Place Charles-de-Gaulle / Étolie, Arc de triomphe, 10 julio 2011. Foto JPQ.
Quizá por vez primera en su historia reciente, Francia tiene problemas de fondo para conmemorar algunas de sus figuras más emblemáticas, algunos de sus más grandes acontecimientos nacionales, algunas personalidades capitales de su historia cultural, víctimas de la polución ideológica y las nubes tóxicas que nuevos y antiguos enfrentamientos guerra civilistas.
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Antes de celebrarse, a lo largo de los próximos meses, el bicentenario de la muerte de Napoleón Bonaparte (1769 – 1821), el bicentenario de la Comuna de París (1871), el sexagésimo aniversario de la muerte de Louis-Ferdinand Céline (1894 – 1961), se han convertido en peligrosos campos de minas, precipitando enfrentamientos muy profundos.
Francia también celebra / conmemora, este año, el nacimiento de Charles Baudelaire (1821 – 1867), Gustave Flaubert (1821 – 1880) y Marcel Proust (1871 – 1922), entre otros medio centenar largo de recuerdos de glorias nacionales. Pero los preparativos previos a la celebración de la gloria de Napoleón, la tragedia de la Comuna, y el inmenso legado literario de Céline, se han transformado en un campo de batalla inflamable.
Temiendo la agravación de las tensiones, el presidente Emmanuel Macron ha tomado la decisión “heroica” de crear una institución de nuevo cuño, “France Mémoire” (FM, Francia Memoria), dirigida por el Instituto de Francia, del que forman parte todas las academias nacionales (lengua, ciencias, bellas artes, ciencias políticas y morales), con el fin tomar “libremente” la decisión de conmemorar y celebrar, más o menos, estos o aquellos personajes y acontecimientos.
Antes siquiera que FM “dicte sentencia” y decida qué, cómo y cuando celebrar, el bicentenario de Napoleón, el bicentenario de la Comuna y el sexagésimo aniversario de Céline, han estallado un rosario de agrias polémicas
En el caso de Napoleón, se trata de una suerte de revisión de gran calado. Jean-Louis Debré, ex presidente del Tribunal Constitucional, ex presidente de la Asamblea Nacional (AN), presidente en funciones del Consejo Superior de los Archivos Nacionales (CSAN), una de las figuras históricas del conservadurismo francés, fue uno de los primeros en abrir el fuego revisionista, con esta declaración: “No nos pasemos. Los sueños de grandeza de Napoleón trajeron muchas desgracias a Francia. No olvidemos, tampoco, que él estuvo en el origen del fin de la primera República, con un golpe de Estado”.
Jean-Louis Debré es hijo de Michel Debré, antiguo primer ministro del general de Gaulle, uno de los padres, bonapartistas de la V República. Y toda su carrera política, conservadora, transcurrió en los sucesivos partidos creados en esa estela histórica: la glorificación de la herencia de Bonaparte. En boca suya, las críticas de fondo sobre Napoleón tienen un calado profundo.
Si Debré denuncia las “desgracias” que Napoleón trajo a su patria, Louis-Georges Tin, presidente del Consejo Representativo de las asociaciones negras de Francia (CRAN), es mucho más duro, cuando declara: “Celebrar hoy a Napoleón es algo peor que una mancha, una falta, un crimen: es un doble crimen, por olvidar los crímenes racistas de Napoleón, cuando restauró manu militar la esclavitud, tomando decisiones institucionales de carácter sexista y racista”. En esa misma línea, Françoise Vergés, politóloga y feminista, ha declarado: “Napoleón fue un racista, sexista, despótico, militarista y colonizador”.
A la izquierda tradicional, Laurent Joffrin, ex director del diario Liberation, autor de varios libros sobre Bonaparte, considera indispensable recordar datos básicos, a su modo de ver: “De entrada, él enterró la Revolución con un golpe de Estado. Luego, sus sueños de grandeza costaron un millón de muertos, en Francia y toda Europa; y su repudio de Josefina, por no darle un hijo, es percibido por las mujeres de nuestro tiempo como un acto sexista, cuando los historiadores de los territorios de ultramar denuncian comportamientos racistas”.
