Pantin, 21 marzo 2023. Foto JPQ.
Hay quienes piensan, en Francia, Europa y los EE. UU., que Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, 1948) es el escritor francés más importante de nuestro tiempo, con mucho: comparto esa opinión, que es fácil de defender.
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En su día, Patrick Modiano y J. M. G. Le Clézio fueron consagrados con el premio Nobel. Quignard lleva años consagrado por universidades francesas, europeas y estadounidenses, con referencias críticas que comenzaron, hace muchos años, con los elogios de Paul Celan, el más grande de los poetas en lengua alemana, desde Rilke, Yves Bonnefoy, uno de los grandes poetas franceses de la segunda mitad del siglo XX, y de Pierre Klossowski, hermano de Balthus, uno de los más misteriosos maestros de la novela francesa de su tiempo, que es el nuestro.
Narrador, novelista, ensayista, crítico, musicólogo, pianista, violoncelista, concertista, dibujante, autor de una docena de novelas, una decena de libros de relatos, una docena de grandes ensayos literarios, una veintena de «tratados» a caballo entre el diario íntimo, la reflexión poética, la crítica musical y artística, su obra tiene unas proporciones únicas entre los escritores franceses y europeos.
Como pianista, violoncelista, concertista y musicólogo, ha animado grandes festivales de ópera y música barroca, no solo en París y Versalles. Alain Corneau llevó al cine uno de sus grandes libros, «Tous les matins du monde», con gran éxito. Sus reflexiones sobre música y arte dialogan con la filosofía, la filología griega y romana, el erotismo más turbador. Profesor de etimología griega y latina, ha escrito páginas esenciales sobre los orígenes de la música y la escritura.
Atormentado, desde niño, ha sufrido crisis personales muy profundas, que siempre ha superado a través de la música, el arte, la escritura, preservando su vida íntima con férreo pudor, entre París y varias ciudades de provincias, sin olvidar una peregrinación permanente por la geografía de los grandes acontecimientos musicales.
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–Si he leído bien su último libro traducido al español, «El amor el mar», en una Europa en crisis, en el siglo XVII, el amor y la música son la esperanza última contra el furor trágico de la historia. ¿Me equivoco mucho?
-No. No se equivoca.
–Nada más actual. La guerra de Ucrania ha vuelto a instalar la guerra, la tragedia, en el corazón de Europa, cuando Francia y otras grandes naciones atraviesan otras crisis paralelas. ¿Nos salvará la música?
-Por supuesto. La música, la palabras, el Verbo, están siempre en el origen de nuestra salvación, nuestra redención. Siempre. Con frecuencia, cuando contemplo las imágenes de los pueblos ucranianos en ruinas recuerdo mi propia infancia. También yo crecí en una ciudad en ruinas, víctima de los bombardeos de la Segunda guerra mundial. De Homero a Guernica, de Guernica a las ciudades ucranianas, el derramamiento de sangre, la destrucción de las ciudades, forma parte esencial de la historia, nuestra historia, todas las historias. Tucídides cuenta la caída de Atenas, víctima de la peste. Polibio cuenta la caída de Cartago y el espectáculo contemplado por los soldados de Roma. Desaparecieron Atenas y Cartago. Nos quedan Tucídides y Polibio.
–El amor, la búsqueda del amor, quizá sea esencial en su novela. Pero Octavio Paz, el gran poeta mexicano, estimaba que el amor, en nuestro tiempo, está amenazado por la pornografía, incluso por la ciencia, la tecnología. Quizá vivimos una crisis de otra naturaleza.
-Octavio Paz me hace pensar… quizá … quizá asistimos a una metamorfosis. De entrada, un matiz histórico, si usted quiere, no siempre vemos con claridad nuestro presente y nuestro pasado. Es muy frecuente hablar mal de la Edad Media, presentada como una edad muy oscura… en verdad, la Edad Media también fue una gran época cultural, baste con recordar la construcción de las grandes catedrales de nuestra civilización. Sobre las metamorfosis del amor… quizá también sea necesario subrayar una continuidad. También hubo pornografía en la Grecia y la Roma antiguas. Un pintor griego, Parrahasios, pasa por ser el primer pornógrafo. Praxíteles, el gran escultor griego, pasa por ser el primero en representar a los dioses totalmente desnudos. En latín se llama obscena, indecente, a la imagen que falta de cuerpo. El amor pertenece a las cosas sagradas, sacramentales. El comercio industrial puede introducir unas dimensiones desalmadas, quizá, a esa relación sacra, carnal.
–La difusión masiva de la pornografía, que Octavio Paz considera amenazante para el amor, también coincide con temibles llamaradas de puritanismo amenazante y censor.
-Le cuento una anécdota … Hace unos años, estuve trabajando en los EE. UU. en la Universidad de Sewance, cuando se discutía una Ley norteamericana contra las imágenes indecentes, digámoslo así. Un descendiente de Edgar Allan Poe, profesor universitario, que me recibía, en su casa, me comentó su extrañeza ante esa excomunión de representaciones eróticas, con el fin de proteger a madres y niños de diferentes religiones. Aquella Ley fue aprobada. Recordando la rapidez con la que se propagan las ideas a través del Atlántico, me dije que era muy urgente recobrar y publicar todas las imágenes indecentes que había coleccionado desde la adolescencia, antes que fuesen prohibidas en la vieja Europa.
