lugar entre Morandi y Bacon.
Morandi fue su primer maestro, en Bolonia, donde comenzó a pintar. Pero huyó pronto, para instalarse en París, con una beca. Franceses e italianos lo ignoraron olímpicamente, durante quince o veinte años, hasta que, famoso en Nueva York, donde expuso regularmente durante una larga década (1952 / 62), se convirtió en una gran figura cosmopolita.
Los artículos de Life y la crítica neoyorquina despertaron el interés parisino, donde su obra ya era apreciada por selectas minorías. De esos años data su retrato de Cartier – Bresson. Sus turbadoras niñas precipitaron incontables reflexiones sobre su posible “paralelismo” con Balthus y las niñas balthusianas, no menos turbadoras, pero de otra naturaleza.
Tema mucho más permanente en la obra de Cremonini son las playas. Playas italianas de su infancia, playas normandas de sus viajes franceses, playas griegas de sus periplos por el Egeo, incluso playas andaluzas, de Sanlucar de Barrameda. Misteriosas e inquietantes playas: hablándonos de paisajes interiores y exteriores de un mundo amenazado por misteriosas e inquietantes cosas invisibles.
El triunfo neoyorquino le permitió instalarse en París, para esperar, sentado, que los más grandes viniesen a descubrir su obra, misteriosa, inquietante, incluso jubilosa, por momentos. Italo Calvino, Umberto Eco, Michel Butor, Louis Althusser, entre un largo etcétera, escribieron páginas significativas sobre Cremonini, insistiendo en la envergadura excepcional de una obra pictórica hecha en la tierra de nadie del destierro: destierro de un artista italiano, en Nueva York y París; destierro de un artista creando contra corriente del mercado y el arte protegido por las burocracias dominantes; destierro del creador alejado voluntariamente de la marea negra especulativa…
Así las cosas, Cremonini pudo continuar creando, en la más extrema soledad, finalmente recibido como «jefe de taller» en la Ecole Nationale des Beaux-Arts de París, donde ofició, hasta hace pocos años, como gran patriarca, misterioso, secreto, indispensable.
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Lesoleildehorsdedans, 1974.
- Cremonini y Gaya en el destierro parisino.
- Arte en este Infierno.
Nos abres los ojos a un artista secreto, muy muy interesante. Una vez más, quede dicho.
Mercè,
Ni te figuras cómo me ilusiona que te guste la obra de Cremonini…
Q.-
Permítame, J.P. Quiñonero, transcribir acá parte de un poema de Neruda:
…»Lo conocí y aún no se me borra.
Cayeron en pedazos las carrozas,
la guerra destruyó puertas y muros,
la ciudad fue un puñado de cenizas,
se hicieron polvo todos los vestidos,
y él para mi subsiste,
sobrevive en la arena,
cuando antes parecía
todo imborrable menos él.
En el ir y venir de las familias
a veces fue mi padre o mi pariente
o apenas si era él o si no era
tal vez aquel que no volvió a su casa
porque el agua o la tierra lo tragaron
o lo mató una máquina o un árbol
o fue aquel enlutado carpintero
que iba detrás del ataúd, sin lágrimas,
alguien en fin que no tenía nombre,
que se llamaba metal o madera,
y a quien miraron otros desde arriba
sin ver la hormiga
sino el hormiguero
y que cuando sus pies no se movían,
porque el pobre cansado había muerto,
no vieron nunca que no lo veían:
había ya otros pies en donde estuvo.
Los otros pies eran él mismo,
también las otras manos,
el hombre sucedía:
cuando ya parecía transcurrido
era el mismo de nuevo,
allí estaba otra vez cavando tierra,
cortando tela, pero sin camisa,
allí estaba y no estaba, como entonces,
se había ido y estaba de nuevo,
y como nunca tuvo cementerio,
ni tumba, ni su nombre fue grabado
sobre la piedra que cortó sudando,
nunca sabía nadie que llegaba
y nadie supo cuando se moría,
así es que sólo cuando el pobre pudo
resucitó otra vez sin ser notado.
Era el hombre sin duda, sin herencia
sin vaca, sin bandera,
y no se distinguía entre los otros,
los otros que era él,
desde arriba era gris como el subsuelo,
como el cuero era pardo,
era amarillo cosechando trigo,
era negro debajo de la mina,
era color de piedra en el castillo,
en el barco pesquero era color de atún
y color de caballo en la pradera:
cómo podía nadie distinguirlo
si era el inseparable, el elemento,
tierra, carbón o mar vestido de hombre?
(…)
..él daba su existencia, eso era todo.
Salió a otra parte a trabajar, y luego
se fue a morir rodando
como piedra del río:
aguas abajo lo llevó la muerte.
Yo, que lo conocí, lo vi bajando
hasta no ser sino lo que dejaba:
calles que apenas pudo conocer,
casas que nunca y nunca habitaría.
Y vuelvo a verlo, y cada día espero.
Lo veo en su ataúd y resurrecto.
Lo distingo entre todos
los que son sus iguales
y me parece que no puede ser,
que así no vamos a ninguna parte,
que suceder así no tiene gloria.
Yo creo que en el trono debe estar
este hombre, bien calzado y coronado.
Creo que los que hicieron tantas cosas
deben ser dueños de todas las cosas.
Y los que hacen el pan deben comer!
(…)
Yo conocí aquel hombre y cuando pude,
cuando ya tuve ojos en la cara,
cuando ya tuve la voz en la boca,
lo busqué entre las tumbas y le dije
apretándole un brazo que aún no era polvo:
«Todos se irán, tú quedarás viviente.
Tú encendiste la vida.
Tú hiciste lo que es tuyo.»
Por eso nadie se moleste cuando
parece que estoy solo y no estoy solo,
no estoy con nadie y hablo para todos:
Alguien me está escuchando y no lo saben,
pero aquellos que canto y que lo saben,
siguen naciendo y llenarán el mundo».
Fragmento de «El pueblo» de Neruda.
Un placer seguir su amplio blog eléctrico…
Saludos.
G.A.
G.A.,
Es una alegría tener ecos tan tan tan… potables… Neruda, qué enormísimo poeta…
Q.-
PS. «Alguien me está escuchando y no lo saben… / siguen naciendo y llegarán el mundo«. Uauuuuuuuu