Brassaï. El muro de la Prisión de La Santé. Boulevard Arago, 1932.
Baroja conoció bien esos muros de la prisión parisina de La Santé, y tuvo noticia de las últimas ejecuciones consumadas en esa cárcel en 1939. Incluso pudo presenciarlas, si alguno de sus amigos de la época hubiese aceptado su proposición. “…la cárcel de La Santé, rodeada de unos muros grises, tenebrosos..” dice Baroja en Los caprichos de la suerte (1950 – 2015).
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Don Pío cita esa cárcel parisina en muchas ocasiones. Uno de los poemas de las Canciones del suburbio (1944) se llama La cárcel de La Santé. Esa prisión, esos muros inmortalizados por Brassaï, estuvieron muy presentes en la vida y la obra del exilio parisino de Baroja (1936 – 1940): Susana y los cazadores de moscas (1938), Laura, o la soledad sin remedio (1939), Ayer y hoy (1939), El caballero de Erlaiz (1943), El puente de las ánimas (1944), El hotel del Cisne (1946), entre otras obras y textos de diversa naturaleza.
De Los últimos románticos (1906) a El cantor vagabundo (1950), Baroja escribió trece o catorce novelas directamente relacionadas con París, que también tiene un puesto importante en otra docena larga de sus novelas. Quizá no haya un escritor no francés que haya escrito tanto y tan importante sobre París. La sombra de La Santé está muy presente aquí y allá. De hecho, don Pío vivió una temporada en un hotel bastante próximo a esa cárcel, donde visitó a unos anarquistas españoles de los que habla con cierta afección: Baroja y los fantasmas de la rue Flatters y la rue Broca.
1939… la fecha tiene su importancia: es el año de la redacción de Laura, o la soledad sin remedio, que Editorial Caro Raggio acaba de publicar íntegra, por vez primera, con un prólogo esclarecedor de Miguel Ángel García de Juan.
¿Cuántas obras maestras escribió don Pío Baroja..?
Cierro los ojos y recuerdo, al azar, entre otras… Vidas sombrías (1900), Camino de perfección (1902), La busca (1904), El árbol de la ciencia (1911), Las inquietudes de Shanti Andía (1911), varios de los libros de las Memorias de un hombre de acción (1913 – 1935), Laura, o la soledad sin remedio (1939), El hotel del Cisne (1946)… quizá sea una relación muy personal y arbitraria. Otros lectores harán otra relación de obras maestras barojianas.
Entre esa relación de monumentos literarios, Laura quizá ocupe un puesto particular. El amor es la matriz primera. Y las mujeres y sus muy distintas visiones del amor ocupan un puesto esencial.
Otra Laura barojiana, la de Camino de perfección, “tenía el furor de la lujuria en todo su cuerpo”. El amor de esa Laura y su sobrino es una pasión subversiva, libertaria, que todo lo arrasa a su paso. Ese amor carnal es una comunión mística, también, que Baroja define en esa novela de este modo: “La unica palabra posible es amar. ¿Amar qué? Amar lo desconocido, lo misterioso, lo arcano, sin definirlo, sin explicarlo. Balbucir como un niño las palabras inconscientes. Por eso la gran mística Santa Teresa había dicho: EI infierno es el lugar donde no se ama”.
Décadas más tarde, el amor es una pasión extinta, una ausencia trágica. Comentando con mucha admiración alguno de los poemas de Las canciones del suburbio, Luis Rosales afirma: “Estamos leyendo la carta de un suicida”. Una renuncia trágica al amor, una despedida sin consuelo, atroz e infeliz.
Ya casada con un ruso, Laura de 1939 todavía siente la atracción física hacia un hombre que fue amigo o compañero de armas del Lawrence de La revuelta árabe, un héroe épico y legendario, en la gran tradición de los héroes solitarios de Baroja. Pero Laura renuncia a la tentación del amor, caída de hinojos ante la tristeza de saberse sola y sin consuelo, para siempre…
Entre El hotel del Cisne y Laura, Baroja contempla un paisaje de ruinas morales, despojos humanos al borde de un precipicio: el Apocalipsis que había comenzado con la guerra civil española y culminaría con los campos de cruces y los campos de concentración de la segunda guerra mundial. El amor era la esperanza última, amenazada, en cuarentena, la alfaguara de agua y vida purísima donde Laura reconoce su fracaso y su rostro, recordándonos que “el infierno es el lugar donde no se ama”. De ahí que la lucha contra el Estado, la lucha contra el Estado de Cosas Dominantes, comience en el lecho amoroso. Tema barojiano muy subterráneo que yo retomo en La dama del lago, cuya protagonista se llama Laura, Laura del lago.
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