Boulevard St.-Germain, 16 febrero 2011. Foto JPQ. Retrato improvisado de Michel Déon.
Michel Déon, écrivain et académicien, est mort.
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EL ÚLTIMO HÚSAR
Michel Déon nació en París el 4 de agosto de 1919 y ha fallecido en Galway (Irlanda) el 28 de diciembre. Fue uno de los escritores franceses más cosmopolitas del siglo XX, el último de los grandes maestros de la escuela de los Húsares…
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Hijo de un consejero personal del príncipe Luis II de Mónaco y de una madre aristócrata, el jovencísimo Edouard Michel comenzó a escribir “novelas” poco antes de cumplir los diez años y decidió adoptar el apellido de su abuela materna, Blanche Déon de Beaumont, desde sus primeras novelas, Adieux à Sheila (1944) Amours perdues (1946). Seguirían, durante más de medio siglo, un centenar corto de novelas, ensayos, comedias, dramas, memorias, libros de viajes, homenajes, en su inmensa mayoría, a los paisajes, dramas y recuerdos de una vida que fue una de sus mejores obras de arte, en Mónaco, Niza, la Costa Azul, el parisino distrito XVI, los EE. UU., Italia, Grecia, Suiza, Canadá, Portugal, España e Irlanda, su última patria de adopción.
El presidente Edgar Faure, lo definió de este modo, con motivo de su ingreso en la Academia (1978): “Michel oscila entre el anarquismo de derechas y un cierto pesimismo que aspira a la lucidez”. En verdad, Déon fue muchas otras cosas.
Formó parte del grupo de los Húsares (Antoine Blondin, Jacques Laurent, Roger Nimier, François Nourissier), agresivamente hostiles a todas las modas literarias y culturales de la Francia de los años 50 a 70 (existencialismo, estructuralismo, Nueva Novela, etcétera), defensores del estilo noble francés, políticamente conservadores, hostiles de manera muy radical al general de Gaulle y todas las izquierdas.
Déon comenzó siendo secretario personal de Charles Maurras, patriarca del pensamiento conservador francés, fundador de L’Action française, el legendario diario monárquico. Y llegó a defender con mucho brío a varios de los generales partidarios de una Argelia francesa… Posiciones políticas que defendió con una elegancia suprema, y le valieron, durante décadas, un cierto ostracismo entre las élites parisinas; hasta que, lentamente, con un vigor excepcional, su legado literario se impuso de manera olímpica, hasta el reconocimiento definitivo.
Conservador de la más alta escuela, contemplaba con horror la “vulgaridad fanática” de la extrema derecha de la dinastía Le Pen y defendía con mucho vigor la literatura de Jean Rolin, un antiguo izquierdista (maoísta), uno de sus mejores amigos y cómplices literarios.
Tras vivir muchos años en una isla griega, decidió instalarse en Irlanda, donde ha fallecido, lejos de las minúsculas capillas parisinas. Deja tras si el rastro de una leyenda áurea, la de un fabuloso creador de paraísos perdidos: una Costa Azul víctima del turismo de masas, como una Grecia hundida en el mismo infierno; un París elegante y mítico, por el que deambulan personajes de leyenda; una Italia áurea hasta donde hombres y mujeres viajan en busca de sus fantasmas íntimos; un Mediterráneo dorado como las naranjas y limones de Menton; una Irlanda convertida en refugio de apátridas y desterrados de una Francia olvidadiza de sus raíces, su historia, su cultura, la vieja patria amada e intacta en el paraíso recuperado de la lengua y la cultura.
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