¿Es el olivo un motivo de trabajo estético para los fotógrafos del Mediterráneo?…
El New York Times estima que los dos grandes libros del año, en el campo inmenso de la fotografía, son Apples & Olives de Lee Friedlander y el catálogo del MoMa consagrado a la gran retrospectiva de su obra.
Friedlander ha fotografiado muchos olivos de España y la Provenza francesa. Y los contempla en muy primer plano, con gran angular (creo); no sé si en busca de una palmaria identidad budista: todas las cosas son parte indisociable de la Creación, con un alma y una identidad propias, que el fotógrafo persigue con el silencioso respeto de quien contemplase estelas funerarias de una civilización difunta. Como el héroe anónimo de mis Anales. “Campo, campo, campo. Y, entre los olivos, los cortijos blancos”, decía don Antonio.
Ramón Machón Pascual says
Buenos días, Juan Pedro.
En Extremadura, esa esquina mediterránea lejana del Mediterráneo, donde el Atlántico cercano tampoco parece existir, los olivos, seña de identidad del secano ancestral, han desaparecido casi por completo.
Los vampiros australianos importados durante el franquismo, llamados eucaliptos, el maíz, a dos cosechas por año, la rapiña y la codicia de unos hombres del campo ahora sentados en tractores con aire acondicionado y CD, inconscientes del daño que infligen al paisaje, y por tanto al alma (de los pueblos) que se desarrolla en el espacio que los habitantes observan desde la infancia, han acabado entre todos con los olivares, encinares, alcornocales, jarales, fauna y flora mediterráneas.
Eso sí, algunas fincas, latifundios, cotos privados, reductos de terratenientes del siglo XXI,nobles reincidentes y magnates de la farándula, Parques Nacionales, Reservas Naturales, resisten por razones muy diversas, una destrucción y allanamiento de morada practicamente irreversibles.
Mis abuelos comían su gazpacho extremeño en cuencos y con cucharas de madera de olivo, o de cuerno. Y de esto hace tan sólo 70 años.
¿Algún fotógrafo voluntario para documentar todo este desvarío?