Lo de España, el Sahara y Marruecos es la historia de una indignidad nacional.
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Lo más patético: recordar con Zapatero defiende con trágica perseverancia la herencia del franquismo.
Sebastián Basco y Florentino Portero lo cuentan con más sabiduría y prudencia que yo pudiera hacerlo. Me tomo la amistosa libertad de traer sus análisis a este infierno:
Las ocho claves de El Aaiún
Sebastián Basco
A punto de cumplirse los 35 años de conflicto en el Sahara Occidental, una parte de la población autóctona residente en el territorio —administrado de facto por Marruecos— ha lanzado un movimiento de protesta que mezcla reivindicaciones sociales con ciertas dosis de independentismo. El Polisario quiere capitalizar la revuelta, y está por ver cuál ha sido su papel.
La «Massira al-Jadra» Una descolonización fallida
Tocaba a su fin 1975 y para poner remedio a una situación anacrónica, España aceptó iniciar los trámites de descolonización por medio de un referéndum. Con Franco en su lecho de muerte Hassan II lanza el 20 de noviembre la «Massira al-Jadra», la Marcha Verde a la que Madrid no respondió. Marruecos quedaba como administrador de facto del territorio, aunque las instancias internacionales no le han reconocido jamás este papel.
La derrota del Polisario. El muro que mató a la guerra
La República Árabe Saharaui Democrática (RASD) lanza una guerra de incursiones en el territorio a duras penas controlado por el Ejército marroquí. Pero el Polisario es derrotado con la construcción del muro defensivo marroquí: ocho muros, más de 2.700 kilómetros, 150.000 hombres que hacen inútiles los esfuerzos saharauis por mantener vivo el conflicto.
El fracaso de la ONU. La elaboración del censo imposible
Estancado el conflicto militar, Naciones Unidas toma cartas en el asunto y obtiene un alto el fuego en 1991. Fija para febrero de 1992 la celebración de un referéndum de autodeterminación que jamás será convocado. La inmersión de la población saharaui en sucesivas oleadas de habitantes del norte de Marruecos desnaturaliza el censo y hace la consulta irrealizable.
El tesoro del Sahara. Más preciado que el petróleo y el gas
Más allá del fósforo de Fos Bucrá, de las bolsas de gas y petróleo, y de los caladeros de pesca, el incalculable valor del Sahara para Marruecos es su capacidad de aunar voluntades, de cerrar filas, independientemente del color político, en torno a la «marroquinidad» del Sahara.
La RASD no tiene amigos. Una legalidad internacional sin apoyos
La RASD ha conseguido el reconocimiento de más de ochenta países, la mayoría del Tercer Mundo o de la antigua Europa del Este. Un apoyo diluido por su propia falta de peso específico. Sólo Argelia sigue sosteniendo la causa saharaui, tal vez como medida para debilitar al vecino Marruecos.
Las bazas de Marruecos. El reino necesario
El reino alauí forjó con Hassan II un juego de alianzas en el que todas las potencias occidentales ven a Marruecos como factor de estabilidad en la región y socio fiable en el mundo árabe. España, que oficialmente apoya el proceso de autodeterminación, jamás ha obrado en favor del referéndum por temor a que Rabat reclame la descolonización de Ceuta y Melilla.
Un conflicto incruento. La renuncia al terrorismo
Inviable la guerra con Marruecos por falta de apoyos, la RASD jamás ha barajado la posibilidad de lanzar una campaña terrorista que «moleste» al mundo. Jamás ha ocupado las primeras páginas de la prensa: un conflicto de baja intensidad que no preocupa.
Una revuelta por bautizar. ¿«Intifada» o protesta social?
La situación de revuelta ciudadana en el Sahara, iniciada el pasado 10 de octubre, obedece en su origen a una protesta por las duras condiciones socio-económicas y la falta de libertades. Sólo si el Polisario logra teñir la revuelta de independentismo y mantenerla viva en el tiempo podrá hablarse de «intifada» saharaui. [ABC, 10 noviembre 2010. Sebastián Basco, Las ocho claves de El Aaiún].
