Retrato improvisado de Alain Finkielkraut [ .. ] París mestizo.
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Rue Vavin, 29 noviembre 2013. Foto JPQ.
A juicio de Alain Finkielkraut, Francia se encuentra hoy en una encrucijada, víctima del relativismo moral y el multiculturalismo que están erosionando los antiguos cimientos de su identidad nacional
¿Por qué es el multiculturalismo una amenaza para Francia?
-El problema quizá afecte a toda Europa. Oficialmente, Francia “cerró” sus fronteras a la inmigración ilegal en 1974. Sin embargo, la población de origen inmigrante no ha dejado de crecer con gobiernos de izquierda y derecha. A través del derecho al reagrupamiento familiar, la legalización de ilegales y otros mecanismos, la población inmigrante no ha dejado de crecer, y Francia se encuentra hoy en una encrucijada, con dos alternativas posibles. Bien Francia se convierte en una nación asimilada, corriendo el riesgo de perder su identidad propia. O bien se transforma en una sociedad multicultural con una identidad todavía desconocida. Francia oscila entre esas dos alternativas, sin saber muy bien qué camino tomar, víctima de los demagogos de todos los bandos, convirtiendo esa alternativa en un factor de tensión y angustia social.
¿Cual es la responsabilidad del sistema político en la crisis actual?
-En verdad, Francia vive hoy dos crisis paralelas, superpuestas, en cierta medida. Hay una crisis económica, social, política, que cada cual juzga a su manera. Los gobiernos de izquierda y derecha intentan responder, a su manera. Es una crisis clásica, digamos. Pero hay una crisis más profunda: hay una crisis de Francia y los franceses, una crisis del vivir juntos, con valores que están amenazados y algunos creen que están en peligro. Ante esa crisis, ni la izquierda ni la derecha aportan soluciones o debates claros que permitan reflexionar sobre nuestra identidad. Los extremismos, por su parte, atizan nuevos problemas, inflamables.
¿En qué medida no se trata, así mismo, de una crisis de todo el sistema educativo?
-Todos los ministros de educación de las últimas décadas han tenido los mismos problemas. Unos lo han hecho mejor que otros. Algunos, han tenido conciencia del problema, pero han chocado rápidamente con lo políticamente correcto. Asistimos a una nivelación por lo bajo de la calidad de la enseñanza, que automáticamente se traduce en una nivelación por lo bajo del nivel de integración y respeto de nuestras señas de identidad culturales. Los mejores alumnos son víctimas de esa norma de comportamiento colectiva, incrustada en el corazón de nuestro sistema educativo. El antiguo elitismo republicano ha dejado de tener sentido. Con lo cual, quedan amenazados algunos de los principios que daban una cierta ejemplaridad a nuestro sistema educativo, degradado por razones ideológicas.
En su fondo último, se trata de una degradación de lo que en otro tiempo se hubiese llamado la vida del espíritu, la vida de la cultura, que fue uno de los cimientos más sólidos de la civilización europea, hoy víctima de la degradación de la enseñanza y, más genéricamente, de la degradación de las humanidades.
-Europa entró en el siglo XVII en un proceso de secularización. A partir de entonces, la cultura comenzó a ocupar el puesto que siglos antes tuvo la religión. Durante varios siglos, el escritor impartía una suerte de magisterio, ligado a su tarea de transmisión de la palabra. Nosotros asistimos al inquietante proceso de sustitución de la cultura, amenazada, por el consumo de productos presuntamente culturales. Los antiguos creyentes en algo, en Dios o en la cultura, se han convertido en consumidores felices de naderías que se compran, se venden, y se tiran a la basura. El resultado parece muy evidente… En Estrasburgo, por ejemplo, millares de turistas visitan diariamente su majestuosa catedral gótica: pero no entienden nada, ni les interesa entender, ni comprenden ni desean comprender el significado, herencia y legado de esa catedral, esa arquitectura. No muy lejos de la catedral de Estrasburgo se encuentran una mezquita: esa mezquita está llena de fieles y creyentes, que si saben, si comprenden y si creen en el significado del lugar donde ellos se reúnen para celebrar el mensaje religioso al que ellos son fieles. En nuestro caso, esa conversión de los antiguos creyentes en consumidores felices nos está hablando de una metamorfosis inquietante.
Desde esa óptica, las nuevas tecnologías, con sus maravillosas posibilidades, también tienen algo de naderías vacías de significado, si no somos capaces de utilizarlas de alguna manera creativa.
-Cada día se leen, en los periódicos, casos de padres incapaces de controlar y ordenar, orientar, la vida de sus hijos, seducidos y drogados, en cierta medida, con los aparatitos de las nuevas tecnologías. Esa dependencia crea riesgos temibles para algo esencial que Ortega definió como nuestra continuidad histórica. En nuestro caso, la escuela y el sistema educativo cumplen mal o muy mal sus funciones básicas. Y la comunicación está amenazando la transmisión de saberes esenciales. Los otros días escuché a una ministra de François Hollande diciendo que lo esperaba todo de las nuevas tecnologías numéricas. Me puse a temblar, aterrando. Esa ministra no comprende que no se puede curar la toxicomanía tecnológica aumentando las dosis de esa droga dura.
En ese marco, algunos medios de comunicación o incomunicación de masas se han convertido en algo parecido a comisarios políticos al servicio de la basura o la nadería ideológica.
-En Francia, Hitler nunca ha estado tan vivo como ahora. Vivo Hitler, muchos franceses preferían callar, ocultarse, colaborar. Durante la Ocupación nazi, grandes personalidades que luego serían de extrema izquierda estrenaban en los teatros parisinos con mucho éxito y presencia de las autoridades del ejército nazi. Hoy, sin embargo, los nuevos policías de la ideología dominante ven síntomas e indicios “nazis” y “fascistas” por todas partes. Son incapaces de comprender e intentar razonar la realidad inmediata, tienen miedo a la democracia y prefieren refugiarse en un pasado fantasmal, rechazando con violencia a quienes le recuerdan la realidad inmediata. En ese terreno, los nuevos policías de la fe de nuestro tiempo son implacables con los disidentes.
¿Es usted optimista o pesimista?
-No soy muy optimista. Pero tampoco tenemos derecho al nihilismo o la melancolía. Tengo un hijo, y quiero para él un mundo mejor. Debemos ser vigilantes e intentar que las cosas no vayan a peor.
¿Cree que François Hollande es consciente de los problemas que plantea la nueva sociedad multicultural francesa?
-En Francia hay cinco o seis millones de franceses musulmanes. Hay otros tres o cuatro millones de franceses de raza negra. Ningún presidente puede ser elegido, sin el apoyo de esas “minorías visibles” como suele decirse. Hollande fue elegido con buena parte de esos votos. Sin embargo, su reciente viaje a Israel le permitió dejar clara su amistad y solidaridad con políticos como Benjamín Netanyahu. Quizá esa solidaridad de fondo con Israel pudiera decir que el jefe del Estado no está maniatado a una parte sustancial de los votantes que le dieron la victoria decisiva.
- Francia y Entrevistas en este Infierno.
ABC, 29 diciembre 2013.
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