Interior de las catacumbas, 1861. Foto Nadar.
El ministerio de Cultura y la Alcaldía se «disputan» la defensa, salvación y restauración de una melancólica joya del patrimonio municipal y nacional, las catacumbas de París, donde están depositados los amenazados restos mortales de varios millares de hombres mujeres, célebres y menos célebres, que son una de las grandes atracciones turísticas de la capital.
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Entre 600.000 y 700.000 turistas visitan anualmente los kilómetros de catacumbas que pueden visitarse de una red de cerca de veinte mil metros, subterráneos, pertrechados con velas y luces artificiales (teléfonos móviles, etcétera), para descubrir, de cerca, los osarios de la capital, cuya historia se confunde con la construcción de la ciudad moderna, entre finales del XVIII y principios del XIX.
Entre el año mil y principios del XVIII, París construyó una veintena de cementerios que comenzaron a entrar en crisis tras las guerras de religión de los siglos XVI y XVII: muchos cementerios comenzaron a dar síntomas inquietantes de podredumbre, con indicios de previsible propagación de enfermedades.
A mediados del XVI, los médicos de París denunciaron una situación amenazante. Un siglo más tarde, Voltaire denunció a las autoridades religiosas por la «baja calidad» de sus cementerios». Bueno.
Un primer y legedario cementerio parisino, que databa del siglo V, en la actual Plaza de los Inocentes, en el corazón histórico de París, había sido habilitado como osario. A partir de 1786, el Estado decide comenzar a construir osarios donde trasladar los restos mortales de millares de hombres y mujeres, que son bendecidos religiosamente y estaban llamados a proliferar por el París subterráneo, una red de canteras transformadas en osarios. La tendencia nacional a cubrir cualquier cosa con el manto sacro de la cultura, transformó las antiguas canteras en catacumbas, en recuerdo y homenaje a las catacumbas romanas de los primeros siglos de nuestra era, que también existieron en el París sometido al yugo imperial romano.
La Revolución de 1789 / 93, precipitó una suerte de trágica guerra civil: la revolucionarios entraron a saco en las catacumbas, destruyendo osarios… para terminar ofreciendo reposo definitivo a los restos mortales, no siempre identificados, de revolucionarios históricos devorados / guillotinados por la revolución, de Danton a Robespierre.
Napoleón devolvió a las catacumbas buena parte de su aura definitiva, restaurando lo que pudo restaurarse, clasificando los osarios, convirtiendo esa red de osarios municipales y nacionales en motivo de orgullo nacional.
En 1833, la jerarquía religiosa decidió la catalogación de las catacumbas como un lugar sagrado, aconsejando prohibir las visitas. Suele atribuirse al emperador Francisco José I de Austria la primera visita (1814) de las catacumbas parisinas de una gran personalidad internacional. Con éxito. Años más tarde, Napoleón III y su esposa, la última emperatriz de Francia, la granadina Eugenia de Montijo, hicieron una visita espectacular. Comenzaba la leyenda… siguieron, a paso de carga, las visitas de Bismarck y los reyes de Suecia…
Esa tradición real dio a las catacumbas parisinas un barniz de lugar «sagrado», misterioso, cuya visita permitía «tocar» (metafóricamente) los últimos restos mortales de hombres y mujeres que tuvieron un puesto anónimo o importante en la historia nacional. Violar ese espacio se consideró como una suerte de traición a la matriz espiritual de Francia. Durante las jornadas revolucionarias de la Comuna (1871), inmortalizadas por Baroja, los insurrectos entraron a saco en muchos osarios. Restaurado el orden, los culpables fueron fusilados «como ejemplo».
A lo largo del siglo XX, las catacumbas comenzaron a convertirse en un monumento de indispensable visita para viajeros y turistas ilustrados. Sin duda, la catedral de Notre-Dame, la basílica de Montmarte, la Torre Eiffel, el Louvre, tienen más visitantes. Pero visitar las catacumbas es un rito iniciático para turistas que sienten la tentación del «misterio espiritual».
A partir de 1983, la gestión de las catacumbas visibles y visitables se encomendó a la alcaldía de París. El 2002, las catacumbas fueron consagradas como un sitio histórico de la memoria nacional.
Con el paso de los siglos, osarios y catacumbas comenzaron a acusar el paso del tiempo. Desde hace quince años, las catacumbas son cerradas regularmente, con el fin de proceder a obras, trabajos y reformas que permitan su conservación indefinida.
Isabelle Khafou, administradora del centro histórico Catacumbas de París, resume de este modo, los desafíos pendientes: «En nuestras catacumbas reposa una parte significativa de nuestros ancestros parisinos. Es un patrimonio que debemos preservar, conservar, para la historia y las generaciones futuras». Tarea que tiene un costo financiero y requiere técnicas de conservación muy especializadas.
Es en ese terreno donde el Museo Carnavalet, dependiente de la red de museos nacionales, controlada por el ministerio de Cultura, y la alcaldía de París, responsable de la gestión de muchas de las antiguas canteras subterráneas, sostienen una callada «disputa» por la «modernización» de un patrimonio material e inmaterial muy sensible.
El patrimonio material (huesos, osarios, paredes de las catacumbas) reclama un tratamiento frágil y delicado. El patrimonio inmaterial (la memoria de algunos hombres ilustres, como Rabelais, La Fontaine, Colbert, Danton, Robespierre) es fácil de identificar y difícil de realizar. ¿Cómo rendir grandes homenajes a unos huesos conservados en unos subterráneos?
París tiene otros monumentos menos melancólicos:
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