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Un desencuentro inevitable
Florentino Portero
DE nuevo, cual Guadiana que se oculta y reaparece, nos encontramos frente a frente con una difícil situación en nuestras relaciones con el Reino de Marruecos, que en parte deriva de intereses contradictorios y en parte de nuestros propios errores. En esta ocasión es el tratamiento de la cuestión saharaui el que nos enfrenta al Gobierno de Rabat, un problema del que no podemos librarnos, por mucho que nuestras autoridades lo deseen.
España es la potencia administradora del Sahara, el Estado que se comprometió en Naciones Unidas a gestionar la descolonización de este territorio que durante años estuvo bajo su control.
Aprovechando la debilidad institucional creada por la enfermedad y muerte de Franco, el entonces Rey Hassan II planteó un reto diplomático-militar en forma de Marcha Verde, una masa humana desarmada que se dirigió hacia el Sahara en defensa de la soberanía marroquí de aquel territorio. Los dirigentes españoles de entonces valoraron sus fuerzas y optaron por ceder, en la idea de que un enfrentamiento podía desestabilizar la de por sí compleja transición del franquismo a la Monarquía democrática. La pacífica convivencia entre los españoles, la definitiva superación de la Guerra Civil, aconsejaba el sacrificio de los derechos saharauis que, por otra parte, tantos quebraderos de cabeza nos habían provocado con sus actos violentos.
No sé si el enfrentamiento con Marruecos hubiera desestabilizado la transición, lo que es evidente es que España actuó indignamente. Nuestra diplomacia, tan comprometida de palabra con el multilateralismo y tan defensora de Naciones Unidas, incumplió sus obligaciones, cedió la administración a Marruecos y Mauritania, aunque no tenía competencias para ello, y situó la descolonización del Sahara en un callejón sin salida.
Para la Monarquía alauí, la anexión del Sahara es un objetivo fundamental y hará todo lo que esté en su mano para conseguirlo, más aún si tenemos en cuenta los sacrificios —diplomáticos, económicos y militares— que ha realizado a lo largo de estos años. Nadie, ni siquiera Argelia, está dispuesto a enviar una fuerza expedicionaria para rescatar el Sahara de las manos de Marruecos. Los márgenes de acción son por lo tanto estrechos y en ese pequeño espacio se ha movido nuestra diplomacia.
Para España es esencial mantener unas relaciones correctas y equilibradas con nuestros dos grandes vecinos del sur: Marruecos y Argelia. Con los dos tenemos una relación de siglos, de los dos dependemos para aspectos capitales de nuestra actividad: seguridad, emigración, aprovisionamiento de energía. Nuestros destinos están unidos. Necesitamos que ambos países sean prósperos y que colaboren con nosotros en el esfuerzo común de garantizar la estabilidad en la zona del Estrecho. La UCD, con diplomáticos como Marcelino Oreja y Juan Pedro Pérez-Llorca, desarrolló una política exterior en la que se reivindicaba la convocatoria de un referendo para que los saharauis decidieran su futuro, tal como estableció Naciones Unidas, al tiempo que se trataba de mantener una relación positiva con Marruecos y se aumentaba la dependencia energética respecto de Argelia.
La llegada del Partido Socialista al poder nos deparó uno de esos ejemplos de incoherencia a los que nos tiene acostumbrados. De una defensa extrema de la causa saharaui se pasó a una sorprendente comprensión de las posiciones marroquíes, en el marco de una reconstrucción de los Pactos de Familia por los que la diplomacia española se subordinaba a los intereses franceses. Con disciplina leninista, medios de comunicación que habían defendido una posición pasaron a comprender la contraria, al tiempo que depuraban sus redacciones de periodistas incómodos. Con Morán se colocó sobre la mesa el argumento de que era esencial para España la estabilidad de Marruecos, de lo que se derivaba que, de nuevo, los intereses nacionales requerían el sacrificio de la causa saharaui. De forma más discreta, un segundo argumento se fue imponiendo entre políticos y diplomáticos de izquierda: servir la cesión del Sahara como garantía de tranquilidad para Ceuta y Melilla.
