Maria Casarès, 1962. Photo Maurice Zalewski / Adoc photos.
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Durante cincuenta años, María Casares consagró una parte significativa de su trabajo, como actriz, autora, desterrada, figura pública internacional, a la defensa, ilustración y promoción de la cultura española, sin recibir a cambio otra cosa que algunas medallas tardías y una acogida reticente de su trayectoria, cuando Francia la había instalado en el pedestal de las grandes trágicas del cine y la escena francesa, europea.
Menos de diez años después de su instalación en París, jovencísima, como refugiada, María Casares estrenaba en París, en 1946, uno de los grandes monumentos del teatro español contemporáneo, “Divinas palabras”, de Ramón María del Valle-Inclán. Dos años más tarde, María Casares era la protagonista de otro acontecimiento teatral: el estreno parisino de “La casa de Bernarda Alba”, de Lorca.
Con esos dos montajes, entre otros trabajos, culminaban la formación de la actriz, que París comenzarían a disputarse, muy pronto, los grandes directores de cine y teatro.
Su trabajo en “Guernica” (1950), un documental de Alain Resnais y Robert Hessens, con textos de Paul Eduard, también le dio fama y respeto, en París. Trabajo invisible en su patria.
Siguió un rosario espectacular de trabajos de los más altos vuelos consagrados a difundir la cultura española.
En 1953, trabaja con Albert Camus en la traducción de “La Devoción de la Cruz”, la obra maestra de Calderón. En 1963, trabaja con Margarita Xirgu en el montaje de “Yerma”, de Lorca, en Buenos Aires, donde traba una gran amistad con un futuro gran director, Jorge Lavelli, colaborando en el montaje de las “Divinas palabras” valleinclanescas. La pareja Casares – Lavelli volvería a trabajar, juntos, en París, muchos años más tarde.
Seguirían trabajos de primera importancia para la “promoción” de la cultura española en la escena internacional. Versión escénica de “La noche oscura” de San Juan de la Cruz, coreografía de Maurice Béjart, en 1968. Dos años más tarde, grabación de poemas de García Lorca. En 1972, interpretación de otro clásico canónico, “La Celestina”, en un montaje parisino de Jean Gillibert. Un año más tarde, participación importante en “Las dos memorias”, un documental de Jorge Semprún en el que colaboraron Federica Montseny, Santiago Carrillo, Yves Montand, Juan Goytisolo, Xavier Domingo, entre otros.
Un año después de la muerte de Franco, 1976 debía ser el año del regreso final a su patria, nunca realizado, tras el estreno madrileño de “El Adefesio” de Rafael Alberti dirigida por José Luis Alonso. Tras cuarenta años de exilio, María Casares volvió a París calladamente amargada. Sin duda, la crítica fue razonablemente elogiosa. Pero las observaciones pérfidas sobre su “acento”, sobre su “afracesamiento”, sobre su “distancia” de las realidades españolas, le causaron la más triste sensación.
Muchos años más tarde, en 1991, con motivo del estreno parisino de las “Comedias Bárbaras” valle inclanescas, en el “Théâtre National de la Colline”, Jorge Lavelli, su viejo cómplice, director del teatro nacional parisino, organizó un “fin de fiesta” donde, entre copa y copa, María Casares nos comentó a un grupito de admiradores: “En Madrid, en Galicia, todo el mundo hablaba de mi. Pero, en el fondo, no sé si me conocían, a la luz de las preguntas que me hacían. Tener que volver a contar mi vida, tras una vida consagrada a la cultura española, en el exilio, era muy triste para mí”.
Había comenzado una serie de homenajes administrativos. Hija predilecta de la Coruña (1984). Medalla de oro al Mérito de las Bellas Artes (1988). Concesión de la Medalla Castelao. Celebraciones simpáticas y tardías, entrevistas audiovisuales, cuando Francia había comenzado a instalar a María Casares en el panteón de las más grandes trágicas del siglo XX, junto a Sarah Bernhardt, otro monumento nacional, francés. Durante más de medio siglo, María Casares había celebrado el Día de Galicia, el 25 de julio, leyendo poemas en la radio francesa poemas de Rosalía de Castro, Curros Enríquez y Eduardo Pondal, entre otros, en lengua gallega.
Insensible a los tardíos homenajes oficiales, muy alejados del puesto que ella tenía en la escena, el cine y la cultura francesa, María Casares regresó para siempre a Francia, siempre respetuosa y admirada con los frutos nuevos y maduros de la cultura española. En 1989, trabaja en “Monte Bajo” de Julián Esteban Ribera. En 1996 el año de su muerte, en Alloue, su residencia final, preparaba el montaje de “El cerco de Stalingrado”, de José Sanchis Sinistierra, en un teatro nacional parisino”.
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María Casares, una leyenda en Francia olvidada en España.
Lagerfeld, María Casares, Fritz Lang y los misterios de la creación.
Irene says
Gracias por este recuerdo enorme de la Casares, Q.
JP Quiñonero says
Me llegan tus palabras, Irene. Graciasssss
Q.-
Fina says
Quiño,
«Nadie es profeta en su tierra», o sólo unos pocos…
Bello homenaje a María Casares. Gracias.
JP Quiñonero says
Fina,
Sí … María Casares es una Gran Señora … que los franceses han consagrado como gloria nacional… en fin…
Palanteeee
Graciassssss
Q.-