–En su caso, la música también tiene algo de sagrado, espiritual. Pero casi siempre se trata de música clásica, barroca, en particular. Me parece mucho menos sensible a la música contemporánea, la música que se propaga desde la Viena de Wittgentein, la música posterior a Malher, la dodecafonía… no lo imagino escuchando a Arnold Schönberg a las siete de la mañana, afeitándose.
-No. Las siete de la mañana no es hora para escuchar a Schönberg. Mire, Malher, Schönberg, Bartók abrieron caminos para una nueva música. Una de las cosas más trágicas, profundas y desconcertantes de nuestra historia es que la gran música pudiera interpretarse en los campos de la muerte, los campos de concentración. La música contemporánea «anunció», quizá, y nos ayuda a comprender esas tragedias, inmensas, ofreciéndonos otro misterio sacro, el de la creación
–En el Thomas Mann del «Doctor Faustus», la música tiene algo de diabólico, endemoniado, reflejo bastante fiel de la crisis de nuestra civilización. La música ¿puede ser un espejo fiel del estado moral o espiritual de una cultura, una civilización?
-Quizá, algo así. También se trata de una historia antigua … Los etnólogos estudiando distintas sociedades, han repertoriado técnicas musicales muy diversas, para «intimidar» a un tornado, para «responder» a un huracán, para «calmar» el fuego, para sembrar el pánico, para atraer las lluvias, para embrujar a las fieras y los hombres, para intentar aterrorizar a los hombres, la luna, las estrellas. La creación es un reflejo del alma que fragua una realidad nueva.
–En otra gran novela alemana, «El juego de los abalorios», de Hermann Hesse, el destino de nuestra civilización se juega en una suerte de enfrentamiento celeste entre las músicas diabólicas y las músicas que todavía son materia espiritual. ¿Vive nuestra civilización esa alternativa?
-En cierta medida, el canto puede considerarse como armonía, aspiración a la armonía, comunión de las almas. En la Ciudad griega, la música aspira a esa armonía. Pero ya Nietzsche diferenciaba entre un arte apolíneo y un arte dionisíaco. La historia, el tiempo de los humanos, oscila entre esos caminos. La escritura, la palabra, la música quizá sean algo más que un espejo: crean realidades que nos ayudan a respirar.
–Usted fue reconocido muy pronto por los más grandes, de Paul Celan a Pierre Klossowski, y ejerció un puesto eminente en el mundo editorial francófono. Sin embargo, decidió abandonar Gallimard y retirarse de la vida literaria parisina ¿porqué?
-Quizá fue una crisis mística. Quizá no me interesaban los salones literarios. Quizá necesitaba tiempo para mi obra. Y decidí pasar página de aquella parte de mi vida.
–Tras el gran escritor, el gran músico, el gran crítico, ¿no hay que Pascal Quignard mucho más inquieto por la evolución de Francia y Europa?
-¿Angustiado? Uno de mis libros, en colaboración con un gran artista, François de Coninck, se llama «Angustia y belleza». Pero se trata de una angustia íntima, indisociable de la revelación de la belleza, incluso de la belleza de los cuerpos desnudos, enlazados en la búsqueda del amor.
–Año tras año, al comienzo de cada temporada, se publican en Francia quinientas o seiscientas novelas. ¿Cómo se sitúa usted mismo ante esa avalancha de libros? ¿Cuál es su canon novelesco personal?
-¿Las novedades? No sé si pertenezco a ese mundo. ¿El canon? En el principio de todo… Chrétien de Troyes. ¿Entre los contemporáneos? Chateaubriand, Hugo… No me llevo bien con Flaubert, prefiero todo Stendhal. Proust me parece infinitamente bello cuando habla de arte, pero me resulta cruel y nocivo cuando trata de mala manera a sus señoras aristócratas. Céline, un genio, sí, pero no soporto el personaje, sucio, cruel.
–Más allá de su familia, culta, usted tuvo profesores eminentes, como Emmanuel Levinas, y pudo beneficiarse de la influencia de muy grandes críticos, como Maurice Blanchot … ¿no teme que la cultura literaria francesa haya sufrido un cierto «déclin», «decadencia»?
-¿»Déclin» / decadencia? No creo en esas cosas. El tiempo dirá qué queda de nuestra literatura. Siempre hubo ese miedo, incertidumbre ante el futuro. Para mi, lo esencial es crear. La creación es un manantial que ilumina y siembra nuestro futuro. El resto es silencio. ABC, Pascal Quignard: «La música y las palabras están siempre en el origen de nuestra salvación» + PDF.
Pascal Quignard y las músicas endemoniadas.
Fina says
¡Oh, Quiño!
» La escritura, la palabra, la música quizá sean algo más que un espejo: crean realidades que nos ayudan a respirar».
Este es el oxígeno que preciso para seguir viviendo y tirando palanteee…!!! Intentaré que me acompañe la lectura de «El amor el mar», este verano.
Gracias por traer a personajes tan relevantes a tu INFIERNO…
JP Quiñonero says
Fina,
Sí … el último libro de Quignard es bello y muy sugestivo de leer. Espero que te guste, claro,
Q.-