Place des Abbesses, 12 febrero 2018. Foto JPQ.
País parisino de Abbesses [ .. ] París mestizo.
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Montmartre / Abbesses, una tarde de invierno… a la salida del cole.
Montmartre, una tarde de invierno… a la salida del cole.
Chicos parisinos contándose sus secretos a la salida del cole.
Niños y jóvenes parisinos educados en el desarraigo pop.
Parisinas, estudiantes de bachillerato.
Estudiantes de bachillerato, parisinas, en Vanves.
Un discípulo de John Cassavetes filma la salida del colegio, en Belleville, París.
Niños parisinos… una educación mestiza, en Montmartre.
Intercambio de chuches, en la Goutte d’Or.
A la salida del colegio, la niña corre a la pastelería en el país parisino de Auteuil.
Chicos a la salida de un colegio del país parisino de Auteuil.
Saint-Germain, una juventud dorada, 9.
París, la rentrée… Ilusiones de la vuelta al cole.
París, la rentrée… desilusiones de la vuelta al cole.
Fin de semana en una banlieue tranquila… niñas y niños de excursión.
Adolescente parisino pop, a la puerta de un colegio católico.
París… La salida del colegio en un barrio mestizo.
Salida del colegio en la rue de Palestine, París.
Chica parisina a la salida del colegio.
Montmartre, una tarde de invierno, en la frontera de Pigalle.
Caballito Pegaso que te conduce al cielo. Es de limón y fresa y de caramelo. No está el maestro. Juegan los niños en la placita. Llueve enseguida y a chaparrón. Son las gotas de azúcar y de turrón. Guardan los dulces en la tacita. Llega desde Baeza otro colegial. Nos lo envía Machado. Quiere que aleje el frío de esa ciudad. Venga la primavera sobre el Espino. Luzca de nuevo el sol. Funda nieves y heleros. Bailen titiriteros. Canten los romancillos. Recen viejas y mozas. Pise la tierra pina el Gargantúa. Haga ese día un gran milagro ese que dicen el santo del lugar. ¡Barcas y caballitos!, ¡churros y gallinejas!, ¡casa de la Princesa Pirulina!, ¡pellas contra el político de turno a perra chica en el chiscón del Pim Pam Pum!… Recuerdos de la verbena vieja, estimado, de esa fiesta mayor para los niños en que los chavales llevaban las manos al bolsillo para ver cuantas perricas les quedaban, y, si no había ya dineros, intento de vuelta gratis en el tope de la ola o tomando al asalto el Tren de la Muerte, a puro escobazo que disolvía el temible conductor aquel entrañable intento de algarada. Un saludo, amigo
Ricardo,
Qué maravilla, ese poema en prosa con el que nos regalas… Gracias…
Si… los caballitos tiene algo de palabra mágica, cuya pronunciación o escritura nos abre la puerta que conduce a las maravillosas grutas de la infancia, la tierra prometida por excelencia, si,
Q.-
Los caballitos eran (yo lo sentía así, fue algo muy mío; no quiero convertirmi sensación particular y subjetiva en regla universal) una suerte de espejo de Alicia, tras cuyos breves y alterados giros creías atravesar hacia Otro Lado, no sabías si producto de una conciencia que se altera (La droga, en ese caso, fueron ruidos y luces de la feria), magia de los festivos o paraíso concedido a los benditos. Marca de clase (por supuesto) de un recinto pobre, sonoro y polvoriento, iluminado por bombillas de cordel, solo a falta de romances de ciego, bodrios conventuales, mendigos descuideros, pilluelas de arrabal. Caballitos mecánicos: la cara; El tren del infierno: la cruz; que los coches de choque y la gondola, ya no eran de la infancia, lejos quedaban del milagro del esperado asueto colegial, mucha tecnología. Un saludo.
Ricardo,
Si, eso es.
Los caballitos todavía pertenecen a la linterna mágica de la infancia:
“… En cierta medida, la vendedora de globos y golosinas tiene mucho de hada de cuento de hadas: ella entrega al niño que le pide sus favores el hilo que hace volar la cometa inolvidable de la ilusión, iniciándolo al misterio de las gracias que habitan el lugar, las “reinas” / estatuas del Luxemburgo, en este caso, glosadas por Remy de Gourmont y Ramón Gómez de la Serna…” El Luxemburgo, cuando llega la primavera… Vendedora de globos y golosinas.
Luego vendrían otros mundos por descubrir, que están ahí, siguen ahí, basta con abrir la puerta de la calle y comenzar a caminar, buscándolos…
Q.-
Y mientras los caballitos giran, estimado, mi casa sin barrer. Continúo sin ir a Salamanca. «La inexistencia de España» aún no está en mi poder. La promesa, te recuerdo, era comprarla en el librero cabe la catedral, ante las mismas puertas de las escaleras de Anaya. Y claro, prosigue la inexistencia de nuestro país, porque ya ignoro si existe o no; le tengo en un limbo de las esencias, quizás nonato o prematuro difunto. ¿La solución? Aprender lo que me va a explicar tu libro. Poseerlo será como los caballitos y el circo de una tarde de asueto de posguerra: el niño pobre que a la feria va y se atraca de paloduz y de pastillas de goma…¡Ah! y al salir se encuentra una peseta, y la anticipación y la magia que acompañe ese día, hace que merque tu libro.
Ricardo,
Cool… las cosas de la eternidad pueden esperar mucho. Por otra parte, no tienes que darle muchas vueltas. Deja correr la cosa… Recuerdo a Borges: «De adolescente, deseaba ser el hombre invisible… ¡y lo era!».
Mucho más atractivo, sin duda, tirarse a la calle a seguir descubriendo las maravillas de cada día, sin duda.
Avanti..!
Q.-