Gran respeto…
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Con Jacques Rivette (Rouen, 1928 – París 2016) desaparece el penúltimo de los grandes maestros de la Nouvelle Vague, el movimiento que cambio del rumbo de la historia del cine francés e influyó de manera significativa en la evolución de muy diversas escuelas cinematográficas.
Crítico, cronista, director, actor, Rivette jugó un papel central en la historia de la Nouvelle Vague, junto a François Truffaut, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol y Éric Rhomer. Dirigió una veintena de películas que escapan casi siempre a las lógicas comerciales y estéticas imperantes.
Como Rohmer, Chabrol, Truffaut y Godard, Rivette comenzó siendo un crítico implacable, antes de lanzarse en la gran aventura de la dirección. París nous appartient (1958) su primera película, también fue la piedra fundacional de la Nouvelle Vague. Louis Malle filmó un año antes Ascenseur pour l’échafaud (1957), una obra maestra que precede y desbroza muchos de los territorios más tarde explorados por Godard, Truffraut, Chabrol y Rohmer. Pero Malle y sus colegas se obstinaron en no entenderse.
Rivette había comenzado como asistente de dirección de Jean Renoir, el patriarca del cine francés. Y ese trabajo sirvió de “trazo de unión” entre el resto de los miembros de la Nouvelle Vague, unidos, durante varios años, por lazos de la más estricta fraternidad. Chabrol y Truffaut contribuyeron a financiar los primeros trabajos de Rivette. Godard fue el más brillante de sus defensores, cuando estalló el primero de los grandes escándalos de aquella época y aventura cinematográfica, esencial.
En 1967, Rivette realizó una película legendaria, Suzanne Simoni, la Religieuse de Diderot, interpretada por la jovencísima Anna Karina. André Malraux, ministro de la cultura, decidió prohibir la fulgurosa adaptación del relato clásico de Diderot, dando a la película una celebridad vertiginosa. Godard publicó una no menos legendaria carta abierta a Malraux que forma parte de los textos clásicos de la Nouvelle Vague. La temeraria audacia de Godard terminó doblegando al declinante ministro de la cultura, que se vio “forzado” a autorizar la distribución de la película.
Como Truffaut y Chabrol, Rivette siguió siempre fiel a los grandes clásicos de la literatura francesa, como Balzac, al que consagró una adaptación famosa, La belle noiseuse, interpretada por Michel Piccoli y una radiante Emmanuelle Béart. La penúltima de sus películas, La Duchesse de Langéais fue su última revisión de una obra de Balzac.
Con Godard, Rivette fue el último de los patriarcas de la Nouvelle Vague fiel a los grandes principios originales, a su manera. Mientras Godard abandonó el cine militante para roturar terrenos orgullosamente solitarios, Rivette intentó con mucha audacia realizar un cine muy alejado de los derroteros convencionales. Una de sus películas más famosas, Out 1: Noli me tangere dura doce horas y es un clásico en los antípodas de todos los modelos del cine comercial.
Rivette tuvo una relación tumultuosa con el gran arte de dirigir películas asumida con una irreverencia adolescente. “La fotografía es la verdad. Y el cine es la verdad ochenta y cuatro veces por segundo” dijo Godard hace muchos años. A su manera, la vida y el cine Rivette son una confirmación gloriosa de tal definición: vivió para hacer cine; y su cine es la historia memorable de su vida.
Éric Rohmer, sepultado entre riadas de naderías.
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Godard, el Costa Concordia y el fin de Europa y el socialismo.
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