Palabras mayores…
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Picasso primitivo (Museo del Quai Branly) propone una revisión de las relaciones artísticas del genio malagueño y las artes de otras civilizaciones no europeas, africanas, asiáticas, con un énfasis especial en el arte negro, influyendo de manera significativa en las metamorfosis del arte europeo.
Picasso comenzó a descubrir el arte de otras civilizaciones entre 1900 y 1907, cuando compró una estatuilla obra de un creador de las Islas Marquesas. Las estatuillas iberas presentadas en el Louvre y algunas galerías parisinas, el arte negro presentado en una exposición en el Museo etnográfico del Trocadero parisino, por los mismos años, cristalizaron el interés picassiano por las artes africanas, asiáticas, que terminó culminando en una creación emblemática y capital, Las señoritas de Avignon (1907), donde los especialistas siguen descubriendo “huellas” iberas, “negras”, africanas y un largo etcétera de “semillas” del más diverso origen.
El interés de Picasso por las artes de otras civilizaciones permaneció intacto a lo largo de toda su vida, como prueba su colección personal de obras africanas de muy distinta procedencia.
Por el contrario, las declaraciones picassianas siguen siendo objeto de incontables interpretaciones no siempre compatibles.
Hacia 1927, Picasso le comentó a su joven amigo, Léopold Sédar Senghor, futuro gran poeta y presidente de Senegal, coautor, con Aimé Césaire, del concepto cultural de “negritud”, su visión del arte negro / africano: “Debemos continuar siendo salvajes”.
Menos apocalíptico, el mismo Picasso le escribía a su amigo Guillaume Apollinaire: “Mis emociones artísticas más puras las sentí en un bosque, en España, cuando tenía dieciséis años. Tras aquella experiencia, las emociones más grandes las he sentido contemplando esculturas anónimas ejecutadas por artistas africanos, anónimos”. Abundando en ese “éxtasis” íntimo, Picasso llegó a decir, aludiendo al arte religioso africano: “Con Las señoritas de Avignon he realizado mi primer exorcismo”.
Picasso primitivo, comisariada por Yves Le Fur, se propone desbrozar ese inmenso campo de trabajo, invitando al “diálogo” entre un centenar de obras de Picasso y trescientas obras de artistas africanos, muy mayoritariamente anónimos, “primitivos”.
Le Fur presenta de este modo la ambición de su trabajo expositivo: “De entrada, ofrecer un marco cronológico e histórico. Reconstruir todos los jalones de las relaciones de Picasso con las artes no occidentales, desde su llegada a París, en 1900. A partir de ahí, he intentado mostrar como esa relación íntima del creador y el coleccionista estuvieron acompañadas de un diálogo permanente entre el arte picassiano y las obras igualmente ricas de artistas no occidentales. Se trata, al mismo tiempo, de una antropología del arte y de la constatación de unas relaciones estéticas”.
Picasso primitivo viene a prolongar una larga historia de aproximaciones, que comenzaron en 1972, un año antes de la muerte del artista, cuando Léopold Sédar Senghor, en la cúspide de su fama poética y su influencia política, como presidente de Senegal, organizó una legendaria exposición, Picasso en Dakar, la capital senegalesa. Ocho años más tarde, el MoMa neoyorquino organizó otra exposición complementaria, Primitivismo en el arte del siglo XX: afinidades entre el arte tribal y el arte contemporáneo.
Tras esos antecedentes, entre muchos otros, Picasso primitivo ofrece una síntesis todavía parcial. El gran arte ibero tuvo una influencia mayor y bien conocida en Picasso, anterior a su descubrimiento del arte africano. Rostros, retratos y autorretratos de Picasso están palmariamente “influídos” por el arte ibero / español mediterráneo y las máscaras, no siempre religiosas, de las distintas civilizaciones africanas.
Allí donde el arte ibero establece una relación directa entre el Picasso clásico y neoclásico, que culmina con sus retratos de Olga, el arte africano establece una relación de otro tipo con el arte picassiano, que el creador explica de este modo: “Cuando descubrí el arte de otras civilizaciones en el Museo del Trocadero comprendí cosas que iban más allá del proceso artístico: el arte también tiene algo de magia, interponiéndose entre un universo hostil y nosotros, los seres humanos. El arte también es un recurso, una suerte de poder que nos ayuda a imponer nuestros deseos y nuestro terror”.
Esa dimensión del Picasso “mago”, “hechicero”, es uno de los rostros más profundos del genio, que también tuvo una dimensión “caníbal”. Los primeros retratos de Olga son la expresión más sublime de un amor celeste. Sus retratos últimos de su primera esposa, iluminan un mundo oscuro, inquietante. El Minotauro Picasso de la madurez última ilustra la síntesis entre el artista “caníbal” (“devorando” la creación de los grandes maestros del pasado, “devorando” mujeres de manera “insaciable”) y el artista “mago”, hipnotizando a sus “víctimas” con un poder de seducción de la más alta “hechicería”.
No es un azar que Yves Le Fur haya decidido incluir en Picasso primitivo una obra de pequeño formato, Dora y el Minotauro (1936), contemporánea del Guernica. El Minotauro Picasso devora literalmente la intimidad de una Dora (Maar), abandonada en cuerpo y alma al creador entregado al más alto misterio de la la revelación, no solo artística, carnal, en el principio de todas las cosas de la creación.
La dama del lago y la lucha contra el Estado, en el lecho.
Arte.
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