José María Aznar retomó la posición establecida por Marcelino Oreja y buscó reequilibrar nuestra diplomacia en el Estrecho con una posición equidistante entre Argelia y Marruecos, mientras que la relación de dependencia respecto de Francia daba paso a una política más ambiciosa y autónoma. Del éxito de esa apertura da testimonio el apoyo internacional recibido por España ante la agresión marroquí en la crisis del islote de Perejil. El joven Rey comprendió que si quería mantener en el futuro pulsos de esa naturaleza con España necesitaba mejorar sus relaciones con Washington, tarea a la que se entregó aprovechando el renacer de un antinorteamericanismo primario con la llegada de Rodríguez Zapatero a La Moncloa.
El tándem Zapatero-Moratinos dio un giro radical a nuestra política exterior, prescindiendo de la posición autónoma y atlantista, volviendo al seguidismo de Francia y profundizando en el giro pro-marroquí inaugurado por González. Una política coherente con la vuelta a una posición pro-árabe en la crisis de Oriente Medio. Esta nueva diplomacia tenía varios costes inmediatos, el primero de los cuales era la renuncia a la defensa de los derechos humanos en nuestra acción exterior, entrando de nuevo en abierta contradicción con la retórica oficial. El segundo, derivado del anterior, el abandono de la causa democrática y la aproximación y defensa de regímenes dictatoriales o gobiernos autoritarios.
En el área magrebí la opción pro-marroquí supuso una crisis seria de nuestras relaciones con Argelia, así como un alza de los precios del gas, a manera de impuesto por nuestra infidelidad. La cesión ante las demandas marroquíes y nuestra debilidad en Europa convencieron a Estados Unidos de la inviabilidad de la causa saharaui. Mohamed VI ha fortalecido el vínculo diplomático con Washington en una región crítica para la potencia norteamericana, ha estrechado la colaboración en el terreno de la inteligencia y ha realizado importantes concesiones a las empresas de ese país.
El resultado es que nuestra diplomacia se encuentra más expuesta que nunca al chantaje marroquí, siempre dispuesto a utilizar la gestión de los flujos migratorios, del contrabando, de la pesca, el islamismo, el futuro de Ceuta y Melilla y el comportamiento de la población de origen marroquí en España como palancas para forzar voluntades, sobre todo cuando no hay disposición a la defensa de los intereses nacionales. Con Moratinos o con Jiménez la diplomacia española está al albur de los movimientos de la corte marroquí, obligada a justificar violaciones de derechos humanos o cualquier otra arbitrariedad.
Marruecos sabe quién es y qué quiere. Su estabilidad no está garantizada, pero no hay por qué pensar que la nuestra es mayor. Con Zapatero la diplomacia española ha venido a reflejar la crisis de identidad nacional, la falta de valores e intereses y la carencia de firmeza necesaria para ser alguien en política internacional. Nunca estuvimos peor desde la muerte del general Franco y no recuperaremos el pulso a menos que antes pongamos en orden nuestra política interior, condición sin la cual difícilmente podremos establecer unos objetivos claros en nuestra dimensión exterior.[ABC, 10 noviembre 2010. Florentino Portero, profesor de historia en la Uned. Un desencuentro inevitable].
Las negritas son mías.
- España, Magreb y Diplomacia en este Infierno.
J. Moreno says
El mundo de los débiles se ha quedado huérfano de Hermano Mayor que le defienda.
Recuerdo el conflicto del Canal de Suez, cuando la extinta URSS dió aquel ultimátum que hizo extremecerse al MUNDO.
Inglaterra y Francia…replegaron sus tropas y USA….