Mónaco, 1 julio 2016. Foto JPQ. FRANCIS BACON, MONACO ET LA CULTURE FRANÇAISE.
Picasso – Bacon : un Infierno con Resurrección.
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La gran exposición de la temporada estival, en la Costa Azul, y quizá en Europa, FRANCIS BACON, MONACO ET LA CULTURE FRANÇAISE, nos revela como el gran arte español, Velázquez y Picasso, ocuparon un puesto central en el nacimiento como pintor de Francis Bacon, uno de los grandes maestros universales de la segunda mitad del siglo XX, instalado entre Londres, París y Mónaco.
Francis Bacon. Mónaco y la cultura francesa, en el Grimaldi Forum de Mónaco (entre el 2 de julio y el 4 de septiembre), en el corazón más cosmopolita de la Costa Azul, propone al gran público internacional un viaje inédito a los orígenes más íntimos de la obra de uno de los maestros más turbadores del arte de su tiempo, que sigue siendo el nuestro.
Martin Harrison, autor del Catálogo razonado de la obra de Bacon, recién publicado, comisario de la exposición, resume de este modo el puesto central de Mónaco y París como encrucijadas fundacionales donde germinó la vocación y la creación del artista, “alumbrado” por dos genios españoles:
“Bacon comenzó a “reformular” por completo sus ideas sobre el arte, en Mónaco, entre 1946 y 1949. Hemos perdido buena parte de la obra de aquellos años. Pero es en Mónaco, por esas fechas, cuando cristalizan las ideas y visiones de Bacon sobre el cuerpo y el espíritu humano”.
A juicio de los especialistas, el descubrimiento de Picasso, en el París de 1927, será “determinante” en la vocación definitiva de Bacon, que tenía entonces 17 años. La relación Picasso – Bacon es un capítulo esencial en la obra del maestro anglo-irlandés.
Hubo otras influencias españolas, igualmente decisivas. Bacon comenzó en Mónaco, en 1946, sus primeros trabajos sobre el Papa Inocencio X (Galería Doria Pamphili, Roma) de Velázquez. Uno de los temas capitales en el legado de Bacon, al que consagró medio centenar de obras, a lo largo de varias décadas. Esa influencia del gran arte español en la obra del artista comenzó a florecer en Mónaco, a pocos kilómetros del lugar donde murió Garcilaso de la Vega, siglos atrás, en las afueras de Niza. Hay otras influencias españolas: volveré sobre ellas, en su momento.
Sin duda, la influencia de París, la cultura francesa y Mónaco en Bacon tienen muchos otros rostros. Pero la Crucifixión de 1950 y el Inocencio de 1949 de Bacon, bien presentes en la retrospectiva del Grimaldi Forum, subrayan de manera palmaria la influencia capital del gran arte español.
El “diálogo” de las crucifixiones de Picasso y Bacon es uno de los “calvarios” más dramáticos del arte del siglo XX. Bacon “dialoga” con el Papa Inocencio de Velázquez para “releerlo” a la luz de los campos de cruces, las matanzas y tragedias de la civilización europea del siglo XX.
Comisario de la retrospectiva, Martin Harrison resume de este modo el puesto de París y Mónaco en la formación y la obra del artista: “Francis Bacon fue un artista autodidacta. En cierta medida, aprendió a pintar a través del arte francés: la gran tradición de la pintura clásica a través de Ingres, la técnica de Cézanne, el sentido trágico de Van Gogh, la maestría de los desnudos de Courbet, la utilización del color de Bonnard… sin olvidar las huellas bien presentes de Degas, Monet, Soutine, Seurat, o su amigo Alberto Giacometti”.
Aspecto mal estudiado de la vida íntima de Bacon -mucho antes de su homosexualidad y sus turbadoras visiones del erotismo más crudo-, quizá sea el de sus relaciones con el juego, no solo la ruleta. Una herencia no siempre afortunada de su padre.
Bacon resumió esa parte “oculta” de sus pasiones íntimas en su libro de conversaciones con David Sylvester (1966): “Recuerdo, ay… que una vez me vi forzado a quedarme mucho tiempo en Monte Carlo, por varias razones. De entrada, estaba fascinado por el Casino, donde me pasaba días enteros, jugando. Llegaba a las diez de la mañana, y podía quedarme hasta las cuatro o las cinco de la madrugada siguiente. En una ocasión, lo perdí todo, hasta la camisa. Y ese abandono de mí mismo, esa fascinación por el juego, me ayudó a explorar lo más profundo de mi ser”.
Bacon residió en muchas ocasiones en Mónaco / Monte Carlo, a caballo entre Londres, París y Madrid, donde murió. Todavía en vida, en 1971, el Gran Palais parisino consagró a Bacon una legendaria retrospectiva, excepcional: solo otro artista vivo, Picasso, había recibido un homenaje de ese tipo, en 1966. En cierta medida, Francis Bacon. Mónaco y la cultura francesa es un “complemento” indispensable de aquella exposición.
En el Grand Palais, hace poco menos de medio siglo, Bacon recibía el gran homenaje debido a toda su obra. En el Grimaldi Forum se desvela y rinde homenaje a las primeras semillas que fecundaron su obra, Picasso, Velázquez, el gran arte español y el gran arte francés, en la encrucijada de un paraíso perdido y recobrado, en la Costa Azul donde yacen los ecos de Garcilaso, desterrado, entre Niza y Mónaco – Montecarlo.
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