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Tánger, ¿? Foto Félix Candela.
«… a un gentleman sólo pueden interesarle causas perdidas…», JLB, La forma de la espada, Ficciones (1944).
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Especialista emérito en historia militar, autoridad indiscutible en historia de Madrid, historiador de las más oscuras páginas del París ocupado, viajero seducido por brumosas ciudades reales e invisibles, defensor de artistas y creadores víctimas de muy diversos ostracismos, valedor heroico de vanguardias y retaguardias postergadas injustamente, fotógrafo y pintor de cámara y pinceles siempre nobles, Fernando Castillo reincide en su defensa de causas evidentemente perdidas: la fotografía analógica, en blanco y negro, claro está, en heroica oposición al zeitgeist de la época, el color y la fotografía digital.
Carrete del 36 (Editorial Renacimiento) reúne treinta y seis ensayos cortos sobre grandes maestros, debilidades personales y fotógrafos anónimos o desconocidos, a través del análisis de obras elegidas al azar de la sensibilidad personal de Fernando. El treinta y seis del título es un homenaje a los legendarios carretes de la fotografía analógica en sus tiempos heroicos.
Entre los más grandes (Ernst Hass), Fernando evita recurrir a sus obras maestras, en color: prefiere utilizar una foto de una célebre serie, en blanco y negro, de la inmediata posguerra. De Cartier-Bresson, evita recurrir a grandes obras, prefiriendo una instantánea relativamente menor, intimista. Entre la pléyade de maestros parisinos, prefiere detenerse en Willy Ronis. Glosa con precisión a muchos maestros de diversos cánones, Weegee, Winogrand, Novais, Dorothea Lange, Steichen, Álvarez Bravo, entre otros. Y recupera con mucho brío obras mayores de maestros no siempre bien reconocidos, como Jesse A. Fernández, Horacio Coppola, Nicolas Muller, entre otros. Incluso instala en su sitio a maestros por descubrir, como Félix Candela, misterioso y empedernido viajero, seducido por ciudades cubiertas con la delicada patina de la niebla del tiempo ido, la gloria difunta, los héroes desaparecidos y sin embargo presentes en la eternidad del recuerdo.
Fernando pone tanta callada pasión en la defensa de su museo imaginario que no es fácil poder escapar al atractivo cierto de sus debilidades y sabidurías: su libro es un viaje iniciático a otros mundos desaparecidos, que él rescata con un cariño meticuloso que lo honra y nos encanta.
Tánger, de Ibn Battuta a Fernando Castillo.
Los alegres contertulios de una casa para torturar y asesinar confortablemente, rue Lauriston.
Patrick Modiano y la guerra, en España.
París – Modiano… una revisión indispensable.
El que sabe, sabe, vaya.
Más o menos, Carole, más o menos…
Q.-