Quai Saint-Michel, 15 enero 2018. Foto JPQ.
Jorge Guillén fue muy feliz justamente en ese lugar, del que dejó muchas huellas escritas.
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Solo citaré la más luminosa: Germaine y Jorge Guillén: el amor que perdura más allá de la muerte.
Tras esa leyenda, don Jorge también escribió mucho y muy bien sobre las ciudades y sus ríos. Quizá sus poemas más melancólicos y dramáticos estén consagrados al asesinato de grandes ciudades históricas.
Apenas dos citas:
Esas luces veloces de los coches
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Centelleo de luces reflejadas
Entre los amarillos y los rojos
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La ciudad va tendiendo hacia la historia …
Tras la revelación del ocaso, la evidencia de la ciudad asesinada, víctima del turismo de masas, en uno de los grandes poemas de Y otros poemas (1973):
Roma, París, quizás en todas partes…
Henos, pues, asediados por los coches,
Los coches de presuntos asesinos
Que buscan su botín de transeúntes.
Tú, vanidoso de furor estúpido.
Que en selva de feroces alimañas
Conviertes la ciudad de insigne historia,
Nula bajo el instante velocísimo:
¿De caza vas? ¿Con qué recurso intentas
Matar el soberano aburrimiento
Que padeces, gran automovilista?
Toreas sin el arte del toreo
Que lidia reses bravas. ¡Espectáculo:
Lidia de transeúntes! Muy valientes.
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Fue Pozuelo Yvancos el primero en subrayar la influencia de don Jorge en mi prosa: “…Por eso el modelo, el gran estilo que aquí emerge, es Proust, pero más allá de la cita concreta, se ha hecho urdimbre que atraviesa todo el libro con el temblor emocionado de cada revelación, se la haga Josep Pla, sea Nabokov, o la beba en el Cántico de Jorge Guillén…” El tiempo recobrado.
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