Place d’Aligre, 23 octubre 2016. Foto JPQ.
París, la rentrée… Pánico moral.
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El desmantelamiento de La Jungla, el más famoso de los campos de refugiados franceses, en las inmediaciones de Calais (Norte), comenzó el lunes con calma tensa y debe continuar durante varios días en un clima de tensiones inflamables, con expeditivo control policial, antidisturbios.
Entre los 60 / 70 pueblos de 500 a 6.000 habitantes, elegidos por el gobierno de François Hollande para reinstalar a los refugiados de La Jungla, una docena larga han protestado y se han resistido a la construcción de centros de acogida. Varios han intentado organizar referendos populares contra los refugiados / desterrados.
En algunos casos, varios alcaldes próximos o simpatizantes del Frente Nacional (FN, extrema derecha), han lanzado campañas muy agresivas contra la instalación en sus pueblos o regiones de varias decenas de inmigrantes y refugiados. En Béziers, por ejemplo, cerca de la frontera franco – española, el alcalde, Robert Ménard, elegido con el apoyo de Marine Le Pen, ha lanzado una campaña de carteles que dicen: “¡Ya están aquí!”… presentando la llegada de los refugiados como una “invasión”. En varios pueblos se han sucedido incendios “accidentales” en los centros de acogida. En el oeste de París, el proyecto de centro de acogida municipal, ha sido víctima de ataques de vandalismo.
Esa tensión, relativamente minoritaria pero muy profunda, refleja con visible precisión una división social y política grave. Un 58 % de los franceses son contrarios a la llegada de “nuevos” refugiados. La extrema derecha es muy hostil. El centro y la derecha oscilan entre la “comprensión” y el “comportamiento inaceptable” del gobierno de François Hollande. Las autoridades regionales y locales de Calais y otras ciudades llevan muchos años pidiendo en vano “socorro” económico y social, estimando que el desmantelamiento se está consumando “tarde y en malas condiciones”.
Entre los 6.000 / 8.000 refugiados / inmigrantes instalados en La Jungla, en condiciones humanitarias muy penosas, una gran mayoría desean ser reinstalados en centros de acogida y orientación, dispersados en toda Francia. Natacha Bouchart, alcaldesa de Calais teme que más de 2.000 refugiados se “nieguen” a abandonar La Jungla, corriéndose el riesgo de enfrentamientos violentos con las fuerzas antidisturbios.
Las organizaciones humanitarias que siguen y “acompañan” el desmantelamiento, prestando socorro de muy diversa índole, evitan pronunciarse sobre ese riesgo, diciendo esperar que “todas las partes se comportarán de manera responsable”.
El gobierno francés, por su parte, ha sido incapaz de convencer al gobierno inglés de participar más activamente en la gestión de la crisis. Desde Londres parece esperarse que Francia adopte cualquier decisión, salvo “dejar en libertad” a los refugiados para que intenten llegar al Reino Unido por cualquier medio. Si las fuerzas de seguridad no lo impiden.
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