Tragedia convertida en basura periodística, con alarmante frecuencia:
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El caso Gisèle Pelicot, la esposa que su marido, Dominique Pélicot, fotografiaba y filmaba, mientras medio centenar de hombres la violaron, drogada, durante varios años, en Mazan (Vaucluse), continúa reconstruyendo una siniestra historia de «sexualidad» canalla, que no provoca ningún escándalo, pero alimenta los bajos fondos de una cierta prensa.
El semanario satírico Charlie Hebdo publicó hace dos o tres días una «viñeta» entre lo obsceno y lo miserable, que no ha merecido ni un solo comentario en la prensa de referencia, de izquierda y derecha, pero ha sido utilizada como «atractivo» por una cierta prensa.
En esa viñeta «solo» se «ve» a un marido que «filma» a un rosario de «hombres», desnudos, el sexo más o menos flácido, haciendo cola para violar de muy distinta manera a una mujer cuyo rostro ha sido velado piadosamente.
La viñeta en cuestión solo es un muy pálido reflejo de las imágenes, fotografías y vídeos en posesión del Tribunal que juzga el caso de más de cincuenta hombres.
Desde hace días, Gisèle Pelicot ha abandonado en varias ocasiones la sala donde prosigue el proceso, avergonzada y en lágrimas ante las miserables deposiciones de hombres «maduros» y menos «maduros» intentando evitar confesiones explicitas de un comportamiento canalla.
Con cierta regularidad, personalidades, sociólogos y colectivos han analizado la dimensión «histórica» del caso Pelicot, sin caer en la «tentación» de «ganar lectores» contando con cierto «regusto» las bajezas soeces del caso. Desde esa óptica, el caso Pélicot es percibido como un acontecimiento: la revelación de los rostros más oscuros del comportamiento más animal e inquietante de unos hombres que su defensa jurídica presenta como «honestos padres de familia», con cierta frecuencia.
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