MC.Foto Yves Caris / AFP. ¿Septiembre 1982?
André Malraux dijo de ella: “Usted tiene un don divino, el talento de la narración…”
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Con esa carta de visita, Muriel Cerf se convirtió pronto en una leyenda.
Nació en París (4 junio 1950) en un barrio mítico, Belleville. Creció educada por una de sus abuelas. Alejada de casi todo, tras un doloroso accidente, ha muerto (22 mayo 2012) víctima de un cáncer, ya instalada para siempre en la tierra celeste de sus sueños: toda su obra es una elegía al viaje, la búsqueda del amor, los encuentros y desencuentros con los cuerpos amados, perdidos y redimidos para siempre en el paraíso recobrado de las palabras.
Su primer libro, L’Antivoyage (1972) fue la matriz y el “modelo” de muchos de los libros que vendrían. De Le Diable vert (1975) a La petite culotte (2005) su obra es un torrente tranquilo de historias de seres perdidos en mundos no siempre imaginarios.
Tras la apariencia de relatos líricos, los libros de “viajes” de Muriel Cerf también reconstruyen la historia de un viaje sin fin ni destino hasta los confines de sus demonios íntimos: la ironía, la piedad y el lirismo no siempre ocultaban la callada desesperación y desencanto del heroísmo solitario.
Estudió historia del arte en la Escuela del Louvre. Pero comenzó pronto a viajar por Asia y África (India, Nepal, Singapur, Bangkok, Marruecos), siguiendo las huellas íntimas de grandes autores iniciáticos, como el Henry Miller de la trilogía Sexus, Plexus, Nexus. Un accidente puso fin a su primera carrera de aventurera solitaria. Comenzó entonces la callada relación entre el viaje físico y el viaje interior de las almas en pena.
Todos los paisajes la atraían y seducían. Pero todavía era mucho más atractivo decir adiós. Seguir descubriendo nuevos horizontes inolvidables, mucho más pasajeros y efímeros que los paisajes interiores del alma. No siempre es fácil distinguir el paisaje de la viajera impenitente del paisaje de la viajera inmóvil. Basta con cerrar los ojos, buscar refugio en la soledad absoluta, y repetir en voz alta las palabras mágicas: “Érase una vez…”
En ocasiones, el genio que sale de esa lámpara maravillosa algo tiene de diabólico, amenazante. Es el caso de su libro sobre Bertrand Cantat, el cantante encarcelado por “homicidio involuntario”, tras la muerte de Marie Trintignant, apaleada, siete años antes que la primera mujer del cantante se ahorcase en su domicilio conyugal. Ese libro de Muriel Cerf suscitó una amarga polémica. Decidió huir de París negándose a seguir un tratamiento “duro” del cáncer que terminó con su vida, recluida en Anet (Eure-et-Loir).
Su constancia tenaz en sus obsesiones le confirió la libertad absoluta, condenándola a un cierto e inconfesable ostracismo, alejada de las capillas monoteístas de una ciudad (París) donde el triunfo pasa por un marketing muy alejado de la libertad de los grandes solitarios.
A su manera, Muriel Cerf construyó una obra muy lírica huyendo de todas las normas, compromisos y servidumbres del mercado local, heroica y feliz en la tierra inmortal de sus fábulas. Tras esa aventura solitaria, una obsesión muy profunda, quizá: la angustiosa búsqueda del amor, fugitivo, errante, horizonte utópico de una vida atormentada, con la pureza de una fuga musical.
Laura says
Segestivo descubrimiento, para mi.
JP Quiñonero says
Laura,
MC merece la pena, si, si,
Q.-