FilmSocialisme, de JLGodard. 25 junio 2010. Foto JPQ.
La mejor historia de la novela española durante el franquismo termina contemplando el estado provisional de la cultura y la novela que vendría…
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[Tras el franquismo] “nuestras novelas o se pueblan con paisajes evanescentes, figuras inconcretas, confesionalidad ensimismada, literatura que habla de la literatura, historias que sustituyen la vida por la vida de los escritores, o reverencian la bella página. Se prodigó un realismo sin realidad. Hubo mucha novela dulce pero poco útil, dicho con conceptos horacianos. Al lado de estas constantes se aprecian grandes ausencias: la memoria histórica, olvidada si no proscrita, aunque brota a comienzos de la nueva centuria con abundancia y urgencia sospechosas; los trabajadores corrientes, tan escasos que hay que buscarlos con un candil; el ejército, la Iglesia, la política, los jueces, el terrorismo, la forma de Estado, todavía pendientes de “su” novela…”. La novela española durante el franquismo, de Santos Sanz Villanueva (Ed. Gredos).
Con prudencia, moderación y mucha finura intelectual, Santos Sanz Villanueva ilumina con precisión una llaga trágica de nuestra cultura. En verdad, la desaparición de la realidad en la historia de nuestra novela reciente -con todas las salvedades y matices de rigor-, suplantada o maquillada con productos de distinta naturaleza, priva a nuestra cultura de un elemento históricamente esencial: la arquitectura moral y espiritual que los creadores construyen en soledad y con dolor, preservando, a su manera, el terruño moral de realidad más honda. España no sería la misma sin Galdós, Baroja o Valle Inclán, etcétera.
Crítico literario emérito, Santos Sanz Villanueva deja constancia de una ausencia mortal para nuestra vida cívica.
Recordaré, por mi parte, que “el realismo sin realidad” también es una consecuencia fatal de los nuevos mecanismos perversos de las industrias de la incultura:
–Proliferación de editores que publican libros y novelas concebidos a través del marketing y las técnicas paramilitares de la publicidad.
–Conversión de buena parte de la prensa en mero altavoz de las campañas de lanzamiento de tales productos de marketing.
–Ausencia de crítica y debate sobre el puesto de la novela y la cultura en la vida cívica.
–Silencio cómplice de los creadores, proclives a aceptar como buenas las razones de la marca que los vende: prestos a defender las razones e intereses de esa marca, con ribetes mafiosos, con alarmante frecuencia.
–Ostracismo de quienes no se sometan a tal Estado de Cosas Dominante.
Consecuencia última de tales procesos perversos: la cultura genuina y sus cánones están siendo devastados y suplantados por los cánones impuestos por el marketing, la publicidad y las nuevas industrias de la incultura.
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