Napoleón, como olvidarlo, también tiene defensores acérrimos. Thierry Lentz, director de la Fundación Napoleón, comenta las polémicas en curso de este modo: “Cierto, hay puntos negros en su obra, colosal. Pero hay que situarlos en el contexto de la historia de su tiempo. ¿Que restableció la esclavitud, en 1802? Los historiadores hablan desde hace décadas. Nadie lo oculta. Nadie lo excusa. Pero hay gentes que prefieren la polémica a la historia”. Lentz añade: “Recordemos que la esclavitud era algo muy común en esa época. En los EE. UU., el presidente Thomas Jefferson tenía esclavos. Napoleón, hombre de su tiempo, tomo sus decisiones para ordenar la sociedad y defender las colonias del Antiguo Régimen”.
La división nacional ante el caso capital de Napoleón Bonaparte quizá comenzó hace años. Desde siempre, muchos hombres y mujeres francesas visitan el Arco del Triunfo, en la parisina Plaza de la Estrella / General de Gaulle, para fotografiarse delante del monumento nacional. Hombres y mujeres gustan fotografiarse tomando las posiciones que toman las heroínas marciales del Arco del Triunfo, labradas en piedra para recordar las grandes batallas de Napoleón. Desde hace dos años, desde el estallido de la crisis de los chalecos amarillos, el mismo Arco del Triunfo, también se ha convertido en matriz de otro tipo de polémicas.
Bandas de chalecos amarillos llegaron a “tomar” el Arco del Triunfo para denunciar la “tiranía nacional”. El gobierno francés tuvo que movilizar muchas unidades de anti disturbios, militarizados para “liberar” el monumento napoleónico, tomando por los chalecos amarillos que denuncian una “herencia catastrófica”. Desde hace meses, las bandas multiculturales de la “banlieue” parisina también visitan el mismo Arco del Triunfo con otros objetivos “publicitarios” y polémicos: “fotografiarse” con posturas no siempre ofensivas, para dejar constancia de su “triunfo” contra “el racismo nacional”. Durante las pasadas Navidades, la policía anti disturbios tuvo que intervenir en varias ocasiones, armada, haciendo redadas para neutralizar a las bandas multiculturales de la “banlieue” merodeando con tensiones en los alrededores del Arco del Triunfo.
Si Napoleón es uno de los grandes mitos nacionales, con Luis XIV y de Gaulle, la sublevación revolucionaria de La Comuna de París (1871) es una encrucijada histórica para toda Europa. Su celebración ha desenterrado enfrentamientos guerra civilistas, que han estallado en la alcaldía de París, donde la alcaldesa, Anne Hidalgo, proyecta una celebración “de izquierdas”, según sus críticos.
En nombre de su partido, Los Republicanos (LR, derecha histórica), Rudolph Granier, concejal parisino, ha salido al paso de los proyectos municipales en estos términos: “Algunas de las organizaciones a quienes se pretende asociar a la celebración están dirigidas por comunistas que se disponen a glorificar los acontecimientos más violentos de la Comuna. El proyecto de celebración amenaza con glorificar los incendios que destruyeron partes enteras de nuestra ciudad, defendiendo mentiras históricas. Y tampoco son un gesto conciliador para los diez millones de franceses que participaron en la suscripción nacional que permitió construir la Basílica de Montmarte”.
A la izquierda, gobernante en la alcaldía de París, Raphaëlle Primet, responde de este modo: “Debemos recordar y celebrar la más grande y fecunda de las revoluciones que iluminaron la historia. La Comuna fundó todos los valores que nosotros defendemos hoy”.
La historiadora Mathilde Larrère teme que las divisiones actuales, en el seno de la alcaldía de París, tenga muy profundas raíces guerra civilistas: “Escuchando las acusaciones de unos y otros parece que estamos escuchando los mismos conflictos de hace dos siglos, prueba, en definitiva, que la Comuna continúa siendo un acontecimiento profundamente conflictivo”. «Leyenda negra contra leyenda roja», agrega.
