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«Los golfos», Carlos Saura, fotografía de Juan Julio Baena.
La elección de un torero como vicepresidente y conseller de Cultura de la Generalitat Valenciana ha dejado al descubierto una patética ignorancia cultural, artística, literaria.
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Sin entrar, para nada, en la vida política valenciana, si me parece oportuno recodar que, en definitiva, el toreo, la corrida, los toreros, el toro, la afición taurina, están muy presentes en las fuentes bautismales de la España moderna.
En el terreno de las culturas visuales, artísticas, de Goya a Picasso, pasando por Mariano Fortuny, Sorolla, Ramón Casas, Zuloaga, Miquel Barceló o Antonio Saura, entre un larguísimo etcétera, la corrida y los toros tienen una importancia bien conocida en la historia del arte español contemporáneo. Sorolla llegó a decir que no era fácil pintar España sin toros.
En el terreno cinematográfico solo citaré un caso, que me parece altamente simbólico. Hacia 1960, cuando se inicia la renovación del cine español, una obra de referencia es «Los golfos», de Carlos Saura, con fotografía de Juan Julio Baena. El maleta, el toro, la corrida, tienen una importancia seminal en esa obra, con dimensiones sociales bien conocidos.
En el terreno literario, poético, novelístico…
A juicio de Jovellanos y otros ilustrados, «esta diversión no se puede llamar nacional».
Nicolás Fernández de Moratín, por el contrario, escribió una «Carta histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de toros en España» (1777). Goya llegó a confesar a Moratín que incluso llegó a «torear» (¿?). La tauromaquia goyesca ocupa un puesto único en la historia del arte.
Larra habla de la atrocidad de la corrida.
Galdós confiere a la corrida y los toreros un puesto significativo en sus «Episodios Nacionales», asociados a convulsiones políticas de fondo.
En la Generación del 98, Baroja estima que toros y corrida son indisociables de la decadencia española. Azorín, por el contrario, incluso tiene amistades taurinas. Valle Inclán es una suerte de «taurino esperpéntico».
Los hermanos Machado hicieron crítica taurina. Manuel fue un taurino de pro. Antonio terminó escribiendo algunas de las reflexiones filosóficas más profundas que se han escrito sobre la corrida.
Juan Ramón Jimenez estimaba que toreo y corrida tienen algo de bárbaro.
Ramón Gómez de la Serna llegó a escribir la biografía de un torero imaginario.
«La caza y los toros» (1960) de Ortega es un clásico muy matizado del pensamiento contemporáneo.
«Política y toros» (1918) de Ramón Pérez de Ayala (taurino de pro, con matices de fondo), es otra referencia canónica.
En la Generación del 27, Gerardo Diego y Rafael Alberti son taurinos entusiastas. Jorge Guillén llegó a escribir: «… el hombre entero afronta siempre al toro con peligro mortal. Así se afana». Pedro Salinas habla de «la cultura de la muerte», agregando: «Todo intento de expulsar la muerte, de no contar con ella para vivir, es falsificación que el hombre realiza sobre sí mismo».
Luis Cernuda, por el contrario, denunció la ruina moral de España de este modo: «Estúpida y cruel como su fiesta de los toros».
«El arte de birlibirloque» (1961) y «La música callada del toreo» (1989) de José Bergamín son obras de estética que mucho deben a las reflexiones de su autor sobre el toreo durante varias décadas.
Miguel Hernández colaboró con José María de Cossío («mi querido tío») en su legendaria antología «Los toros en la poesía castellana» (1931).
El toreo y los toreros tiene una importancia excepcional en la obra de García Lorca, que, poco antes de morir, llegó a declarar durante un diálogo célebre: «El toreo es probablemente la riqueza poética y vital de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado y que hemos sido los hombres de mi generación los primeros en rechazar. Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo«. Por las mismas fechas, el Juan de Mairena de Antonio Machado escribía reflexiones filosóficas muy trágicas y quizá esenciales sobre el toreo.
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En ese marco, Galdós y Antonio Machado nos ayudan a comprender el puesto del toreo y la corrida en la historia política, cultural y filosófica de España:
«Nuestros mandarines se parecen a los toreros medianos: ¿sabe usted en qué? Pues en que no rematan…
-¿Qué significa eso?
-No se ría usted del toreo, arte que me precio de conocer, aunque no prácticamente. Y sepa usted, niño ilustrado, que hay reglas comunes a todas las artes… De mi conocimiento saco la afirmación de que nuestros ministriles no rematan la suerte.
-¿Y cree usted que Mendizábal…?
