Porte de la Villette, mitin Emmanuel Macron, 1 mayo 2017. Foto JPQ.
París ardiendo de angustia y optimismo en un 1º de mayo altamente simbólico, síntesis de todas las esperanzas y angustias de la inminente elección presidencial.
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Durante las 24 horas más largas de la campaña electoral, todos los grandes actores, colectivos e individuales, políticos, culturales y sociales se vieron ayer envueltos en un torbellino de esperanzas y angustias inflamables.
La mañana comenzó con plegarias de recuerdos y homenajes, reabriendo llagas cancerosas. Emmanuel Macron, candidato social reformista, fue el primero en rendir homenaje a la memoria de Brahim Bouarram, el joven marroquí asesinado por una banda de cabezas rapadas que salieron y se “perdieron” en el desfile de Jean-Marie Le Pen, el 1º de mayo de 1995.
Gesto altamente político, apreciado de muy diversa manera. En el Café de Flore, en el corazón de Saint-Germain-des-Pres, un cardiólogo reputado comentaba a sus amistades: “Un horror. Sacar a relucir todas esas historias no tiene nada que ver con Marine Le Pen. Su padre es su padre. Su madre es su madre. Que se dejó fotografiar desnuda en Playboy, pues muy bien. Pero, qué tendrá todo eso que ver con la hija. Los periodistas lo lían todo. Un horror”.
Casi al mismo tiempo, en la plaza de Juana de Arco, Jean-Marie le Pen celebraba a su aire el 1º de mayo. Un fracaso absoluto. Los militantes de extrema derecha habían dejado al patriarca, para seguir a Marine, que daba un mitin en el otro extremo de París. En la rue de Rivoli, donde se dieron cita los fieles a Le Pen (padre), dos viejos ultras comentaban, amargados: “Marine ha convertido el Frente Nacional en un club homo, un club gay. Hasta donde vamos a llegar”.
En Villepinte, al norte de París, los autobuses que llegaban de casi toda Francia traían a la tropa carca hasta el “altar” donde Marine Le Pen oficiaba su penúltimo “exorcismo” contra el liberalismo, Europa, y el capitalismo salvaje, ante varios millares de franceses modestos y menos modestos, endomingados, rezongando entre ellos sus horrores contra París, los periodistas, los intelectuales, las élites políticas.
A caballo entre la capital y la banlieue, los suburbios, en Villepinte se cruzaban a última hora de la mañana de ayer las bandas de franceses negros que vagabundeaban, aburridos, matando el tiempo, y los grupos de franceses modestos y endomingados que salían de los autobuses, enarbolando sus banderitas de Francia.
En el bar Le Rapid, dos agricultores visiblemente jubilados y modestos, tomaban un copazo de vino tinto, rezongando entre ellos. “¿Has visto la canalla que ronda por aquí?” “Quita, quita, en mi tierra, afortunadamente, estamos entre nosotros. No sé si Marine va a ganar. Pero este Macron tiene pinta de ser un colador para todo tipo de negros, musulmanes y qué se yo”,
Prudentes, horas más tarde, muchos de los propietarios de los bares próximos a la plaza de la République, en el corazón histórico de París, decidieron no abrir. Se temían las violencias que acabaron estallando entre las manifestaciones más o menos sindicales del 1º de mayo. A primera hora de la tarde, cuando debían comenzar las manifas sindicales todavía rondaban plaza algunos jubilatas que no se resignaban a ser expulsados por los manifestantes.
Cuando République comenzaba a arder, víctima de los enfrentamientos violentos en varios puntos de la capital, el oeste de la capital vegetaba en su somnolencia indiferente, conservadora y sonámbula. Mientras, al norte, siempre, en la zona industrial de la Villette, los simpatizantes de Emmanuel Macron daban la nota optimista de París y de Francia, entre unas medidas de seguridad excepcionales.
A la salida del metro Porte de la Villete, los simpatizantes de Macron se cruzaban con bandas multiculturales y patrullas anti disturbios.
Frente a un muro cubierto con carteles de Macron, una banda multicultural no estaba para fotos: “Corta el rollo, tío. Nosotros no queremos saber nada con un banquero como Macron. Le Pen tampoco mola. Una facha. No queremos escoger entre una facha y un capitalista. Si has hecho una foto, ojo, que vamos por ti”.
La presencia de varias patrullas móviles, armadas, aconseja prudencia a bandas multiculturales y fotógrafos, mientras una cola de poco menos de un kilómetro espera terminar entrando en el mitin de Emmanuel Macron.
Entrar en un mitin de Marine Le Pen es afrontar el riesgo de los insultos. “¡Vamos a follarnos a Macron!” gritan con frecuencia los simpatizantes de Le Pen. Entrar en el último mitin de Macron exigía ayer una paciencia mística. Y, detalle quizá significativo, los “macronistas” son los únicos franceses capaces de ir por la calle enarbolando ¡una bandera europea!
“¿Cómo se le ocurre tal ocurrencia?”, le pregunto a una señora muy puesta con su banderita azul con estrellas europeas. “Qué quiere que le diga -me responde-, mis padres fueron deportados a Auschwiz, donde murieron gaseados por los nazis. Todo eso queda muy lejos. Pero, que quiere, cuando yo era niña Europa me parecía una ilusión, una esperanza. Europa evitaría nuevas guerras entre europeos. Macron es el único candidato que alza banderas europeas junto a la bandera francesa. Quizá soy una ilusa. Pero me hace ilusión ir a un mitin francés con una bandera europea”.
Haciendo cola, en un control de periodistas, me tropiezo con un colega de la France Press, francés de padres vietnamitas, huidos a nado del infierno comunista. “Quiño, Macron es el único que habla de los pueblos de Francia. Es el único que tiene una visión optimista y prometedora para todos los franceses. Si le sale bien la operación, igual estamos cambiando de clase política. No me hago ilusiones, pero alguna esperanza tengo”.
Deambulando entre los militantes que esperan escuchar a Macron me tropiezo con muchas parejas que se abrazan y se besan. Muchas parejas han llevado al mitin a sus niños, muy pequeños. Algunos padres han puesto en manos de sus niños una bandera de Francia, que agitan y vuelven a agitar cuando el volumen del ruido y la música de los altavoces complican la comunicación cuando me tropiezo con una chica francesa de familia española, Isabel Santacreu. Debe gritar para decirme que ella votará Macron porque es el único de los candidatos que le permite sentirse bien como francesa de origen catalán, en París, en Barcelona o Madrid.
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