Iglesia de Saint-Germain-des-Prés esquina rue de l’Abbaye / rue Bonaparte, 10 abril 2020. Foto JPQ.
Antes del alba, cuando me despierto, abro el balcón de casa para admirar la luna llena en todo su fulgor matinal.
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Las primeras luces del alba todo lo visten con su hermosura, dice el Cántico, citado libremente.
Cierro los ojos y me asaltan los viernes santos de infancia. Y otros mucho más recientes. Siento la tentación y necesidad apremiante de tirarme a la calle…
De ahí esta crónica / relato visual:
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Procesión de Viernes Santo, en París.
Joven catalana piadosa, en la procesión de Viernes Santo.
Madre e hijo, entre la vaga / huelga general y la procesión de Viernes Santo.
Timbaler / tambor y tamborilera de una cofradía catalana, Viernes Santo.
Nazareno / natzarè catalán, Viernes Santo.
Catalanas piadosas, con cirio y peineta, Viernes Santo.
Cofrade musical, con pendientes, Viernes Santo.
Merienda cena de Viernes Santo, en el centro comercial.
Viernes Santo, en el centro comercial: sola religión, el consumo.
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París cuando despierta el día en tiempos del coronavirus rue de Rennes.
Coincido, estimado, y me viene a la mente, y se acoge en el cuerpo, casi entre las vísceras, y sube desde allí hasta lo que, hoy, llamaré el alma, pues definiendo de tal manera identificaré mejor ese Semana Santa que recuerdas y me muestras: folclore aparatoso de vírgenes y cristos sufridores como estatuas de los pasos, los duros costaleros que, antes, por una promesa se esforzaban, las luces de los cirios y las velas, la cera que acababa manchando el pavimento -tanta en algunas catedrales que los niños mendigos la raspaban para vender los restos-, esos cánticos de saetas y quejidos que hacían enmudecer la multitud… Y es la memoria, en este caso, sita en Sevilla y en Granada, en Málaga y Córdoba; nunca en Segovia o en Zamora, en Valladolid, que más me llama la fe supersticiosa (acrática, sin duda, albergando esperanzas que, a veces, ni siquiera reconozco mías) que la callada desnudez formal y el temor que inspiraban las tinieblas, el Judas, las estatuas cubiertas en la iglesia. Y la Pasión del Sur era policromía, fiesta celeste, escape incluso milagroso del Mal entero, de todas las pandemias, estimado.
Ricardo,
Bueno… en mi caso… la Semana Santa se reduce a Totana, Murcia, la infancia… disfrazado de nazareno, coqueteando con las chiquillas que seguían las procesiones, sentadas, con sus madres, para seguir la marcha de las procesiones…
Y… el intento de meter el paso del Señor con la cruz a cuestas en una taberna del pueblo… aparición de la Guardia Civil, que se llevó a la «perrera» (la prisión totanera de la época) a mis cofrades… y, al día siguiente, el severo editorial de La Verdad murciana, pidiendo que el Papa excomulgase a los totaneros, capaces de actos tan impíos… y mi abuela materna mirando hacia el cielo, pidiendo piedad, que terminó llegando, quiero recordar…
Q.-
Quiño,
¡Qué ocurrencias! No me hubiera imaginado nada igual.
Menos mal que tu abuela materna intercedió al cielo por vosotros…
Felices Pascuas a todos/as, dentro de lo posible…claro.
Fina,
Cosas de mi pueblo… a decir verdad, solo participé como espectador (fascinado) por el espectáculo de intentar meter al Señor con su cruz a cuestas, en una minúscula taberna…
Mi abuela creía en esas cosas, efectivamente.
Que todo vaya bien para ti y los tuyos, sí.
Avanti..!
Q.-
Don Ricardo Lanza,
Qué bien conoce y describe Ud. la Semana Santa del Sur y de Castilla… Al leerlo me parece estar viendo estas celebraciones, encontrarme en ellas, y hasta sentir el temor de no quemarme con la luz de los cirios y las velas…
Y ya ve Ud., este año tan «inédito» nos vamos a quedar sin fiestas celestes; recluidos en casa, con una monotonía sin variables que
quizás favorezca la reflexión y los recuerdos…también al placer de la lectura. Muchas gracias por sus aportaciones.
En fin, esperemos un escape, milagroso o no, de este coronavirus que nos acecha.