La campaña de Libia y sus imprevisibles consecuencias en el mundo árabe son demasiado graves políticamente para “dejar” su gestión a la organización militar integrada de la Alianza Atlántica.
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Esa fue la opinión que Nicolas Sarkozy transmitió personalmente con firmeza y claridad a Obama y Cameron, días antes que se lanzase la ofensiva aérea, cuando los AWACS franceses (Airborne Warning and Control System, aviones de alerta temprana y control aerotransportado) comenzaron a ofrecer sus primeros informes sobre el incendiario “puzzel” libio, donde todavía tienen importancia las relaciones tribales y no existen organizaciones políticas de ningún tipo.
Desde la óptica francesa, el teatro de operaciones libio, y su posible influencia en el Mediterráneo y el Golfo, es muy distinto a los campos de batalla de Afganistán, donde las tropas francesas están integradas en una fuerza multilateral dirigida por los generales de la OTAN.
Reintegrada en la Alianza Atlántica desde la Cumbre de Strasburgo de abril del 2009, por decisión personal de Nicolas Sarkozy, Francia reitera la solidez de su compromiso trasatlántico, insistiendo en su propia independencia de criterio en materia de gestión militar de conflictos de distinta naturaleza.
En el caso libio, tras las sublevaciones populares de Túnez y Egipto, Francia estima que una presencia norteamericana de carácter “espectacular” correría el riesgo de precipitar reservas de fondo. Y una intervención “masiva” de la OTAN podría suscitar “inquietudes” en varios países árabes, dando al conflicto una dimensión “puramente militar”, cuando la batalla en curso requiere una gestión política muy sensible.
París ha propuesto a los aliados la reunión sistemática de un “directorio”, un consejo de ministros de la Defensa y Asuntos Exteriores de países miembros de la coalición, con dos objetivos: “dar visibilidad” a la gestión política del conflicto; e intentar asociar a tal instancia gestora a los países árabes o africanos dispuestos a participar.
Desde la óptica francesa, los aliados deberían acompañar la campaña estrictamente militar con gestos e iniciativas políticas, hacia los países árabes, hacia los rebeldes que aspiran a derrocar a Gadafi, participando juntos, si fuese posible, en consejos de dirección o “pilotaje” político de la guerra, con una flexibilidad diplomática que, a juicio de Francia, no tiene la organización militar integrada de la Alianza, indispensable en Afganistán pero mal adaptada para Libia. [ABC, 22 marzo 2011. JPQ, Francia quiere aplicar su propia receta en la operación contra Libia].
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