Una temporada en el infierno

Juan Pedro Quiñonero

Sant Jordi, Noche de los libros, Gómez de Liaño e Inexistencia de España

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Interior, rue de Seine, 11 abril 2010. Foto JPQ

¿Dos libros…?

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Los que tengo más a la mano me parecen francamente potables: Carro de noche. Poesía 1972 – 2005 (Libros del aire. Colección Jardín Cerrado), la poesía completa de Ignacio Gómez de Liaño, y mi De la inexistencia de España (Tecnos, 2ª edición).

Ignacio no es, solo, un gran ensayista y novelista. También es un poeta importante, callado, voluntariamente embozado tras otros rostros de su obra, diversa y plena, donde todas las facetas forman parte de una misma obra única, que comienza por el arte de vivir.

Conocemos con bastante precisión las incontables peripecias de las numerosas escuelas poéticas del último medio siglo. Con mucho pudor, Ignacio nos recuerda la existencia de otras escuelas, proscritas y por historiar:

“… no poca de la poesía que hice en los años que van de 1965 a 1974 discurría por esos caminos de la vanguardia que se llamaron poesía concreta o experimental y que, en mi caso, derivaron hacia la poesía de acción y pública, a través de poemas que tenían en las calles, plazas y cielos de la ciudad la página que les servía de soporte, o se plasmaban en objetos, a menudo enviados por correo, y en acciones que trataban de enseñar a vivir de otra manera…”

Con los años, Ignacio ha escrito otra poesía, no menos culta, donde es posible rastrear las huellas de la gran poesía áurea del Barroco. Sin olvidar a Cernuda y Cavafis, quizá. Una obra solitaria y olímpica, indispensable.

¿Qué decir de mí mismo…? Volver a leer la presentación de mi libro.

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Comments

  1. A propósito de libros:

    El café de Ocata El día del hiper-libro

    El trato con el texto ha sido en Occidente la manera privilegiada de educación de la atención. Me refiero, claro, al texto exigente, aquel cuya comprensión requiere que pongamos algo de nuestra parte. Hay lecturas que son a la literatura lo que el chicle a la gastronomía. Entre ellas pondría la mayor parte de la llamada literatura infantil y juvenil, que divierte pero no forma, por eso en cuanto llegan a la adolescencia, nuestros niños dejan de leer. Simplemente no están capacitados para enfrentarse a un texto medianamente complejo. El esfuerzo de atención que les demanda su comprensión es para ellos excesivo.

    Nuestros niños y adolescentes pasan actualmente algo más de seis horas diarias frente a una pantalla (ordenador, tv, consola, móvil…), sometidos gozosamente a un ejercicio intensivo de dispersión de la atención. Lo importante para ellos no es la narración o la descripción, sino la intensidad de la emoción presente. Cuando lo que están haciendo deja de ser interesante, pasan a otra cosa. Viven en lo que podemos llamar un desarrollo zappista (de zapping) del interés. No les importa dónde están, sino la intensidad del momento…

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