Cosas de Aquilino Morelle.
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Palacio del Elíseo, 24 mayo 2012. Foto JPQ. Aquilino Morelle, en el Elíseo, tras Eugenia de Montijo.
Hijo de inmigrantes españoles, Aquilino Morelle se ganó a pulso el despacho anexo a François Hollande, en un palacio del Elíseo donde él llegó a “reinar” con el solitario poder que tienen los consejeros íntimos del presidente de la República, autor de algunos de los discursos que permitieron al “monarca republicano” conquistar ese bastión único del poder de Estado.
Tras una carrera excepcional, en su género, Aquilino Morelle se vio forzado a dimitir como consejero de Hollande, hace apenas un año, acusado por la prensa adicta de haber cometido una falta excepcional: hacerse limpiar su colección de zapatos por un limpiabotas particular, convocado a título personal en el Elíseo.
La prensa de izquierdas pidió la cabeza de Aquilino Morelle, estimando que esa falta (¿venial, tratándose de un presidente socialista?), era sencillamente imperdonable. Hollande ofreció su cabeza políticamente decapitada en una bandeja de plata republicana.
Acompañada la degollación de un rosario de filtraciones injuriosas: Morelle habría podido ser corrompido por un laboratorio farmacéutico, sobornado con dádivas evaluadas en decenas de miles de euros.
Morelle denunció un “asesinato político” consumado por la guardia pretoriana de Hollande, sirviéndose de la calumnia para liquidar a un adversario emboscado entre los pasillos del poder supremo.
Un año más tarde, la justicia ha confirmado la inocencia sin tacha de Aquilino Morelle, que ha decidido una venganza fría: escribir un libro sobre las miserias íntimas del “bunker” presidencial. Morelle cita a Spinoza para justificar su venganza: “Castigar con la ignorancia es una ignorancia”. Dicho de manera menos filosófica: Morelle se propone describir con precisión los mecanismos y el funcionamiento de un nido de víboras al servicio personal del jefe del Estado.
Nido de víboras cubierto con las sedas de las alcobas más selectas, los cortinones de los pasillos más oscuros, por donde merodea la guardia pretoriana del presidente, siempre presta a ejecutar las órdenes y caprichos del “monarca republicano”, usando los tacones femeninos como daga criminal, usando los trajes y corbatas de seda con la precisión asesina de una soga para ahorcar o asfixiar, cuando es necesario rematar al enemigo caído tras beber la cicuta de las filtraciones envenenadas difundidas por la canallesca.
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