Conflicto que tiene muchos rostros, que van mucho más allá de la alcaldía de París, claro está.
En su día, hace dos siglos, la alcaldía de París estuvo en el corazón más atroz de la crisis. Y el edificio terminó en llamas. El incendio de la alcaldía de la capital ha sido recordado en millares de imágenes, fotográficas y artísticas. Dos siglos más tarde, la plaza de la alcaldía de París es un motivo de nuevos desencuentros: la nueva Francia multicultural viene a pasear y fotografiarse delante de las imágenes en piedra tallada. La Francia profunda, inquieta por el nuevo multiculturalismo, evita y se aleja, confirmando un desencuentro de fondo.
En el terreno estrictamente cultural, literario, las conmemoraciones de La Fontaine, Baudelaire, Flaubert, Proust, se anuncian tranquilas y burocráticas: celebraciones sin pena ni gloria cívica, con un relativo fulgor libresco.
Por el contrario, el sexagésimo aniversario de la muerte de Louis-Ferdinand Céline (1894 – 1961), sigue desenterrando inquietantes demonios nacionales.
No es un secreto que Céline escribió varios panfletos profundamente racistas, anti semitas. Pero también escribió dos de las tres novelas más importante de la literatura francesa del siglo XX: “Voyage au bout de la nuit” (1932) y “Mort à crédit” (1936). Esos dos libros y “À la recherche du temps perdu” (1906 – 1922), de Marcel Proust, son las tres obras capitales de la literatura francesa contemporánea. Se trata de una verdad canónica en todos los manuales de lengua y literatura en numerosas lenguas.
Sin embargo, los panfletos racistas de Céline siguen condenándolo al destierro de las celebraciones nacionales. Personalidades como Serge Klarsfeld lo han repetido hasta la saciedad: “La República debe defender sus valores. Imposible celebrar a Céline. En esa misma línea, Richard Prasquier, presidente del Consejo representativo de las instituciones judías de Francia (CRIF), machaca: “Es necesario ser coherentes. No podemos celebrar a Céline”.
En su día, Nicolas Sarkoz, ex presidente de la República, intentó defender la memoria nacional y cultural, de este modo: “Es posible amar a Céline sin ser racista ni antisemita. Como se puede amar a Proust sin ser homosexual”. Defensa que no tuvo ningún éxito. Céline seguirá siendo un proscrito político en su propia patria. ABC, 26 febrero 2021, El bicentenario de Napoleón fractura Francia.
Jose says
Muy bueno e interesante el artículo. Es un recorrido a través del militar el escritor y el médico escritor. Doscientos años y pico del Antiguo Régimen a la Modernidad. El Alma del mundo con su caballo según Hegel al Emperador en una época de imperios. El París de aristócratas decadentes sustituidos por los nuevos burgueses. El médico que en su tesis descubre que las mujeres tenían más posibilidades de morir en el hospital que si parían en la calle. Total es necesario revisar la historia industrial de los últimos trescientos años. Lo único que prevalece es la Comuna universal sin objetivos. Los ejércitos nacionales han desaparecido los nobles aristócratas no quedan y los hospitales industriales tratan a poblaciones enteras sin que nadie enferme en la calle y no sea ingresado . El siglo XXI no es siglo de homenaje de individuos ni de grupos. Es una edad de barro donde solo nos queda investigar y disfrutar orígenes desaparecidos.
JP Quiñonero says
Gracias, Jose, graciasssss …
Qué decir… bueno… los franceses están envueltos en líos / nebulosas tan laberínticas como los de mi pueblo: sin solución, tampoco, me temo, ay…
Q.-
Fina says
Quiño,
Parece imposible actuar al gusto de todos. Muchas gracias por tu interesante artículo.
Hay que ver lo que se aprende en este INFIERNO…
Fina says
Quiño,
Por cierto , el enfoque de este bello primer plano eclipsa L’Arc de Triomphe de l’Étolie… 🙂
Buenas noches a todos/as.
JP Quiñonero says
Fina,
Generosidad y buena disposición de la moza, claro…
Si Napoleón levantase la cabeza…
Q.-