-Hará lo que todos. Empezará con mucho coraje, y un trasteo de primer orden… pero se quedará a media suerte. Usted lo ha de ver… Que no remata, hombre, que no remata… Y créame usted a mí: mientras no venga uno que remate, no hemos adelantado nada…». «Mendizábal» (1906),
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«Camino de mi casa, me encontré a Sebo en la calle del Arenal. Díjome con sigilo que se armaría el tumulto grande a la salida de los Toros. «No olvide Vuecencia que hoy es lunes. La plaza está llena de gente; allí están todos los aficionados a la tauromaquia y a la politicomaquia…»
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«El 17 por la noche, cenando, supimos que la salida de los toros había sido tumultuosa. El himno de Riego resonó en las puertas de la plaza, y creciendo, creciendo en intensidad, al llegar el coro a la Puerta del Sol era como si todo Madrid cantase. Supimos también que Córdova ha catequizado a Ríos Rosas para que le acompañe en el Ministerio. Ante la insurrección popular, que me parece ha de ser de cuidado, ¿quién podrá vaticinar si estos nuevos gobernantes lograrán la reconciliación del Pueblo y el Trono?..» La revolución de Julio (La Vicalvarada)» (1903 – 1904).
Galdós se sirve de la jerga y retórica taurina para analizar acontecimientos políticos de primera importancia, subrayando un detalle simbólico importante: en la plaza de toros fermenta y puede estallar una cólera popular políticamente desestabilizante; en la plaza se cruzan aficionados a la tauromaquia y la politicomaquia… Concepto, este último, que algo tiene de «arte taurino de la política».
Don Antonio, por su parte, escribe:
«Vosotros sabéis -sigue hablando Mairena a sus alumnos- mi poca afición a las corridas de toros. Yo os confieso que nunca me han divertido. En realidad, no pueden divertirme, y yo sospecho que no divierten a nadie, porque constituyen un espectáculo demasiado serio para diversión. No son un juego, un simulacro, más o menos alegre, más o menos estúpido, que responda a una actividad de lujo, como los juegos de los niños o los deportes de los adultos; tampoco un ejercicio utilitario, como el de abatir reses mayores en el matadero; menos un arte, puesto que nada hay en ellas de ficticio o de imaginado. Son esencialmente un sacrificio. Con el toro no se juega, puesto que se le mata, sin utilidad aparente, como si dejáramos de un modo religioso, en holocausto a un dios desconocido. Por esto las corridas de toros, que, a mi juicio, no divierten a nadie, interesan y apasionan a muchos. La afición taurina es, en el fondo, pasión taurina; mejor diré fervor taurino, porque la pasión propiamente dicha es la del toro…». Juan de Mairena (1936).
Las negritas son mías.
Por las mismas fechas (1936) que Federico García Lorca estima que la corrida es «la fiesta más culta del mundo», Machado estima que la corrida es «sacrificio» un «holocausto a un dios desconocido».
Holocausto: sacrificio, inmolación, ofrenda, expiación, ritual, matanza.
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El Constitucional francés avala la legalidad de las corridas de toros.
Falta una parte de la historia de las plazas de los toros y de los toreros. Cuando a partir del siglo dieciocho la piel de toros se llenó de plazas el caballo el toro el jinete y el torero y los espectadores vivían el holocausto religioso del toro o del torero. Se volvió a recuperar el sacrificio animal humano frente a los espectadores. La sangre recordaba la muerte violenta que siempre puede estar presente. Es una guerra que permanece la del hombre y el animal. Se perdió con la aparición de las armas de fuego pero en el toreo se mantuvo como antes una espada como única arma y el arte de engañar con los colores. El juego era la muerte del hombre o del animal. El espectáculo de la sangre . Hubo momentos que el espectáculo se convirtió en el holocausto de individuos que sustituían al toro para distracción de ciertos toreros o plazas que se convirtieron en cárceles donde se exterminada a los presos donde los espectadores disfrutaban del espectáculo. España anomalía modelo de la fiesta de las revoluciones industriales. Fuimos los primeros en conseguir que el toro con un chip en el cerebro se parase delante del torero y la fiesta continúa. Ya el Gallo le pregunto a Ortega y Gasset a que se dedicaba y le dijo que era profesor de metafísica. Bueno tiene que haber de todo contestó. Y de todo hay en el Gran Bazar.
José,
El diálogo Ortega / El Gallo está muy bien, claro. «De todo hay en la viña del señor…». Los teóricos franceses recurrían a las «fiestas» griegas consagradas a Dioniso …
Tragedias y holocaustos, ay…
Q.-